Patricia Escobar
Columnista / 3 de julio de 2021

Poco o nada

¿Qué nos ha dejado está dura pandemia?, ¿qué nos han dejado el paro y las marchas en Colombia? Son dos preguntas que me hago después de 16 meses de la primera condición y 2 de la segunda. Y las respuestas, en mi caso, nacen de lo individual, porque cifras hay muchas y muy distintas.

Yo pienso que ambas situaciones han descubierto el lado más oculto de la humanidad, y en la mayoría de los casos, lo que percibo me aterra. Pero además percibo, espero estar equivocada, que poco o nada hemos aprendido.

De alguna manera, cuando todo esto comenzó el mundo empezó a gritarnos las terribles desigualdades en todos los campos y empezó a mostrarnos cuán atrasados estábamos en un aspecto básico en la vida como la salud, por ejemplo. Tantos enfermos buscando una atención médica que no encontraban porque se carecía de hospitales, de dotaciones, de personal capacitado. Pero también éramos, ¿o somos?, muy lejanos a la investigación científica, al conocimiento profundo de la medicina con todas sus opciones, a los laboratorios, a la prevención y el cuidado del ser humano.

Sobre la marcha comenzaron a solucionarse las cosas, pero aún hoy después de tanto tiempo, los problemas siguen allí con una manada de corruptos al asecho, con “médicos” falsos, que sin ningún recato “ejercen” para lucrarse; con directores de hospitales y autoridades que pelean como fieras un puesto, por algún motivo no claro y que obviamente no está asociado al apostolado de servicio, y con personas que manipulan para su beneficio algo tan sagrado como la vacuna.

Pero esas diferencias abismales no solo se vieron en el sistema de salud. Se están presentan en todos los campos. Hasta ahora, escuchamos que hay muchas familias que a duras penas comen dos veces al día. Nada nuevo, pero cada día son más las familias que están en esa situación y cuyas cifras se hacen públicas. Si no hay para comer no puede haber paz, ni mental, ni física. Un padre de familia con hambre puede llegar a matar, y ello también podría ser la causa por lo que se ha aumentado la violencia y la inseguridad, y se produjeron los gritos de las protestas. Pero si no hay comida, tampoco se desarrolla el cerebro de niños y jóvenes, y las enfermedades encuentran un campo propicio para desarrollarse.

No hay salud, no hay alimentos y tampoco hay buena instrucción. Las escuelas, colegios y universidades enviaron a sus alumnos a la casa y les tocó migrar a lo digital, que ya en el mundo se utilizaba, pero que en Colombia no estábamos, ni estamos preparados estructuralmente (no hay redes y las que hay no están actualizadas, ni son suficientes. El internet es pésimo y no todos los estudiantes cuentan con un computador, una tablet o un teléfono inteligente), no se conocía el manejo tecnológico, ni sus múltiples posibilidades. Los colombianos no estábamos acostumbrados a estudiar a distancia y los maestros tampoco saben cómo llegar.

Y adicional a todo esto, que debería abrirnos los ojos y cambiarnos el chip, está el cierre de fábricas y empresas, mientras el sector financiero y farmacéutico se fortalece, y con ese cierre, el aterrador desempleo y las miles de formas de “rebusque” que algunos han podido implementar.

Uno esperaría que este panorama oscuro nos hiciera reflexionar sobre la necesidad de ser personas alejadas de la corrupción que empieza por el “rompimiento” de normas mínimas de la sociedad y con una excusa de frente que aceptamos o justificamos.

Esto que hemos vivido debería permitirnos ser más solidarios con nuestros congéneres y menos egoístas ante las necesidades y requerimientos de una sociedad que está muriendo en medio de la soledad, el abandono y el señalamiento. En medio del hambre y de la indiferencia. En medio de la polarización y los ataques en redes sociales.

Si uno pudiera medir los impactos reales de la pandemia y la protesta, yo creo que la balanza se inclinaría mucho más a que de ello no hemos aprendido nada. O hemos aprendido muy poco. Dios quiera que yo esté equivocada.

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