Una línea puede marcar la diferencia entre sentirse en casa o ser un extranjero en una tierra idéntica a la propia. No vino demarcado el planeta, las fronteras son, quizá, la más mortífera invención humana. Dividir el espacio en cuadrados, triángulos y rectángulos para después defender a muerte una parcela y, por supuesto, gobernarla. Esa ha sido la historia de las tantas patrias y de los tantos líderes, y quienes no están dispuestos a encajar en esos parámetros -dar la vida por figuras geométricas imaginarias o someterse a un cacicazgo o modelo político- tienen dos caminos: la muerte o el exilio.
Casi ocho millones de venezolanos han salido de su país por no entregarse a la causa de Chávez y Maduro, aunque muchos de ellos compartan su visión. Han preferido aventurarse por trochas y selvas hasta entonces inexpugnables con tal de llevar pan a la boca de sus hijos o mandar unos billetes a los familiares que no tuvieron el valor o la salud para seguirlos. Colombia ha recibido a cuatro de cada diez, y a pesar de pisar la misma tierra y de no existir diferencia entre ser de allá o de acá -salvo esa música en el habla que delata a unos y otros-, no la sienten suya por mucho que trabajen, coman y se mezclen con los nacidos de este lado de la línea.
No hay un solo venezolano en el exilio, desde los que duermen en el aristocrático barrio Salamanca, de Madrid, hasta los que pasan la noche a la intemperie en el Darién, que no imagine, al acostarse, la posibilidad de regresar a su país. El retorno masivo podría darse a partir de este domingo si Edmundo González Urrutia, el candidato de la oposición, vence a Maduro en unas elecciones en las que el chavismo, por primera vez en veinticinco años en el poder, lleva las de perder en las urnas, según todas las encuestas. Sin embargo, sería un error cantar jaque mate todavía.
Pase lo que pase este domingo, miles de venezolanos han retornado ya a su país gracias a que la reactivación económica parece no ser un espejismo. Los pueblos tienden a sobreponerse a sus gobernantes, y Venezuela da señales de querer pasar la página con Maduro en Miraflores o sin él. Los que vuelvan no encontrarán lo que dejaron porque ellos mismos no son ni serán nunca más los que se fueron. Es la paradoja del retorno: volver a un lugar desconocido en el que muchos se sentirán y serán tratados como extranjeros.