Hombre con hombre, mujer con mujer, del mismo modo y en sentido contrario; un hombre con una mujer, dos hombres con una mujer, dos mujeres con un hombre, todos contra todos, al derecho y al revés. Cumplir una fantasía sexual, entre adultos y de manera consensuada, acarrea por lo general un grado de riesgo. Como el que estuvieron dispuestos a correr los tres protagonistas del escándalo sexual en los baños del Country Club en Sabanilla, del que terminó por enterarse Colombia gracias a las redes sociales y los audios que lo definieron como «aberración» y «falta de respeto».
De lo segundo no hay duda. Cuesta entender la elección del lugar: un cubículo de sanitario dentro de un baño usado por mujeres y niños. Quizá el deseo ya había obnubilado su razón y la premura aceleraba sus pulsaciones: hay acciones que si las piensas un minuto más, no las haces. Fue lo que encontraron cerca, incluso el peligro de ser descubiertos pudo avivar las llamas. Pero de aberrante, nada. La sexualidad entre hombres y mujeres mayores de edad, conscientes de sus actos, no está restringida a una convención moral, un número o un contrato, tampoco a una cama.
Aberrantes y reduccionistas los comentarios que ensalzan al macho alfa de esta historia, hasta elevarlo a la categoría de actor porno, y fustigan a las dos mujeres y -más que a ninguno- al macho beta, sin conocer detalles de lo ocurrido. Se sabe, hasta ahora, que dos parejas, una casada y la otra ennoviada, decidieron reunirse a disfrutar una tarde de sol frente al mar, y que lo que pasó después tuvo alcance nacional por tratarse de un recinto privado rodeado de un aura misteriosa: no el baño, sino el club, aunque en ocasiones puedan parecerse.
Unos metros más allá o más acá, en el baño de un quiosco o de uno de tantos restaurantes de pescado frito en Puerto Colombia, la misma escena, con los mismos actores sorprendidos in fraganti, perdería su valor agregado y no habría sobrepasado los límites de las cuentas de chismes. Un divertimento de dos o tres días para el siempre ávido pueblo barranquillero, y a otra cosa. Sin comunicados de prensa ni apresurados anuncios de despido.
Pero volvamos a lo que ha trascendido: dos mujeres y un hombre entran al baño del club mientras el cuarto implicado no participa -por lo menos en apariencia- de la acción. Es la fantasía más común que existe: el trío. Seguida por tener sexo en un lugar público con el riesgo de ser visto, es decir, una fantasía dentro de otra. Y si el supuesto macho beta estaba al tanto de lo que hacía su pareja y lo consentía, otra más.
Muchos sienten miedo de sus fantasías sexuales porque generalmente están relacionadas con la transgresión y por eso no solo las amarran, las amordazan. Son incapaces de comunicarlas por temor a la reprimenda social, tal cual ha ocurrido con las dos mujeres y el estigmatizado macho beta -el alfa perdió el trabajo, que no es poca cosa-, pero son esas fantasías las encargadas de alimentar el deseo, un impulso que va y viene y que algunos -como el ya famoso trío, ¿o cuarteto?- no están dispuestos a hacer esperar.