Nuestra Gente / 30 de marzo de 2024

La historia de un barranquillero jugador de casino que lo perdió todo

La ruleta, blackjack, las maquinas tragamonedas, entre otros, son algunos de los juegos de azar que ofrecen los casinos.

Zoraida Noriega

La ludopatía acabó con la fortuna que le dejaron sus padres, las deudas casi lo vuelven loco, recurrió a prestamistas y su esposa lo abandonó. Durante más de 30 años estuvo inmerso en los juegos de azar.

Su nombre bien podría hacer parte de la larga lista de apostadores que han hecho historia en los casinos más famosos del mundo, pero él prefiere que no lo divulguemos, aunque ya dejó a un lado su adicción a los juegos de azar. Entonces decidimos cambiárselo por el de Alberto.

Es barranquillero y siendo joven heredó una gran fortuna de sus padres, que por muchos años se radicaron en Maicao, La Guajira, tras llegar de tierras muy lejanas de otro continente.

Las máquinas tragamonedas, que hoy son con billetes superiores a los $5.000 son una de las más frecuentadas por los jugadores.

Aunque le iba bien en su trabajo como negociante independiente, el peor error que cometió en su vida, según dice, fue haberse metido en un casino. No solo por sentirse atraído por el ambiente, las luces de colores y por los sonidos llamativos, sobre todo la emoción que generan las vueltas de la ruleta con las repetitivas grabaciones “¡Hagan sus apuestas¡ ¡No va más!”, sino con algo que todos hemos fantaseado: salir con millones en el bolsillo. Pero no todas las veces los sueños se hacen realidad.

“Treinta años atrás no había muchos casinos en Barranquilla. Uno de los más concurridos fue el que funcionó en el Hotel Cadebia. Yo entraba a las 9 de la noche, porque en ese tiempo lo abrían a esa hora, no como los de hoy que operan casi las 24 horas. Yo Iba todos los días. Comencé jugando de todo, maquinitas, ruleta, blackjack. Pero en la ruleta fue en la que más aposté”.

De esa manera,  Alberto comenzó a experimentar una urgencia incontrolable de jugar y apostar, cada vez con altas sumas de dinero que poco a poco fueron poniendo en riesgo su herencia y hasta su salud emocional. El típico ludópata. Porque pensaba que los buenos tiempos, cuando ganaba, no iban a terminar nunca, pero solo en una jugada de blackjack dice que perdió $4 millones que por allá en la década de los 80 era mucho dinero.  

Frente a una mesa llena de fichas multicolores, los apostadores pasan varias horas esperando ganancias.

“Era tal mi ambición, que lo que ganaba lo volvía a meter en la ruleta. Y así fui perdiendo todo. Me tocó prestar dinero al interés, vender mi casa, las joyas de mi familia, etc. Y hasta mi esposa me dejó. ¡Era una locura!”, recuerda.

Confiesa que no dormía, fumaba mucho y poco se alimentaba. Hubo una semana que perdió $60 millones nada más jugando blackjack ante la mirada atónita del crupier que tenía al frente. “La sensación de hundimiento fue tremenda entonces. Cuando uno pierde se siente desamparado, acabado, piensas que no quieres volver a apostar, pero es una trampa, uno lo vuelve a hacer”. 

“Tiempo después supe que un amigo, también barranquillero, luego de haberse ganado el sorteo extraordinario de una lotería nacional, perdió esa millonada en un casino, y creyendo que se iba a recuperar, le tocó vender todas sus propiedades para poder seguir jugando”, recordó Alberto, quien también se le midió a toda clase de apuestas, desde deportivas, gallos de pelea hasta de carreras de caballos.

Perder una alta cantidad de dinero es todo un dolor de cabeza para el jugador.

“En los juegos de azar las posibilidades de ganar o perder no dependen solo de la habilidad del jugador, sino también de la suerte. Es como los partidos de fútbol, los equipos no van a ganar siempre”, explica Alberto, quien considera “que muchos piensan que apostar en un casino no es del todo diversión, porque al jugador el ritmo cardíaco se le acelera, sobre todo cuando va perdiendo”.

Según él, entre más tiempo permanezca la persona jugando maquinitas, ruleta, póker o blackjack, más pierde. “El objetivo de estos centros de apuestas es mitad para el jugador y la otra mitad para ellos. En las máquinas tragamonedas las probabilidades de ganar es que el 5% es para el jugador y el resto para el casino”.

Reconoce que no fue nada fácil dejar a un lado lo que significó para él «perder esta vida y la otra», pernoctar en los casinos, jugar el todo a cambio de nada lo que terminó destruyendo su hogar. «Fue por decisión propia; no tuve necesidad de someterme a tratamientos psicológicos, lo que hice es que me alejé de los amigos ludópatas y retomé mi vida. La ambición por el dinero fue para mí como un sueño, porque finalmente quedé en bancarrota».»

Hace 20 años, Alberto no pisa ningún establecimiento de juegos de azar, que por cierto, cada vez van en aumento en Barranquilla. Ni siquiera le atraen los casinos online, una nueva forma que se ha multiplicado en los últimos años a través del cual se puede disfrutar desde la comodidad del hogar y en cualquier momento del día.

La verdadera suerte no consiste en tener las mejores cartas de la mesa; suertudo es aquel que sabe cuándo retirarse e ir a casa”, dice la sabia frase del periodista estadounidense John Milton Hay, que bien pudo aplicarla Alberto cuando estuvo sumergido en los juegos de azar.

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