Cuando hablamos de bondad, fe y obras en el territorio atlanticense, indudablemente hay que referirse a monseñor Víctor Antonio Tamayo Betancourt, más conocido como el “padre Tamayo” o, sencillamente, ‘Tamayito’.
Este sacerdote, muy querido en Barranquilla y los municipios del Atlántico, testigo de importantes eventos y momentos del acontecer local, promotor de grandes obras sociales y gestor de la construcción de muchos templos parroquiales, nació en Anorí, Antioquia, el 20 de julio de 1937. Llegó a la capital del Atlántico veinte años después con la ilusión de conocer el mar y ser sacerdote. El 20 de diciembre de 1964 fue ordenado presbítero para la Arquidiócesis de Barranquilla, donde ha trabajado incansablemente por la Iglesia y para la Iglesia.
Hoy, a sus 84 años de edad, lleva una vida más reposada y es el “huésped de honor” de la Catedral Metropolitana María Reina. Allí vive en medio de las celebraciones eucarísticas, la oración, las atenciones cariñosas de los más cercanos y el merecido descanso por tantos años de entrega a la obra evangelizadora en Barraquilla y el Atlántico.
Lo conocí de cerca en agosto de 1999, cuando comencé a trabajar en la Arquidiócesis de Barranquilla como delegado de comunicaciones y relaciones públicas. Ya tenía sus cabellos blancos, pero su agilidad me sorprendía; así como su bondad, su sencillez, su amabilidad, su sentido del humor y su cercanía con todos los que se le atravesaban por el camino. Sin duda, este personaje se convirtió para mí en fuente de inspiración vocacional para el sacerdocio.
En su segundo periodo como párroco de la catedral, que se dio durante el gobierno pastoral del arzobispo Rubén Salazar Gómez (el primero fue con el arzobispo Germán Villa Gaviria), a nuestro querido ‘Tamayito’ se le ocurrió la idea de conseguir un millón de amigos para que cada uno donara “mil pesitos” y lograr así la suma de mil millones de pesos que se necesitaban para las obras de refacción del templo catedralicio. Esto fue en agosto de 2002. Aunque no se alcanzó la meta en dinero, este sacerdote, pequeño de estatura y grande de corazón, logró algo mucho más importante: recordarnos que para Dios y su Iglesia hay que soñar en grande y trabajar duro.
Entonces, monseñor Salazar nos animó a organizar, en forma y concepto, una campaña de donativos para la catedral. Fue así como el arzobispo nos encomendó a monseñor Tamayo y a este servidor, a finales de julio de 2003, que visitáramos a la comunicadora María Patricia Dávila, directora de la agencia Dávila Publicidad & Marketing, para que nos asesorara en el tema. La propuesta de María Patricia fue organizar un gran evento que se llamara ‘Catedratón’ y que fuera liderado por monseñor Víctor.
El último domingo de agosto de ese año se realizó por primera vez ‘Catedratón’, en el Estadio Romelio Martínez. Fue como un festival gastronómico con una gran tarima para presentaciones artísticas, con momentos de transmisión en directo por Telecaribe. Teníamos como meta 350 millones de pesos, la cual se duplicó. Esto llevó a que los monseñores Rubén y Víctor anunciaran que la catedral, como templo madre de la arquidiócesis, ayudaría a sus hijas más pequeñas y necesitadas, es decir, las parroquias ubicadas en los sectores más vulnerables de Barranquilla, de los municipios y de los corregimientos del Atlántico.
Así comenzó a escribirse esta historia llamada ‘Catedratón’, en la que él, ‘Tamayito’, es protagonista. Oremos por él y sigamos apoyando las obras que, inspirado por Dios y la Virgen Madre, nos ha compartido como fruto de su ministerio sacerdotal. Es el mejor homenaje que podemos hacerle. (Delegado de Catedratón, Arquidiócesis de Barranquilla)