Carlos Polo
Columnista / 27 de julio de 2024

La tragedia de Catalina: un espejo de nuestra realidad

“A todos los residentes, gracias. De cada uno me llevo muchas enseñanzas. Siempre los llevaré en mi corazón. ¡Ustedes sí pueden! Ánimo”. Esas fueron las lacónicas palabras de despedida de una joven que decidió quitarse la vida. En la última oración hay una clara declaración de intenciones, una negación, una renuncia, una especie de grito: “¡Hasta aquí me alcanzaron las fuerzas!”

¡Ustedes sí pueden!, es una afirmación que en este caso no es más que un oxímoron, una negación envuelta en una preposición afirmativa, que en el fondo quería decir: “Yo ya no puedo más”. El cierre de estas contundentes y sencillas palabras no solo es esclarecedor; la joven médica pareciera comunicar que se necesita de mucho ánimo para continuar en medio de un pequeño infierno, pero, y ¿a quién es el que se le da ánimos? Al que está en medio de un ambiente hostil, de un entorno insano.

El suicidio de la joven médica no solo conmocionó a la opinión pública, sino que también generó una ola de denuncias acerca del maltrato, el abuso de poder y de los micropoderes, las relaciones entre superiores y subalternos, y las dinámicas del poder y sus privilegios. Su muerte puso de manifiesto y en el centro del debate, la normalización de una serie de conductas nocivas que hablan de forma clara y contundente acerca del subdesarrollo y de la salud mental de una sociedad que aún conserva vicios patronalistas y feudales.

Para el gran escritor ruso Fiódor Dostoievski, el poder es aquello que se otorga solo a aquellos que se atreven a rebajarse y recogerlo. Para Gramsci, el poder es un centauro: mitad coerción, mitad legitimidad.

La tragedia de esta joven no se puede convertir en otra momentánea indignación colectiva, en otra simple tendencia fugaz; por el contrario, debe provocar reales cambios en las relaciones jerárquicas, un debate profundo y robusto acerca de los maltratos, los abusos y el mal manejo del poder, así sea el poder más pequeñito. Porque tras la ola de denuncias, quedó más que claro que en este país los abusos parecen ser la constante, una especie de mal que lo permea todo.

Las implicaciones de este caso van mucho más allá de las instituciones educativas, del ejercicio de la docencia, del área de la salud. Atañe a todos y cada uno de los escaños y estratos de la sociedad. El maltrato y el abuso del gran y del micro poder en nuestra sociedad es estructural, sistémico. Por aquí, por allá, por acullá, en todas partes podemos encontrarnos con ese micropoder abusivo, basado en jerarquías, clientelismo, nepotismo, arribismo, falta de liderazgo, egos sobredimensionados, desconocimiento, problemas de autoestima, miedo y, en muchos casos, simple mala fe.

El jefe napoleónico, maltratador, abusivo y sátrapa –gobernador de provincia de la antigua Persia inclinado a la crueldad, la arbitrariedad y el maltrato de sus subalternos– parece ser el común denominador en un país donde ser así es casi un símbolo de estatus. Ese poder que ostentan así sea el más mínimo, los hace comportarse de esa manera, ya sea en un salón de clases, en una clínica, en una sala de redacción, o en cualquier oficina, así van por la vida, como pequeños emperadores dueños de un supuesto poder adquirido por derecho ‘divino’.

Sobre el poder, esto fue lo que dijo el abogado, orador y político neoyorquino Robert Green Ingersoll: “Si quieres probar el carácter de un hombre, dale poder”.

El considerado padre de las inteligencias múltiples, Howard Gardner, indicó que, una mala persona nunca llega a ser buen profesional. Para Ryszard Kapuscinski, las malas personas no pueden ser buenos periodistas. Ambos se sorprenderían al encontrarse en un país como Colombia, con la epidemia de malas personas ostentando puestos de poder, ‘maltratadores seriales’ considerados exitosos debido al lugar que ocupan en la pirámide jerárquica.

Muchos se preguntan hoy por qué la médica, antes de tomar esa decisión irreversible, no denunció, por qué no hizo uso de las instancias legales y de las instituciones y mecanismos dispuestos para este tipo de situaciones. La gente no denuncia por miedo al estigma, porque están convencidos de que no sirve de nada, porque en el fondo saben cómo funciona el sistema, y esa es otra de las cabezas del monstruo.

Las instituciones tienden a proteger a aquellos funcionarios que ostentan puestos ‘importantes’, por ello la gente da por sentado que esa pelea está perdida de antemano. Y normalmente es así, sobre todo en países del tercer mundo, donde por lo general las estructuras jerárquicas son hegemónicas, incuestionables, y frente a demandas de abuso de poder, de autoridad y maltrato, las instituciones se hacen las sordas, las mudas, las ciegas. Los mandos altos y medios se protegen entre ellos y por ello la indiferencia y el silencio de muchos y sus evidentes consecuencias.

Este caso seguirá destapando ollas podridas y seguirán creciendo las denuncias y los testimonios relacionados con el tema. Esto seguirá creciendo como la pelota de estiércol que carga el escarabajo pelotero, mientras en este país continuarán ostentando puestos de poder personajes inseguros, megalómanos, que muchas veces no saben ni dónde están parados, sin idea alguna de liderazgo y trabajo en equipo, tristes sujetos y sujetas que no tienen otra cosa que su lugar jerárquico y los blindajes y privilegios derivados de su pequeño podercito.

La tragedia de Catalina debe sacudirnos como sociedad, debe conminarnos a buscar otras formas y maneras de relacionarnos. Siempre habrá una puerta para abrir, una salida, una posibilidad; lo único que es irreversible es la muerte. Si no estás cómoda o cómodo, sal de allí; si hay abuso, maltrato o arbitrariedad, ahí no es; si hay minimización y displicencia, por ahí tampoco es.

Nadie, óigase bien, nadie debe estar obligado a soportar abusos, maltratos, arbitrariedad, explotación, humillaciones ni ningún tipo de displicencia o minimización. Sea cual sea el contexto, el entorno o las complejidades particulares de cada caso, nadie está para aguantar la imbecilidad del otro y sus convicciones anacrónicas.

El mundo está cambiando, el viejo mundo expira, lento, quizás demasiado; las formas, los tratos, las relaciones de poder también están mutando. Mientras los cambios se hacen una realidad concreta, si estás mal, no aguantes, no tragues en seco, sal de allí. Recuerda la sabiduría de los pueblos primigenios y lárgate de donde no te sientas bien, simplemente… “Salta, ya aparecerá el piso”.

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