Actor consagrado en su país, el presidente de Ucrania, Volodimir Zelenski, conoce más de televisión que Donald Trump, quien conduce a Estados Unidos con el mismo desenfreno que le dio éxito en su época de jefe déspota y sin miramientos en el programa de concurso El Aprendiz. Los dos tienen clara la importancia de un buen espectáculo para manipular la opinión pública, pero la capacidad de transmitir emociones de Zelenski supera a la del magnate republicano, ya que este solo sabe interpretarse a sí mismo.
Esa formación histriónica le ha permitido al líder ucranio mantener por tres años una guerra con Rusia que de otra manera no habría pasado de un puñado de meses. Zelenski ha hecho frente al poderío bélico de Putin con su actuación memorable frente a las cámaras, desde el uso permanente del uniforme de combate hasta sus discursos cargados de gestos bien estudiados y arengas al honor y la libertad. Solo un hombre con su carisma y conocimiento de los medios de comunicación puede pararse frente a Trump y no terminar ridiculizado.
La encerrona ejecutada por el vicepresidente estadounidense J. D. Vance en el Despacho Oval el 28 de febrero, secundada por periodistas leales al gobierno y por el propio Trump, cuando Zelenski se encontraba listo para firmar el acuerdo con el que le entregaba a la superpotencia el derecho a explotar los yacimientos de gas y petróleo y las tierras raras de Ucrania, fue una muestra del talento del presidente-actor para moverse por la escala emocional como un camaleón.
De la rigidez de un rostro abatido por la firma de un acuerdo lesivo, que no cuenta con el respaldo mayoritario de su país, Zelenski pasó a la locuacidad del estadista que ha sabido dar pelea en la diplomacia internacional con el mismo valor que sus soldados lo hacen en el terreno. Humillado y ofendido, a semejanza de la novela de Dostoyevski, el mundo vio aparecer frente a la prensa al líder valeroso que no está dispuesto a callar ni mucho menos claudicar.
Pero sí lo está, porque como vociferó Trump ese día en la Casa Blanca, Zelenski «no tiene las cartas», no está en posición de dictar las pautas para un tratado de paz con Putin, y lo máximo a lo que puede aspirar es a que las cosas se queden como están, es decir, con la anexión a Rusia de los territorios ocupados de Donetsk, Lugansk, Jersón y Zaporiyia.
Ya que en realidad no es un general, sino un actor que presume de serlo, el presidente ucranio no parece estar dispuesto a arriesgarse a una invasión mayor o a la aniquilación de su gente por defender ideales como el honor y la verdad. Los dos conceptos funcionan mejor en la retórica que en la práctica, y a eso le apuesta ahora Zelenski: a mantenerlos vivos con palabras.
No se gana una guerra con la razón, sino con armas, y Ucrania en este momento no las tiene. La ayuda de Europa es insuficiente, otro espectáculo de idealismo y solidaridad para las cámaras, cuando a nadie termina de importarle. No se gana una guerra ajena, hace falta asumirla como propia, y el único que no repara en el costo es Putin. Francia, Reino Unido y Alemania temen al lobo siberiano, pero más miedo le tienen a sus recuerdos de muerte y destrucción. Aunque aportan dinero, tanques, misiles, drones, inteligencia, comunicaciones, evitan mancharse las manos de sangre con el envío de tropas.
Trump es más honesto, solo pretende cerrar un negocio y que el mundo lo aplauda, quizá con el Nobel como reconocimiento. Ha sido irrespetuoso con Zelenski, pero le ha dicho en la cara lo que no quiere escuchar: «No tienes las cartas». Es imposible conseguir que Putin devuelva unas provincias que sienten más afinidad por la madre Rusia que por Ucrania. No hay manera de presionarlo, su nevera está llena de armas nucleares y es mejor no cerciorarse de si es capaz de utilizarlas. Sin el respaldo de Trump, Ucrania está sola, el buenismo de Europa no alcanza.
Con la firma del acuerdo de explotación de los yacimientos por empresas de Estados Unidos, Trump le marca un límite a Putin: de aquí no pasas. Quédate con las zonas invadidas, pero un paso más y me veré obligado a intervenir. Un escudo económico para proteger Kiev, pagado por el propio Zelenski. Desde su perspectiva de hombre de negocios, para quien las palabras libertad, orgullo, dignidad suenan huecas, es lo mejor que va a conseguir Ucrania.
Zelenski lo sabe, por eso ha buscado todas las maneras de acercarse nuevamente a Trump después del desplante en la Casa Blanca. El magnate propone una salida que salvará miles de vidas, Europa un acompañamiento hasta la puerta del cementerio. Lo que no puede hacer Zelenski es dejar de actuar, porque los ideales serán la clave para la reconstrucción de su pueblo.