Juan Alejandro Tapia
Columnista / 27 de abril de 2024

Pensionado

Se veía lejos este día. Hace veintiséis años, cuando firmé mi primer contrato de trabajo y la asignación salarial me pareció suficiente para un recién graduado que respiraba y comía periodismo las veinticuatro horas, sin responsabilidades en el hogar ni otras preocupaciones, el futuro era un sueño brumoso en el que apenas alcanzaba a distinguir una escalera al éxito, y la pensión, que en el momento mismo de la rúbrica comencé a pagar con mis aportes, un trámite sin importancia del que jamás pensé beneficiarme.

Pero no hay plazo que no se cumpla ni deuda que no se pague, y por estos días, con el debate candente de la reforma pensional del presidente Petro como telón de fondo, he descubierto -no sé si con entusiasmo o espanto-, tras una revisión pormenorizada de los aportes cotizados en el sistema, que ya casi completo las semanas requeridas para convertirme, ante los ojos del Estado, en un pensionado.

El espejo no me devuelve la imagen que he construido en mi cabeza de cómo debe verse un pensionado, pero es un truco de ilusionismo barato. El tiempo, implacable, no tiene favoritos. En un parpadeo tendré la edad exigida por ley para pensionarme y en otro parpadeo iré al cajero electrónico a retirar mi primera mesada. ¿Que haré después? No lo sé. Nunca tuve un plan para irme de mi propia vida.

Con la pensión a la vuelta de la esquina te ves a ti mismo sentado en una butaca como espectador solitario de la película de tu vida: personas, lugares, triunfos y arrepentimientos son proyectados sobre la lona de la memoria hasta que, de repente, te encuentras cara a cara con la pregunta que define tu estancia en la Tierra y para la que nadie distinto a ti tiene la respuesta: ¿qué he hecho con mi tiempo?

Si bien cada uno afronta esta carrera contra el reloj a su manera, es innegable que la noción del tiempo es más cruda cuando te acercas a la meta y el disparo de largada es un eco que solo permanece en el recuerdo. Llega, también, el inevitable balance económico, pues treinta años de vida laboral quedarán resumidos en cuánto dinero recibirás, sin importar el esfuerzo.

Nada de esto lo escribiría si el presidente Petro no hubiera sacado al país del discurso taquillero de la guerra para abordar los temas que importan: pensiones, salud, educación pública gratuita, medio ambiente, equidad, oportunidades, reconciliación. Quizá todo salga mal debido a su más que probada dificultad para gestionar y ejecutar, pero, al menos, nos ha puesto a hablar de otra cosa.

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