Patricia Escobar
Columnista / 27 de noviembre de 2021

La paz soñada

Mientras exista la corrupción y la aberrante desigualdad social, la paz seguirá siendo una ilusión para muchos en Colombia.

A cinco años de haberse firmado el acuerdo de paz con las Farc, algunos cuestionan su efectividad porque lo que uno sigue escuchando o viendo es que, los asesinatos a líderes sociales se mantienen; los enfrentamientos entre bandas criminales no han parado, el asesinato de militares sigue existiendo. Pero, aunque toda muerte debería dolernos, y no ser un número más en las estadísticas, hay que reconocer que en Colombia han desaparecido prácticamente, los secuestros, los atentados terroristas, las tomas a poblaciones, las masacres, los asesinatos selectivos. Hoy en día el hospital Militar no está lleno de lisiados, y mal que bien los campesinos se mueven, como se mueven los transportadores.

Ese panorama muestra un país aparentemente más tranquilo, más evolucionado. Sin embargo, ese país está muy lejos de tener la anhelada paz. Y digo yo, desde la tranquilidad de mi casa que, con la corrupción reinante, de la que parece nadie se escapa, y la consecuente desigualdad social, donde algunos derrochan sin control, y otros no tienen para llevar un pan a la mesa, esa paz no se logrará nunca.

Yo no creo que a alguien le guste mantenerse en el monte cargando una pesada arma pasando las mismas o casi las mismas dificultades que sus secuestrados. Tampoco creo que la guerrilla sea una opción de vida deseada por personas comunes y corrientes.

Lo que pasa es que, sin que yo lo esté justificando, hay cosas en la vida que “envenenan” el alma, y que te llevan a cometer actos inimaginables.

La desigualdad social es la principal causa para que la paz no esté presente firmemente en nuestro país, a pesar de los acuerdos firmados hace 5 años y que a muchos se les vendió como la gran solución.

Desigualdad es cuando uno se entera, por un lado, que el Grupo Aval, principal conglomerado financiero en Colombia, registró, entre enero y septiembre de este año, ganancias por $2.5 billones, que se traducen en un incremento cercano al 50% frente al mismo periodo del 2020, y por el otro, el Dane asegura que la pobreza en nuestro país alcanzó el 42.5%

Esa desigualdad tiene su origen en la corrupción. De eso no tengo la menor duda. Ese mal endémico que está presente en toda la institucionalidad, en todos los niveles, en todos los rincones del país ha carcomido a Colombia y a generado más muertes que la misma guerrilla.

En el país mueren miles y miles de niños porque los recursos destinados para su alimentación y salud, por ejemplo, nunca les llegan o les llegan disminuidos. En el país se legisla para el propio bolsillo o para los grupos poderosos y en su accionar nunca hay espacio para sanciones ejemplarizantes. Se pueden comprobar casos como el del plagio en una tesis de grado para obtener un reconocimiento, o comprobar que se botaron millonarios recursos para llevar internet a las poblaciones estudiantiles, y no pasa nada.

Las cárceles de nuestro país están atiborradas de hombres y mujeres que venden dosis de drogas, pero los grandes propietarios de la mercancía se pasean el mundo sin que nadie los persiga. Las cáceles del país están atiborradas de hombres que roban o matan porque no tienen un trabajo digno, ni nada que llevar a la casa, pero los grandes contratistas corruptos a los que se les caen puentes o nunca terminan una obra, se toman fotos disfrutando conciertos cuyas entradas cuestas 8 millones de pesos.

Se hizo algo importante al firmar un acuerdo de paz, pero sólo cuando se castigue severamente la corrupción y por ende, baje la desigualdad social, estaremos más cerca de la paz soñada.

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