Juan Alejandro Tapia
Columnista / 5 de octubre de 2024

Vueltiao

En una imagen para la historia, el presidente Gustavo Petro y el exjefe paramilitar Salvatore Mancuso intercambiaron sombreros vueltiaos en señal de reconciliación, nada más y nada menos que en Córdoba, la tierra donde nacieron estos dos enemigos acérrimos del pasado, que hoy pretenden luchar juntos por la paz de Colombia.

Cuánta historia de nuestro país hubo detrás de este acto simbólico. Cuántos muertos. Cuántos desaparecidos. Cuántos desplazados. Cuánta guerra inútil representada en dos hijos de la misma región que tomaron caminos distintos, ambos por la vía de las armas.

Petro, exguerrillero, firmó la paz con el Estado, se decantó por una carrera política, fue el senador que más fieramente combatió a las Autodefensas en el Congreso y hoy es presidente de Colombia. Mancuso, una de las cabezas visibles de los paramilitares desde finales de los años 90, fue responsable de matanzas, ejecuciones, mutilaciones, despojos de tierras; pueblos enteros fueron arrasados tras una orden suya. Un asesino frío y despiadado como pocos en este país de asesinos fríos y despiadados.

Todo es verdad, como es verdad que la paz no se hace entre amigos. Hay que tragar sapos, ratas, hipopótamos, dinosaurios incluso, como dejó claro el Acuerdo con las Farc firmado en el gobierno de Juan Manual Santos.

Después de casi dos décadas de prisión en Colombia y Estados Unidos, Mancuso volvió al país y Petro lo nombró gestor de paz. En este momento no tiene orden de captura de ningún tribunal, por eso está libre. Pudo llegar a un acuerdo con la justicia norteamericana para terminar sus días en Italia, el país de sus ancestros y de los de Petro, pero prefirió volver y exponerse a un tiro o a pasar encarcelado lo que le resta de vida. ¿Hay que agradecérselo? No. Hay que saber explotarlo.

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