Juan Alejandro Tapia
Columnista / 18 de mayo de 2024

Junior y el valor de sufrir

El fútbol, cuando se juega como lo jugó Junior esta semana en Quito frente a Liga Deportiva Universitaria, puede dejar grandes lecciones a la sociedad. Bastaría una edición rápida en video de algunas secuencias del partido, con la banda sonora de la película Gladiador y escenas intercaladas de los combates en el Coliseo romano (que empiece con la frase icónica de Russell Crowe frente al emperador: «Mi nombre es Máximo Décimo Meridio…»), para obtener un enlatado motivacional sobre trabajo en equipo y consecución de objetivos individuales y organizacionales, digno de ser presentado en cualquier empresa con necesidad de aumentar sus ventas o mejorar el rendimiento de sus empleados.

Como en todos los deportes de grupo, en el fútbol lo más importante son las relaciones de los jugadores dentro de la cancha. No hace falta una amistad estrecha y duradera, pero es imprescindible que sus talentos sean complementarios y tener una meta común. El coaching, disciplina que ayuda a conocer fortalezas y debilidades para saber cómo responder ante situaciones de riesgo, lleva años nutriéndose de este juego. No por nada los libros de los entrenadores más reconocidos del mundo -Ancelotti, Guardiola, Mourinho, Klopp, Simeone, Bielsa-, con sus secretos sobre manejo de estrellas, son usados como manuales de liderazgo.

Si como dice el argentino Simeone, «el esfuerzo no se negocia», la presentación de Junior en el estadio Rodrigo Paz Delgado, fortín de uno de los mejores equipos del continente, fue conmovedora. Superados por la potencia física de sus rivales y diezmados por los 2.850 metros de altura de la capital ecuatoriana, los jugadores enfrentaron la adversidad con unión y sacrificio. Lograron un gol en el momento menos pensado y, a partir de ahí, se atrincheraron en su arco dispuestos a defender la victoria con lo único que podían hacer: resistir.

En tiempos de guerra como los que atraviesa la humanidad, imposible no hallar similitudes metafóricas con las virtudes que surgen del padecimiento. Reconocer el rostro de la angustia compartida en el compañero que es capaz de dejar la vida por uno, ver su reflejo al mirarte en el espejo; eso es la solidaridad. Nada une más a los hombres que un resquicio de esperanza cuando la derrota es inminente, y fue ese gol solitario al minuto 37, un gol al que hubo que enamorar con cariñitos e intentos fallidos para vencer su indiferencia, el que los animó a pelear contra todos y todo, principalmente contra ellos mismos. 

El triunfo de Junior fue la reivindicación del sufrimiento como carta de éxito en una época en la que sufrir, salvo en la guerra, está mal visto. Más que un grupo de futbolistas parecía un pelotón que defiende una posición estratégica: desde el soldado extranjero con cara de niño bueno que voló de palo a palo para salvarles el pellejo a sus compañeros, hasta el experimentado capitán revestido de gloria en batallas europeas, quien, con una habilitación milimétrica a uno de sus subordinados, cambió el rumbo del juego. 

Ha hecho carrera que para ser hincha de Junior hay que estar preparado para sufrir, expresión enfocada en el sentimiento del aficionado más que en la realidad de los jugadores en el césped. Profesionales de un deporte que los ha vuelto ricos y famosos antes de tiempo, suelen comportarse como seres indolentes, ajenos a las expectativas que desencadenan. No sudar la camiseta ni defender con respeto los colores y el escudo de la institución que les paga es, quizá, el peor de los señalamientos contra un futbolista. Creo firmemente que este Junior modelo 2024 ha dado motivos, después del partido en Quito, para revertir esa percepción.

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