Sereno, como quien no mata una mosca, el coronel (r) Hugo Aguilar, quien ha construido su leyenda en torno al muy dudoso honor de haber sido el policía que mató a Pablo Escobar -dudoso, primero, porque no es un acto para sacar pecho cuando quien lo cometió es otro criminal, y, segundo, porque es muy probable que el proyectil que causó la muerte del capo no haya salido de su arma-, declaró ante el tribunal de la Jurisdicción Especial de Paz (JEP) que fue uno de los fundadores de los ‘Pepes’, semilla del paramilitarismo en Colombia, y que miembros de la Policía participaron en las ejecuciones a socios, familiares, amigos, abogados y trabajadores del jefe del Cartel de Medellín.
La declaración de Aguilar, a quien la Corte Suprema de Justicia condenó a once años de prisión por nexos con los paramilitares y salió libre en 2022 tras pagar solo seis, fue recibida como un «bombazo» informativo por la prensa colombiana, cuando desde hace dos décadas las narcoseries y telenovelas del género mafioso han metido los pies en el barro de la historia de Colombia y han ahondado en las «revelaciones» del coronel más que cualquier tribunal, comisión estatal o que los mismos periodistas.
Ninguno de los horrores mencionados por Aguilar es nuevo para los amantes de estas producciones. Su participación en la creación del grupo Perseguidos por Pablo Escobar (Pepes) fue documentada en Bloque de Búsqueda, de 2016, con el actor Sebastián Martínez en el papel de ‘Gavilán’, alter ego de Aguilar. Sus vínculos con los hermanos Castaño Gil y con ‘Don Berna’, sus contactos con el Cartel de Cali, las incursiones armadas de policías por fuera de la ley a las comunas de Medellín para asesinar jóvenes bajo la sospecha de trabajar para Escobar, hasta la omisión de sus superiores, lo que convertiría su accionar en una política de Estado, fue profundizada por los guionistas.
Tampoco es un secreto para los seguidores de las narcoseries el papel de agente doble al servicio del narcotráfico y los paramilitares que cumplió en los años 80 y 90 el exdirector del DAS, Miguel Maza Márquez. Basta ver los capítulos más duros de El patrón del mal, de 2012, ícono latinoamericano del género, para entender la participación y contradicciones del general, condenado en 2016 por el magnicidio de Luis Carlos Galán. Como no es novedad la cercanía del agente norteamericano Javier Peña, de la DEA, con los jefes del Cartel de Cali y los comandantes paramilitares del Magdalena Medio, todas estas «revelaciones» de Aguilar en su audiencia frente a los magistrados de la JEP.
Los agentes Peña y Steve Murphy, fundamentales para la caza de Escobar, son el hilo conductor de la aclamada serie Narcos, de 2015, uno de los primeros éxitos mundiales de la plataforma Netflix. Peña, interpretado por el hoy reconocidísimo actor chileno Pedro Pascal, estuvo presente, según el testimonio de Aguilar, en una reunión con el paramilitar Ramón Isaza, amo y señor del Magdalena Medio, para impedir el paso del narcotraficante por su región.
La importancia de Javier Peña en la búsqueda del jefe del Cartel de Medellín, no como un agente heroico enviado por el imperio del orden sino como un gringo rudo dispuesto a traspasar cuantas veces fuese necesario la frontera de la legalidad, es conocida por los colombianos casi que exclusivamente por la producción de Netflix.
Griselda, con la cara deformada de Sofía Vergara como carta de presentación, es otro pedazo de la historia no oficial del país que será contado por esta plataforma antes que por tribunales o comisiones de acercamiento a la verdad. Así como la mediocre teleserie Sin tetas no hay paraíso o la no menos mala Las muñecas de la mafia fueron las primeras en aproximarse a la problemática de la estética del narcotráfico y la prostitución femenina para los capos de la droga como peldaño de ascenso social. Casos como el de las ocho escorts colombianas secuestradas en México a principios de este mes son muestra de que la sensibilidad de los productores y guionistas es más aguda que la de jueces, fiscales, sociólogos, académicos y periodistas.
En 2008, El Cartel de los sapos, que por estos días es retransmitida en la televisión colombiana, dejó al descubierto la historia casi desconocida de un grupo de traficantes del norte del Valle tan o más poderosos que los de Medellín o Cali. Y El señor de los cielos, la joya de la corona de Telemundo, con ocho temporadas al aire, no tuvo reparo en señalar a generales venezolanos como parte activa de la operación de tráfico de drogas, en asocio con la guerrilla colombiana y los carteles mexicanos, cuando el gobierno bolivariano lo negaba.
Las narcoseries han vendido una imagen negativa de Colombia, no necesariamente falsa, sino falta de matices y, en la mayoría de las producciones, de rigor. Es el riesgo de dejar en blanco un espacio de la memoria nacional por temor al espanto o de tardar décadas en llenarlo, como ocurrió con el valorado Informe Final de la Comisión de la Verdad, que no por alabado resulta extemporáneo. Que el vacío es ocupado por el relato particular y la televisión termina por dar lecciones de historia