Vida Cultural / 27 de mayo de 2020

¿Se acabó la rumba?

Cada día son más los sitios de entretenimiento que cierran sus puertas para siempre debido a la crisis sanitaria mundial.

Patricia Escobar

El estribillo de “La rumba se acabó”, de The New Swing Sextet anunciaba, en la mayoría de los establecimientos nocturnos de Barranquilla, que ya era hora de ir cancelando las cuentas porque el horario de cierre estaba llegando a su final. Hoy esa frase parece ser el indicativo de lo que le espera a la ciudad, una vez pase la emergencia sanitaria. 

Para nadie es un secreto que el sector del entretenimiento, por prevención, fue el primero en cerrar. Es más, muchos lo hicieron el fin de semana anterior a la declaratoria nacional de cuarentena. Tampoco es un secreto que será el último en abrir, porque su esencia es la gente, el compartir face to face, o cuerpo a cuerpo, el reír, abrazar, bailar, y parece que eso es lo que más le gusta al virus.

Con el resurgir de Barranquilla, había florecido aquí la vida nocturna. La ciudad contaba con un sinnúmero de restaurantes, bares, estaderos, discotecas, cafés, licoreras, y otros sitios de encuentro para la diversión, que no sólo aportan a la economía local y regional, sino que estimulan el turismo, porque la ciudad sí tenía sitios adonde ir y compartir, para todos los gustos y presupuestos.

Como a todos, la situación los cogió por sorpresa. La mayoría pensó que la cosa pasaría rápido, pero hoy, después de tres meses de inactividad, ya el aguante, o la organización, ha comenzado a quebrantarse hasta el punto de que ya se han cerrado tradicionales establecimientos de la ciudad. Y no es para menos: los costosos alquileres, los servicios públicos que no disminuyen, aunque las puertas estén cerradas al público, los compromisos previos y hasta las nóminas, ahogan a cualquiera que no tenga la posibilidad de vender lo que sabe vender: entretenimiento. Las ventas a domicilio o vía internet no dan para absorber los costos, y cada día son menos los compradores, porque –para todos– tener algo de plata es un lujo que hay que cuidar.

Checo Acosta sufre la crisis desde dos frentes: como músico, él y su orquesta están varados como muchos de sus colegas, y el bar restaurante que tiene (La Oficina de Checo) ha tratado de sobrevivir con los domicilios, pero éstos no dan para pagar más de 35 millones de pesos mensuales en arriendo, servicios y parte de la nómina. De ese establecimiento viven diez familias, de las cuales cinco son de trabajadores directos. Y eso sin contar al `cuida carros´ y a la señora que se colocaba afuera para ofrecer chicles y cigarros, ni a los proveedores, ni a los músicos que allí hacían presentaciones.

Aunque quiere tomar todo con tranquilidad, Checo piensa que si de aquí a Julio el panorama no se despeja, tendrá que cerrar definitivamente.

Cerca de allí está La Licorería, un lugar de rumba sana para personas mayores de 30 años, que opera en la esquina de la calle 74 con 45 desde hace 40 años, que se niega a desaparecer y que espera que se habilite pronto, por lo menos el servicio de restaurante que ellos ofrecían alternamente en los últimos tiempos.

Por fortuna, el local es propio y sus costos fijos, con puertas cerradas son un poco más de tres millones de pesos. Tenían cuatro empleados fijos y eventuales, que trabajaban por turnos,10 personas más.

Unos metros más allá, un pequeño bar de rock, 4ob, con nueve años de existencia, con cinco familias que dependían de él. Su propietario ha tratado de mantener vivo el nombre con conversatorios virtuales y la programación de la música que lo identifica en las redes. A pesar de que negoció con la propietaria del local, sus costos mensuales están cercanos a los cuatro millones de pesos y en estos momentos, aunque ya está preparado para abrir con todas las medidas de bioseguridad, no sabe cuánto tiempo más pueda seguir sacando plata de un negocio que no produce y al que la banca no apoya a pesar de los anuncios gubernamentales, debido a que su futuro es incierto.

También cerró para siempre Canta gallo, bar-discoteca. Las grandes discotecas como Trucupey y Díscolo confían en que antes de octubre puedan abrir. Cada una de ellas maneja los fines de semana un promedio de 50 personas que devengaban lo indispensable para vivir.

Se calcula que en el país hay más de 50 mil bares que ocupan a un poco menos de un millón de personas, y que los que tienen mayores probabilidades de sobrevivir a un cierre prolongado serán los que tienen locales propios, ya que el alquiler es el rubro más alto que generalmente pagan quienes se dedican al entretenimiento.

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