Juan Alejandro Tapia
Columnista / 19 de agosto de 2023

Las botineras de la política 

La argentina Wanda Nara es un personaje difícil de explicar. No fue la primera en ganar notoriedad, pero con su manejo de las redes sociales y la complicidad de la prensa rosa de su país convirtió en una actividad muy lucrativa, casi que en una profesión, ser la esposa de un futbolista. Con ella la palabra ‘botinera’, empleada en el sur del continente para designar a las mujeres que utilizan todas sus herramientas para conseguir a un jugador que las lleve al altar, algo así como cazar para después casar, subió de estatus.  

Wanda fue, en principio, esposa de Maxi López, un ‘9’ de área con más publicidad que goles, tan torpe como voluntarioso, que por los buenos oficios de su empresario fue traspasado de River Plate a Barcelona y, siete años y cinco equipos después, fue a parar a la Sampdoria. Sin mayores condiciones, pero carismático y muy apreciado en el gremio de los jugadores, Maxi, a quien la vida le sonreía en Europa y tenía un hogar de portada de revista con tres hijos de comercial de Johnson & Johnson, cometió el error de llevar a vivir a su casa a un joven compatriota que había pasado por las divisiones menores del Barça y con el que, por la ruleta del destino, coincidió también en Italia: Mauro Icardi. 

La historia, cuya repercusión mediática creció como bola de nieve al brincar del mundo del fútbol al de la farándula, terminó en que Wanda dejó a Maxi para irse a vivir con Mauro, él sí lleno de goles y talento, y se llevó a sus hijos con su nuevo amor al Inter de Milán, que no tardó en darse cuenta del futuro prometedor del atacante argentino. El triángulo sentimental fue la comidilla de la prensa del corazón y catapultó la fama de Wanda a donde jamás había llegado otra botinera. Lejos de echarse a dormir en sus laureles, la señora Icardi se transformó en una máquina de hacer dinero e incluso tomó las riendas de la carrera de su marido como su representante. 

En Colombia, un nuevo modelo de Wanda, es decir, de botinera, ha empezado a hacer carrera, ya no en el fútbol, sino en la política. Mujeres esculpidas en el gimnasio o el quirófano que ven en el senador, alcalde, concejal o funcionario de alto rango un atajo al éxito de las camionetas blindadas, los apartamentos de cientos de metros cuadrados, la ropa cara, los viajes a Dubái o Punta Cana y la envidia de las demás. Y no estaría mal, como no es censurable la vida de Wanda, si no surgiera de una asociación muy delicada, que política es igual a riqueza.

Cuatro décadas atrás, los salarios de los futbolistas no deformaban los valores de la sociedad como ahora, cuando un jugador mediocre, que a duras penas puede parar un balón, recibe más dinero que el presidente de una nación. El auge de las telecomunicaciones infló sus bolsillos, lo mismo que la corrupción ha hecho en la política nacional. 

Casarse con un político destacado o entrar a formar parte de su familia representa, para algunas de estas nuevas botineras, acceder no solo a los beneficios mencionados, sino, a semejanza de la diosa Wanda, la posibilidad de iniciar un emprendimiento: interceder por contratistas, empujar proyectos, exigir cupos en dependencias públicas que luego son negociables por votos, recibir aportes para campañas que no son registrados en la contabilidad, en fin, todo lo que puede obtenerse de hablarle al oído a quien toma las decisiones. Están las que, como Wanda, por amor pasan de un político a otro, y las que, como Mauro Icardi con Maxi López, le quitan el suyo a su mejor amiga. Seguro conocen a varias.

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