Juan Alejandro Tapia
Columnista / 6 de abril de 2024

Razones para no entendernos

Una sociedad que no sabe debatir, como la nuestra, desvaloriza el poder de la argumentación y termina por naufragar en el mar de la histeria. Somos un país sobreexcitado, que jamás logrará ponerse de acuerdo mientras revuelva en la misma coctelera información con activismo, que es como intentar mantener la cabeza fría cuando la sangre hierve.

El debate por el futuro del sistema de salud es el mejor ejemplo. Razones hay, de lado y lado, pero al primer asomo de un dato, un análisis o una reflexión que pueda llevarnos a perder un centímetro de terreno ganado, la posibilidad de que el contrario -asumido como el enemigo- nos desplace obliga a cerrar los ojos y hacer oídos sordos con tal de no entender. Y esa es la muerte del debate.

La construcción argumentativa tiene dos finalidades: convencerse y convencer, en ese orden jerárquico. Nace del análisis personal, íntimo, y trasciende a los demás cuando la hacemos pública con el uso de expresiones como «yo creo», «me parece», «desde mi punto de vista». Pero ¿cuál es la composición ‘química’ de un argumento? Si tomamos la fórmula del agua como referencia (H2O), ¿dos átomos de información (I) por uno de emoción (E) o lo contrario?

En el primer caso, I2E, el resultado es la formación de una opinión; en el segundo, E2I, activismo puro y duro. Opiniones diferentes pueden coexistir en un mismo debate con o sin conciliación, solamente por respeto; activismos distintos, por el contrario, chocarán irremediablemente cada vez que estén frente a frente.

La naturaleza del activismo es imponerse a toda costa, someter al otro, hacerlo desaparecer si es el caso, nada más alejado del debate, cuya finalidad no es la victoria sino la comprensión y el reconocimiento de lo opuesto.

Con la problemática del sistema de salud, la reforma propuesta por el presidente Gustavo Petro -hundida en el Senado- y la intervención de las EPS ha ocurrido tanto de lo primero como de lo segundo. Un sector de la sociedad opina que el modelo de salud implementado desde los años noventa está en crisis y tiene fallas estructurales que requieren un cambio profundo; otro sector considera que el sistema no es perfecto, pero en lo esencial funciona correctamente y solo necesita ajustes. Estas posiciones, que agrupan toda la escala social, desde el ciudadano de a pie hasta el que cuenta con medicina prepagada, podrían reconocerse mutuamente y llegar a un acuerdo.

Los que no están en capacidad de hacerlo son los miembros del Gobierno, de Petro para abajo, con sus áulicos en la prensa y las redes sociales, ni los opositores viscerales que todavía no aceptan la asunción democrática del exguerrillero al sillón presidencial, estos también con soldados en los medios de comunicación y las cuentas de X, Facebook y Tiktok, dispuestos a disparar a matar cada mañana.

Nada ha hecho más daño en el debate a la salud que la falta, precisamente, de un debate de argumentos y no de pasiones entre quienes tienen la facultad de decidir por los demás y quienes conducen la opinión pública.

Son ellos los que han incendiado el país al punto de volver controvertible lo que no tiene forma de refutarse. Ejemplos: que el primer gobierno de izquierda de la historia ha pasado con más pena que gloria lo sabe hasta el mismísimo Petro. Y que los policías de la manzana conocen dónde están ubicadas las ollas de droga, prostitución y extorsión, como les reprochó esta semana el presidente en su cara, es una verdad de Perogrullo para cualquier colombiano. Pero los activistas de bando y bando viven de negarlo.

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