Juan Alejandro Tapia
Columnista / 13 de julio de 2024

Homenaje a Argentina

Existe una admiración declarada del colombiano apasionado por el fútbol hacia el argentino -la distinción, en el caso de los nacidos en ese país, redunda-, que en el fondo no es más que envidia. Quisiéramos que nuestros futbolistas tuvieran las pelotas de los de ellos y no fueran tan ‘pelotudos’. Que nuestros narradores nos emocionaran como lo hace Mariano Closs y no nos obligaran a bajarle el volumen al televisor por su gritería o falta de preparación. Que nuestros dirigentes tuvieran el poder para escoger grupos con rivales de segundo nivel y árbitros proteccionistas en vez de ser los eternos perjudicados por los fallos de los jueces. Que nuestros hinchas inventaran cánticos propios, con ritmos locales, y no copiaran los de las barras bravas gauchas. Quisiéramos, algún día, ser como ellos o pegar en el palo.

La cultura futbolística argentina trasciende sus fronteras y es reconocida -amada y odiada a partes iguales- en el mundo entero. Basta con el dato de que seis de las diez selecciones sudamericanas que participaron en la Copa América 2024 fueron dirigidas por argentinos. Pero su influencia, en nuestro caso, es mayor. Aunque es una realidad que brasileños, uruguayos, peruanos y hasta paraguayos aportaron su ADN a esa mezcla de estilos que es la manera colombiana de entender y practicar este deporte, ya desde los albores del profesionalismo, a finales de la década del cuarenta del siglo pasado, contingentes de jugadores porteños y de las provincias del interior -Córdoba, Santa Fe, Tucumán y tantas más- poblaron la geografía nacional.

Alfredo Pedernera llegó en 1949 como jugador de Millonarios y llevó a Colombia a su primer Mundial, en el 62, desde el banco técnico. Carlos Salvador Bilardo condujo al Deportivo Cali a la primera final de Copa Libertadores de un club colombiano, en el 78. José Pékerman reescribió la historia de nuestro fútbol entre 2012 y 2018, con la mejor participación de la Selección ‘cafetera’ en un campeonato orbital: cuartos de final en Brasil 2014. Y un discípulo suyo, Néstor Lorenzo, es el gran responsable de que la tricolor -ahora con naranja en vez de rojo- acaricie la posibilidad de ganar su segunda Copa América.

En el medio estuvo Francisco Maturana como arquitecto de la generación dorada que nos llevó a tres mundiales en la década del noventa, pero el propio ‘Pacho’ ha reconocido que su concepción de la vida y del juego cambió cuando coincidió como futbolista, en el Nacional de 1976, con el zaguero argentino Miguel Ángel López. «En esa época vino el mejor central que he visto en la historia: ‘el Zurdo’ López. Ese tipo me abrió al mundo: campeón de América e intercontinental con Independiente y, fuera de eso, bohemio a muerte», le confesó al periodista Mauricio Silva en entrevista para la revista Bocas.

Por la misma época arribó a Medellín, con boina y puro, el entrenador que más ha marcado a lo largo de los tiempos el fútbol criollo: Osvaldo Juan Zubeldía, quien trajo la táctica y las mañas de su Estudiantes multicampeón del continente. Un año después, en el 77, Junior obtuvo su primer campeonato con otro hijo del mítico club de La Plata en el doble papel de técnico y jugador: Juan Ramón Verón. El equipo había sido dirigido la mayor parte de ese año por el argentino José Varacka, quien volvió en 1980 y bordó la segunda estrella en el escudo. El ‘Puchero’ erradicó a los futbolistas brasileños de Barranquilla, lo que hasta hoy se ha mantenido.

En 1984, a los 9 años, mi padre, al que confundían en la calle con el volante mixto argentino Carlos Ischia, me llevó por primera vez al estadio Romelio Martínez. Cuarenta años después, este es mi listado de jugadores de ese país que han dejado una huella imborrable en Colombia: Julio César Falcioni, Franco Armani, Sergio Goycochea, Jorge Raúl Balbis, Edgardo Bauza, Mario Vanemerack, Carlos Ischia, Omar Pérez, Ricardo Lunari, Sergio Galván, Germán Cano, Ricardo Gareca y Juan Gilberto Funes. ¿Hay más? Por supuesto. Si gusta, no dude en incluir los suyos.

Gracias al fútbol conocemos lo mejor y lo peor de los argentinos; sus fortalezas como sociedad y sus debilidades. No hay otro país, en el balón terráqueo, con tanto material genético de ellos como nosotros. Sabemos cómo piensan y actúan, a lo que le temen, aquello que los agranda y lo que los amilana. Hasta nuestros periodistas han empezado a usar la palabra «prolijo» en sus análisis tácticos. Por todo lo anterior, el mejor homenaje que puede hacerles el fútbol colombiano, cuando este domingo las selecciones de ambas naciones se enfrenten en la final de la Copa América en Miami, es derrotarlos.

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