Vanessa Restrepo Hoyos
Columnista / 15 de enero de 2021

Tan cerca y tan lejos

Ciudad de Panamá queda a sólo unos 50 minutos de vuelo de varias de las principales ciudades de Colombia y a poco más de una hora de Bogotá. Así de cerca estoy de mi país natal y a la vez, tan lejos.  

No sólo por el cierre de cielos que hubo entre ambos países de marzo a octubre o por la probabilidad latente de que vuelvan a cerrarlos, sino por la sofocante cuarentena que vivimos a lo largo de cinco meses aquí en Panamá. Una, que dejó a la economía muy golpeada y a nosotros como individuos, drenados emocionalmente.

Fueron cerca de 150 días en donde las mujeres sólo podíamos salir los lunes, miércoles y viernes, únicamente por dos horas al día con base en nuestro último número de cédula y los hombres martes y jueves, además de algunos sábados por dos horas, pero con todos los domingos encerrados.

Los niños ni siquiera podían bajar al área social de sus edificios, no se podía ejercitar al aire libre, se instalaron cercos sanitarios para evitar la movilización hacia el interior del país, las visitas a las playas y balnearios quedaron prohibidas, los comercios y restaurantes fueron cerrados y las obras de infraestructura pública frenadas, entre otras cosas, además, de una la ley seca que se implementó por unos dos meses.

Luego de pasado el confinamiento, el toque de queda que se impuso de 11:00 p.m. a 5:00 a.m. nunca se levantó y hace cerca de un mes lo reforzaron, comenzando desde las 7:00 p.m.

Cuando pensamos que ya no nos iban a encerrar más, nuevas restricciones fueron aplicadas para mitigar la propagación del COVID-19 que empezó a cobrarnos caro nuestros casi cuatro meses de libertad.

El Ministro de Salud, Luis Francisco Sucre, anunció la semana antes del 24 de diciembre, que los días previos a la Navidad y al fin de año, las mujeres solamente podíamos comprar en comercios los lunes y miércoles y los hombres, los martes y jueves.

Adicionalmente, puso en marcha dos nuevos períodos de cuarentena total para las festividades: la primera, desde el 24 de diciembre a las 7:00 p.m. hasta el 28 a las 5:00 a.m. y la segunda, desde el 31 de diciembre hasta el 4 de enero de 2021 bajo el mismo horario.

La ley seca estuvo nuevamente a la orden del día, los cercos también y tanto los supermercados como las farmacias brillaron por su ausencia. Únicamente las hospitalarias permanecieron abiertas al público por medio de domicilios.

Pero, parece que esto no bastó y como cereza del pastel, el 27 de diciembre, apareció nuevamente en pantalla el ministro Sucre, para comunicarnos que desde el 4 de enero de 2021 en la provincia de Panamá, en donde se encuentra ubicada la capital y la provincia de Panamá Oeste, quedábamos todos encuarentenados hasta el 14 del mismo mes, sin jornada laboral y bajo unas medidas bastante parecidas a las  impuestas al comienzo de la pandemia en marzo.

Esta montaña rusa de disposiciones volvieron a ensombrecer el panorama y a bajar los ánimos, poniéndonos en alerta sobre el aumento exponencial de los casos positivos en tierras canaleras, los cuales desde principios de diciembre empezaron a rondar los 3,000 de unas 10,000 a 15,000 pruebas realizadas por día y obligándonos a pasar la Navidad, el Año Nuevo y los primeros catorce días de enero de puertas para adentro a quienes decidimos quedarnos o no pudimos salir del país.

Mientras tanto, el  pasado domingo, 10 de enero, el Instituto Conmemorativo Gorgas de Estudios de la Salud (Icges), confirmó la presencia en el país de la mutación D614G, que, pese a no ser la misma encontrada en Inglaterra, es igualmente transmisible y responsable por el 70% de los casos actuales de COVID-19 en Panamá.

Finalmente y para concluir esta telaraña de fechas y horarios, el 12 de enero el Ministerio de Salud (MINSA), por fin flexibilizó un poco las medidas a partir del 14 de enero con un toque de queda de 9:00 p.m. a 4:00 a.m. en todo el territorio nacional, permitiendo la movilidad sin restricción de cédula y género en las ciudades, pero con restricción de género para compras en supermercados y farmacias y dejando la cuarentena total previamente establecida para los fines de semana. Sólo cuatro provincias continuarán bajo medidas más estrictas por sus altos índices de contagio.

Los cercos sanitarios seguirán en pie hasta nuevo aviso y los restaurantes y comercios al por menor continuarán cerrados presencialmente hasta el 1 de febrero, vendiendo en línea y entregando por domicilio. El plan de reapertura de la economía será gradual y se proyecta que se prolongará hasta el 15 de marzo basado en el análisis de la situación epidemiológica.

Esta segunda ola es verdaderamente preocupante. Sin embargo, no soy quién para juzgar qué tan beneficiosas o perjudiciales han sido las decisiones que han tomado los líderes gubernamentales para combatir el Covid-19 en Panamá. Sólo se que, en lo personal, la situación ha despertado sentimientos hacia mi tierra que tenía bien guardados.

Llevo 22 años viviendo por fuera, 12 de ellos en Panamá y si bien es cierto que me encanta La Arenosa, confieso que soy una de las más desarraigadas de todas mis amigas coterráneas que viven en el istmo. Sin embargo, el sólo hecho de no haber podido volver por más de un año a mi ciudad y de no poder hacerlo ahora con la misma facilidad y autonomía con la que antes lo hacía, me ha hecho extrañarla como nunca.

Pueda que esto se interprete como una reacción a la claustrofobia que sentimos aquí con esta serie de encierros, pero de una u otra manera, mi corazón sigue dándome la misma respuesta:

Quiero visitar Barranquilla mucho más seguido de lo que acostumbraba, mostrársela a mis hijas, quienes se han criado un poco ajenas de lo que es parte de mi, y yo, compartir mis raíces junto a ellas”.

Probablemente nos falte un trecho más de restricciones. Sólo confío en que no impongan unas más severas que me impidan materializar mis planes de ir próximamente.

Con que mis hijas sientan la calidez y alegría contagiosa de la gente barranquillera, vean a los artistas callejeros en los semáforos, observen la belleza arquitectónica de las casonas del Viejo Prado, visiten el Malecón, conozcan los monumentos «La Ventana al Mundo” y “Aleta de Tiburón” y se den una vuelta por la nueva Plaza de la Paz con sus chorros y luces… me doy, por el momento, por bien servida.

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