Vanessa Restrepo Hoyos
Columnista / 11 de septiembre de 2021

Regreso al oscurantismo

No habían alcanzado a retirarse por completo las tropas estadounidenses cuando ya los talibanes habían tomado el control de Kabul, capital de Afganistán, un país de Asia Central conformado por un rompecabezas étnico, religioso, tribal y lingüístico, cuyos civiles han sobrevivido guerras, conflictos internos, pobreza y destrucción, en especial, las mujeres quienes han sido sus principales víctimas.

A raíz de lo sucedido recientemente, quise saber más sobre esta nación musulmana que nuevamente se encuentra en el foco de todas las miradas. Lo poco que sabía lo había leído en las novelas, “Cometas en el cielo” y “El librero de Kabul” , pero ninguno de los dos me reveló que a mediados del siglo pasado, Afganistán era un país que iba viento en popa y que las mujeres de Kabul una vez llevaron una estilo de vida occidental.

De hecho, en los 60, el gobierno había redactado una nueva constitución que otorgaba a sus ciudadanos la libertad de expresión y religión y poco antes, en 1959, cuando aún existía la monarquía afgana, Humaira, la reina consorte del último rey, Zahir Shah, gran defensora de los derechos de la mujer en el país, salió en público sin su chador (velo con el que las mujeres musulmanas se cubren la cabeza y parte del rostro), durante la celebración de los 40 años de independencia de Afganistán de los británicos.

Esta escena marcó un hito en las mujeres afganas, quienes comenzaron a lucir sus cabelleras sueltas fuera de casa. Fue su época dorada. Podían votar, estudiar en la universidad, trabajar y ejercer cargos públicos. Incluso, había movimientos feministas.

También disfrutaban del cine, los restaurantes y  bares de jazz. Vestían a su gusto y asistían a desfiles de moda que traían las nuevas tendencias de la temporada.

En resumen, Kabul era una de las ciudades más occidentalizadas de Asia y turistas de diversas latitudes lo visitaban sin ningún tipo de recelo.

Increíble que en un país donde una vez las mujeres fueron libres como el viento, poco a poco se les haya ido cortando sus alas, su voz y peor aún, su espíritu, cuando en otras naciones, musulmanes, con o sin conflictos, las mujeres continúan disfrutando de estos derechos.

Qamar Fazal, de la revista española, Atalayar entre dos orillas, señala en su columna del 4 de marzo de 2021, “La mujer en el islam”, que ciertos derechos fundamentales conseguidos por la mujer en el siglo pasado como el del voto, la herencia, el divorcio, el trabajo, el poseer bienes propios o el acceso a la educación, ya estaban en el Sagrado Corán desde el siglo VII.

Y continua explicando que, “el islam enseña a hombres y mujeres que, a pesar de haber sido creados de manera diferente y de tener diferentes responsabilidades en la sociedad, son iguales en lo referente a su estatus espiritual, intelectual y social, tal y como se menciona en el Sagrado Corán: “Y ellas (las mujeres) tienen derechos similares a los que ellos tienen (los hombres) en justicia” (2:229)””.

Entonces, ¿por qué en Afganistán ha sido diferente? Según Fazal, pese a que el verdadero islam favorece los derechos e igualdad de las mujeres, existen pueblos y sociedades cuyas normas de convivencia abandonaron las pautas indicadas por el Sagrado Corán.

Asimismo lo explica la periodista y fotógrafa peruana Xaviera Medina, quien trabajó en ese país por tres años,  en su artículo publicado en Open Global Rights, el 2 de octubre de 2014. “Las complejas relaciones entre la mujer y el islam están definidas tanto por textos islámicos, como por el contexto histórico y social. Con frecuencia, un mismo pasaje puede interpretarse de muchas maneras, dependiendo de los líderes religiosos, lo que resulta en marcadas diferencias en la práctica al interior de diversas sociedades islámicas”.

En el caso de las mujeres afganas, todo comenzó con la diferencia de clases  y estilo de vida “liberal” entre la sociedad de la capital y los grupos tribales que conformaban el 80% de la población del país, quienes miraban con otros lentes las tradiciones del islam.

Así, activistas islámicos se fueron formando con el fin de defender las costumbres islámicas de manera más estricta. Paralelamente, un partido  comunista se alzaba. Dos polos completamente opuestos.

De aquí en adelante, comenzó la fisura y el declive de Afganistán. Primero con el derrocamiento de la monarquía por medio de un golpe militar en 1973 por parte de los comunistas, donde no había cabida para la religión, reprimiendo principalmente a islamistas y a clérigos musulmanes.

Años después, los muyahidines (combatientes de la guerra santa) se fortalecieron con el objetivo de implementar un sistema islámico puro que iba en contra de las ideas comunistas. Afganistán sucumbía en una guerra civil.

En otro frente, se encontraba la Guerra Fría y Rusia, país con el que limita Afganistán en el norte, empezó a mandar tropas para prevenir un levantamiento de los 50 millones de musulmanes que había en la Unión Soviética.  Por su lado, Estados Unidos equipaba a los muyahidines con armamento para evitar el esparcimiento del comunismo en la región.

Mientras tanto, la población civil pagaba las consecuencias entre bombas y asesinatos a quienes apoyaran cualquiera de los dos bandos, sin saber que lo peor estaba por venir.

Con la victoria de los muyahidines, se fueron los rusos, pero llegaron las ideas radicales con respecto a la pérdida de los derechos de la mujer. Ninguna niña mayor de 8 años podía tener acceso a una educación, ninguna mujer podía trabajar o  salir a la calle sin su burka (velo que tapa la cara y el cuerpo con una pequeña rejilla a la altura de los ojos) y menos sin un acompañante masculino. En pocas palabras, no tenían ni voz ni voto.

La libertad de la que habían gozado las que hoy en día son abuelas, quedaba en un pasado glorioso que recordaban con sinsabor al saber que sus propias hijas y nietas, que deberían contar un futuro prometedor, ni siquiera tendrían la oportunidad de oler las delicias de las que ellas habían disfrutado en la primavera de sus vidas.

En 1996, con la población civil desmoralizada y llena de miedo, entraron en escena los talibanes (estudiantes del islam), ofreciendo restaurar la paz, el orden y la moralidad por lo que el pueblo afgano los recibió con brazos abiertos.

Y si bien regresó la calma a las calles, con ella, se endureció aún más el trato hacia las mujeres. Habían caído en la boca del mismísimo lobo, perdiendo más que su libertad: sus vidas si no cumplían la sharía (sistema legal islámico) rigorista.

Debido a los ataques del 11 de septiembre, tropas americanas e internacionales llegaron a Afganistán en 2001 con el fin de expulsar a los talibanes. Organizaciones humanitarias trabajaron en promover una transición democrática en el país, así como en reconstruirlo.

Durante estos 20 años, las mujeres afganas de las principales ciudades del país, pudieron respirar nuevamente. Las niñas volvieron a la escuela, las mujeres, a trabajar y sobre todo, a recuperar su dignidad, pero  en medio de una tensa paz y del constante acecho de los talibanes quienes siempre estuvieron esperando el momento oportuno para regresar, hasta lograrlo el mes pasado.

Y pese a que este régimen autoritario ha expresado una gestión más flexible en el trato hacia las mujeres, la creencia tanto de afganas fuera como dentro del país, es que van de regreso al oscurantismo.

Solo espero que estos últimos años de libertad les hayan brindado las herramientas y fortaleza para no volver a dejarse cortar sus alas, callar sus voces ni romper sus espíritus.

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