María Patricia Dávila
Columnista / 11 de julio de 2020

La casa que no vemos

La primera vez que visité una ranchería en la Guajira, me explicaron que la enramada que se levantaba en medio de las casas era “la sala”. Que el palito de trupillo erguido con estoica dignidad ante unas piedras perfectamente alineadas y pintadas de colores, era “la escuela”. Y que el único ranchito sin muros, con techo de Yotojoro (el corazón del cactus) y un mesón grande de barro, era “la cocina”.

Si no me lo dicen, no lo veo. No veo la sala, ni la escuela, ni la cocina, que los wayuú de la Ranchería Ipamana sí han visto por décadas. Y tampoco habría entendido que lo que yo llamaba casa, para ellos eran los dormitorios; que ese diminuto y monocromático poblado, realmente era “la casa de todos”.

Hoy me pregunto si existe una gran diferencia entre la forma como nuestros barrios populares del Atlántico y del Caribe en general entienden el concepto “casa”. ¿La casa no es también el antejardín donde se toman el tinto o hacen la siesta del medio día? ¿Acaso no es la calle donde se juega bola e’ trapo o chequita? ¿O la reja a través de la cual comentan con el vecino las noticias del día? ¿Acaso no es la cuadra, que en épocas festivas se viste al unísono de colores o de luces?

Los espacios y simbolismos arraigados en la cultura son difíciles de entender para quienes están fuera de ellos. En la búsqueda de reconocer lo desconocido, el lenguaje se queda corto. Atrapamos con una palabra un significado que trasciende y lo encerramos en nuestra propia experiencia limitada. Quedamos esclavos de construcciones mentales que vienen de nuestra propia creación. No vemos lo que otros ven.

Cuando se habla de “quédate en casa”, la semántica nos engaña y el mensaje no es el mismo para todos. Recientemente un noticiero nacional presentó a una mujer en Soledad peleando con un policía que le pedía encerrararse. Mientras se mecía en su terraza, ella le increpó, “Pero yo estoy en mi casa, nojoo….” El periodista concluyó que la “indisciplina social” se ha tomado al Caribe. Otra frase que estigmatiza y limita la verdadera dimensión del problema.

El mensaje de “quédate en casa” se ha descontextualizado y no está generando los resultados deseados. El “contexto de cultura”, término acuñado por el antropólogo Bronisław Malinowski, resulta fundamental considerarlo para una comunicación asertiva. Se deben tener en cuenta la historia cultural y las prácticas sociales, de modo que quede claramente determinado cuál es su significado dentro de cada cultura.

La palabra “cuarentena” ya caducó en el imaginario colectivo. Son cuarenta días… y ¡llevamos más de 100! El concepto de “aislamiento preventivo” se enfoca en aislarse del que está enfermo, pero ¡no sabemos quién está contagiado! Y quienes lo están temen decirlo para evitar la estigmatización. La proliferación de campañas y mensajes disímiles, en su mayoría centrados en acciones individualistas, ha generado confusión, aversión e incluso burlas.

Ante este panorama, se requiere de una acción colectiva unificada que sea apropiada y amplificada por líderes sociales, grupos de interés común, barrios, cuadras, que unan sus esfuerzos para frenar, entre todos, la pandemia. Requerimos de gestos colectivos cargados de simbolismo y emoción que nos permitan dimensionar el verdadero riesgo al que estamos expuestos como un todo, y no sólo desde lo individual.

El lenguaje limita, pero también tiene el potencial de generar nuevos significados y activar el cambio cultural, tan necesario para enfrentar esta pandemia. El epidemiólogo de la Universidad McGill en Canadá, Madhukar Pai, ha insistido que “toda epidemia es local” y así debemos actuar.

Para mitigarla, requerimos acciones contextualizadas en nuestra propia cultura, que incentiven el liderazgo colectivo para, juntos, defender nuestra “casa común.”

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