Sonia Gedeón
Columnista / 1 de agosto de 2020

La magia de Jackie y el Central Park

De años atrás reposa en mi mesa de noche un agradable libro titulado She walks in beauty, elcual pretende mostrar lo que significa ser mujer a través de una selección de poemas de lo más diversos autores escogidos magistralmente por Caroline Kennedy para hablar de la amistad, la maternidad, el amor, el desamor, el trabajo, la soledad, crecer y envejecer.

En ese viaje interminable por las páginas del libro, tropecé una noche con un poema títulado Carta a Nueva York, de Elizabeth Bishop, y es a través de esa ciudad de mis afectos que quiero hacer un homenaje a la gran dama neoyorquina que fue Jackie Kennedy, a su romance con la ciudad y a esa gran mancha verde de Central Park, que tanto recorrió a pie, trotando o en bicicleta en las distintas etapas de su vida.

Fue hasta después de su muerte en 1994, que el gran lago de 43 héctareas y ocho metros de profundidad en el  parque fue bautizado en su honor como Jackeline Kennedy Reservoir, para seguir honrrando la memoria de una mujer que hizo de Central Park el marco de su actividad fisíca, el centro de patinaje en hielo para sus hijos John John y Caroline y su fuente de inspiración en la no fácil tarea como editora de Doubleday, labor a la que le dedicaba largas horas nocturnas al amparo de su ventana en el penthouse del 1040 Fifth Avenue.

Quién pudiera hoy escapar a la magia de Jackie y Central Park. Ese parque al que hay que ir cada vez que se regresa a Nueva York. Hay que saber disfrutarlo en cada estación del año y hacer diferentes recorridos a pie, en caballos que  tiran los coches turísticos o simplemente tumbarse sobre el pasto a tomar al sol de la tarde con un buen perro caliente, a ver la gente pasar.

A Central Park entran por sus cuatro costados miles de personas diariamente, mas por su vasta extensión de más de cuatro kilometros de largo y 800 metros de ancho no se sienten las aglomeraciones que se pueden observar en Rockefeller Center, Time Square y en la misma Quinta Avenida, por lo que en estos tiempos de Coronavirus, es una oportunidad única explorarlo más a fondo visitando el obelisco egipcio llamado La aguja de Cleopatra, la hermosísima Fuente de Bethseda y el Castillo de Belvedere, una fortificación victoriana cuya torre es el punto más alto del parque e ideal para hacer fotos panorámicas.

Adentro, el parque es una caja de pándora en la que uno puede ser un minúsculo punto en medio de ese mar de verdor, por lo que hay que tener un buen sentido de orientación para no dejarse absorber por su exhuberante naturaleza, sus múltiples atractivos y topografía, entre senderos peatonales, rutas de bici e inhóspitos caminos tramposos de largos silencios y poco tráfico, que lejos están de los bulliciosos parques infantiles con sus carruseles y juegos mécanicos, que compiten con el paso de los transeutes que cruzan raudos para acortar caminos, en una ciudad en la que cada minuto vale su “peso” en oro.

En medio de esa agitada vida neoyorquina, vivir frente a Central Park como lo hizo Jackie Kennedy fue para ella un refugio que la sacaba del asfixiante encierro de los rascacielos que en líneas paralelas se cierran sobre las calles de la Gran Manzana, al tiempo que le proporcionaba la  sensación de libertad e independencia que le resultaba esquiva en su oficina sin ventanas de Doubleday, a donde llegó a trabajar para ganarse un espacio y hacer carrera hasta alcanzar con su buen criterio y rigurosidad, años más tarde el título de editor senior, cargo en el que perdió muchas batallas, mas ganó el derecho a una oficina con ventana sobre los florecidos bulevares de Park Avenue, a pocas cuadras del Grand Central Station, otro de los sitios emblemáticos en el corazón de Manhattan, que Jackie ayudó a preservar siendo una de las abanderadas de su remodelación en la década de los 70.

Por esas casualidades de la vida, cualquier tarde de un otoño frío y lluvioso a finales de los 80, de esos que a las cuatro de las tarde, el cielo es tan oscuro como la medianoche, al pasar por el 245 de Park Avenue, llamó mi atención el revuelo de cámaras y periodistas a la entrada de la sede de Doubleday. Para mi sorpresa, en el vestíbulo aparecieron el premio nobel de literatura egipcio, Naguib Mahfouz, y Jackie Kennedy con su figura esbelta y erguida, pero no dieron declaraciones. Solo hicieron ademanes de cortesía, aunque en cada paso Jackie enfundada en su gabardina negra mostraba como ninguna otra como realmente she walked on beauty.

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