Su nombre no necesita presentación. Fue grande entre las grandes mujeres del siglo XX en nuestro país. Nació y vivió para danzar. Nunca jugó con muñecas. Lo suyo fue la cadencia de la música de tambores, y desde muy pequeña los retazos de tela le servían de polleras para bailar cumbia y bullerengue con un gramófono en la casa de la abuela, y para telón de improvisadas presentaciones a las amigas de la cuadra en su amada Barranquilla.
Sonia Osorio, directora del Ballet Folclórico Nacional de Colombia hasta el fin de sus días, era adrenalina pura. La palabra que mejor la describía es arrojo. Era un volcán en constante ebullición. Explosiva, emprendedora, irreverente, creativa, sensible, exigente, malgeniada –a ratos–, expresiva, de carácter fuerte, malhablada, apasionada, arrolladora y con una gran sensibilidad artística y sentido de la estética.
Ariana de nacimiento, los primeros seis años de su vida en Barranquilla, al lado de su abuela, marcaron su destino. Allí, influenciada por su nana que bailaba todo el día, subió por primera vez a un escenario, con las hermanas Arrieta y Amira de la Rosa, quien años más tarde fuese una reconocida poetisa y escritora de obras teatrales.
Fascinada por la danza y atraída por las notas del piano que interpretaba magistralmente su madre, Sonia respiraba arte en familia. Su padre, diplomático, escritor y dramaturgo, tenía una extensa biblioteca en la que aprendió a familiarizarse con Boticcelli, Miguel Ángel, Degas y Matissé, entre otros grandes.
Las misiones diplomáticas de su padre la llevaron a viajar por el mundo desde temprana edad. A los 11 años se inició en balé clásico en el Ecuador. Más adelante fue alumna de Martha Graham, excelsa bailarina de danza moderna en Nueva York, y tomó clases de coreografía en la Ópera de París.
Una vez casada con el maestro Alejandro Obregón, mientras residían en París, no perdió la oportunidad de asistir como observadora a La maison de la dance, fundada por Ana Paulowa, sitio de ensayo obligado de todas las compañias que llegaban de gira a la ciudad luz. Ahí conoció más de cerca sobre las danzas africanas, hindúes, árabes, españolas, orientales y demás.
A su regreso al país empezó sin propónerselo a escribir la historia del Ballet Nacional de Colombia, íntimamente ligado a su tenacidad, empuje y capacidad de gestión. Primero fundó la Escuela de Ballet y Danza Moderna Sonia Osorio, que luego evolucionó al Ballet de Sonia Osorio y en la administración del entonces presidente Misael Pastrana, se le dió el estatus de Ballet Folclórico Nacional de Colombia.
Mas en los ires y venires de esa evolución, en Barranquilla fue criticada en un principio por querer llevar a la tarima de la reina del Carnaval y a las comparsas de los clubes danzas autóctonas, cuando la moda era mostrar danzas internacionales. La cumbia, el mapalé y demás danzas de origen nacional eran reservadas para la calle. Sin embargo, no se dejó amedrentar y logró el contrato. Las críticas no se hicieron esperar, no por la calidad del show que aplaudieron hasta el cansancio, sino por la falta de lentejuelas y brillo en la indumentaria, lo que corrigió de inmediato.
Su salto al estrellato fue en la coronación de la barranquillera Julieta Devis como Reina Nacional del Folclor, en Ibagué. Meses más tarde vino su primer lleno total en el Teatro Colón de Bogotá, con sobrecupo de más de 10 personas por palco, toda una semana.
Sonia, vanidosa y cuidadosa de su imagen, como se lo enseñó la abuela, puso de moda la manta guajira como su traje de gala en cada salida al escenario a presentar el ballet folclórico más ovacionado de todos los tiempos en Colombia y el mundo.
Esta mujer de ojos amarillo gateado y mirada penetrante, que amó profundamente al maestro Obregón, que tuvo cinco hijos de tres matrimonios, que no le importaba abiertamente reconocer que Martín Pescador, el nieto que le dio Silvana, su única hija, era el candado de su corazón y su polo a tierra, le dio a Colombia 152 trofeos internacionales y el primer lugar en todos los festivales de categoría que participó en el exterior.
Esa es la Sonia Osorio que recordamos, la bailarina que en sus años mozos, con una plasticidad envidiable, podía exigirle a su cuerpo dar un salto de dos metros sin que los huesos se resintieran para mostrarle a sus bailarines cómo se menea la cadera para bailar un buen mapalé.
Se murió hace 10 años, el 28 de marzo de 2011, sin nunca dejarse fotografiar sonriente, porque según decía, su rostro sonreído no “registraba” bien, y se llevó consigo la angustia del futuro del balé que dirigió por más de 50 años. Por fortuna y por el bien de Colombia, el balé vive y sobrevive los embates de la pandemia, mientras Sonia desde el otro mundo mira cómo trasciende y evoluciona su obra maestra.