Sonia Gedeón
Columnista / 13 de junio de 2020

Verano en pausa

Esta tarde lluviosa de junio me recuerda que la primavera en muchos países está llegando a su fin, y el verano se asoma con sus días largos y sus noches cortas, invitando a los viajeros del mundo a salir a la playa y a realizar deportes al aire libre que hoy están en la agenda de viajes, de acuerdo con las preferencias de cada cual. Maratones, ciclismo de ruta y recreativo, parapente, pesca, regatas, buceo y mucho más.

Mas todo esto, para nosotros en Colombia, todavía esta restringido. Los cielos del país siguen cerrados y las posibilidades de salir a tomar grandes dosis de vitamina D son inciertas. El culpable es ese bicho microscópico llamado coronavirus, que se muere con algo tan simple como el agua y el jabón, y que logró paralizar el mundo.

Mientras el Covid nos mantiene confinados y Cartagena espera ansiosa el regreso de los turistas, como cartagenera bendigo el privilegio de vivir frente al mar. Poder contemplar cada tarde, ese juego de luces y sombras que se cierne sobre las ahora imperturbables aguas de la bahía, mientras en el horizonte, poco a poco se encienden las luces de una ciudad que de un momento a otro se volvió de largos silencios. 

Hacen falta en la bahía las regatas sabatinas, el cruce incesante de embarcaciones desde y hacia las islas vecinas llevando cientos de turistas ilusionados con las cristalinas aguas del Caribe, las atarrayas de los pescadores, y qué decir de los inmensos barcos de cruceros que atracaban en su puerto, tres o cuarto al día, verdaderas torres de babel que se esfumaban a la puesta del sol dando sus bocinas una sonora despedida, para regresar en ocho días con más turistas ansiosos de conocer la ciudad cuyo patrimonio histórico y cultural es el más importante de América.

Del hermoso marco de la bahía también se extraña por estos días la algarabía que se escuchaba en sus orillas al despuntar el alba, cuando grupos de amigos de distintas generaciones se daban a la tarea de salir a caminar en una gran tertulia a voz en cuello, mientras que los más perezosos desde sus balcones tomaban nota del plato del día noticioso. Tal como un bus de escalera, estos contertulios pasaban recogiendo de cuadra en cuadra a los recién despertados. Ahora, nada que hacer, horas limitadas para ejercitarse, distancia de dos metros, tapabocas y adiós convite.

La bahía como punto de encuentro da vida al barrio y daba gusto ver navegar con su andar lento un pesado galeón, ya no con los cañones a punto de fuego, sino llevando felices parejas de enamorados que elegían darse el sí y celebrar el amor a la luz de la luna en las esplendorosas noches de Cartagena. Hoy, con sus velas recogidas con la esperanza de volver a navegar muy pronto, el reflejo de su maderamen en el agua me habla de cuántos sueños truncados deja este 2020, un año que pintaba color de rosa para la industria turística nacional.

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