Nací en Barranquilla, una ciudad de puertas abiertas, llena de inmigrantes extranjeros y nacionales, donde las diferentes culturas abrieron mi mente y mi corazón.
La mía es una ciudad donde el realismo mágico permite que nuestra esencia se llene de alegría, música, baile y poesía.
Crecí en un vecindario donde todos nos sentíamos familia. Nos conocíamos los unos a los otros y por tanto no se necesitaba invitación para entrar o salir a jugar de casa en casa. Eran los tiempos donde las actividades sucedían en la calle y nos movilizábamos a pie por cuadras enteras buscando qué hacer.
Soy muy afortunada porque aún conservo las amistades de la carrera 52, con quienes compartí tantas memorias y vivencias. Fui libre de poder moverme entre la región caribe y el Valle del Cauca. En ambos lugares los programas eran al aire libre, montando a caballo, bañándonos en las playas del Golfo de Morrosquillo y Cartagena, en los ríos del Valle, manejando bicicleta o paseando en coche.
Hacíamos lunadas, fogatas con los de las fincas vecinas o con los primos nuestros o de las caleñas que adopté y con quienes todavía cuando nos encontramos recordamos tantos momentos y paseos compartidos.
¿Cómo olvidar los años de educación y formación? Mis compañeros de clase son otros hermanos que me dio la vida, a los que sigo viendo y a pesar del tiempo y la distancia mantenemos un vínculo indisoluble.
Recuerdo las estudiadas para los exámenes en casa de la una o de la otra. Los cumpleaños, las idas a cine, las reuniones que esperábamos con anhelo y los fines de semana que pasábamos disfrutando de un buen baño de piscina.
Tuve la suerte de estudiar y terminar mi high school fuera del país. Nunca me imaginé que las amistades que hice en este colegio serían tan importantes en mi vida. Al graduarnos, muchas perdimos contacto por no tener la conectividad de hoy en día, pero afortunadamente poco a poco fuimos reencontrándonos y a través de la una fui encontrando a la otra hasta que pudimos hacer nuestro primer reencuentro hace más de 15 años, y a partir de este momento, todos los años hemos seguido viajando y afianzando la hermandad en medio del cariño y el amor infinito.
Trabajé por muchos años en Barranquilla y gocé cada momento. Aprendí a querer y a bailar nuestro Carnaval. A gozar las playas cercanas, a amar al Junior, a disfrutar del arte en las galerías de la ciudad. Es decir, seguí cultivando a mis amigos y conociendo a los nuevos.
Después de un tiempo quise mudarme a Bogotá, y volví a reencontrarme con aquellos que había dejado de ver, oriundos del Valle del Cauca, de Barranquilla, de Cartagena y logré establecerme y conectarme con un grupo muy divertido. Parrandeábamos de lunes a lunes. Eran los tiempos del Unicornio. Muchos años después volví a mi terruño, al darme cuenta que habían pasado los años y mis padres me necesitaban.
Después de la muerte de ambos, comencé a agradecer por los ángeles que Dios siempre ha puesto en mi camino. Las amigas de mi madre me adoptaron y almorzaba en sus casas en determinados días de la semana. Las navidades las pasaba de una casa en otra. Las amigas de vida y de siempre me incluían hasta en sus idas a cine, cenas de los sábados con sus esposos, eventos familiares, paseos, idas a Cartagena o Bogotá. Y todo esto, para que no me sintiera sola.
En los últimos años he conocido a las amigas de juego, del costurero, del cartel, del trabajo, con quienes también he compartido grandes momentos y a quienes he aprendido a querer como si hubiéramos compartido lonchera desde niñas.
En la crisis de salud que tuve hace unos días todos estos ángeles que Dios ha puesto en mi camino se manifestaron de diferentes formas.
Manuela (mi compañera mayor) y Susana (mi cuñada) me acompañaron mañana, tarde y noche mientras estuve hospitalizada. Mi hermana me alegraba con sus visitas. Algunos me ayudaron con los médicos y la clínica, otros llamaban, estuvieron pendientes todos los días y en todo momento. Otros me acompañaron con sus oraciones que se multiplicaron en bendiciones y milagros. Muchos más me enviaron mensajes, me apoyaron económicamente, me visitaron en casa, me enviaron regalos, orquídeas, flores, frutas y matas.
Tuve unas escuderas que me complacieron, coordinaron, solucionaron y empujaron. Mis primos por parte de madre y padre se manifestaron con mucho cariño. Mis compañeros de trabajo me reemplazaron cubriendo mi puesto con amor y con muchas oraciones. A los directivos de la empresa, el Dr. Navarro, a Gestión Humana, que aún hoy me siguen ayudando y protegiendo.
Tampoco puedo olvidar al personal de la Porto Azul: al camillero, las enfermeras, los doctores, los especialistas. GRACIAS a la benevolencia de Dios, y al gran trabajo que realizaron pude superar esta crisis.
Mi ingreso a emergencia la firmó un pediatra, en lugar de un geriatra y siempre estuve monitoreada por un neurólogo, que creo no necesité, pero sus visitas diarias alegraban mi existencia. A todos ellos mis agradecimientos infinitos.
Como ven, solo puedo agradecer, agradecer y agradecer: a Dios y a la Virgen por no haberme soltado de sus manos y por brindarme esta nueva oportunidad de vida.
Los abrazo a todos y cada uno de ustedes por tantas oraciones, bendiciones, cariño, amor, amistad y generosidad.
Espero Dios se los multiplique. Nunca olvidaré cada gesto y cada detalle recibido. Los tengo grabados en lo más profundo de mi corazón.