Como decía mi abuela, “tengo un pálpito”: Colombia vuelve a la “normalidad” en menos de 15 días. Esa es una noticia que muchos estamos esperando y que ya es justo y necesario que se produzca.
Hay muchas razones para pensar que la apertura se dará pronto: la presión del sector productivo, el desgaste de todos los habitantes de este país; el inicio, lento, pero en marcha, de la vacunación; el poco impacto del Covid en las aglomeraciones por el paro donde las cifras de muertes y contagios se mantuvieron, y hasta el mismo paro que las autoridades quieren minimizar.
A mí, la noticia me alegra. Ya es hora de romper las cadenas de este encierro y no solo por lo que él mismo afecta a nivel personal e individual, sino por la pobreza a la que nos ha llevado: los sueños, el trabajo, el diario vivir de millones de personas se ha roto o suspendido por más de 16 meses.
En este tiempo el caótico sistema de salud tuvo que aterrizar, y aunque no lo ha hecho como debería, sí se han dado pasos agigantados: hoy hay una infraestructura hospitalaria más amplia, hoy hay más personal médico con una mayor preparación, hoy hay más capacidad de reacción a un problema de salud.
Sin embargo, a mí particularmente me inquieta saber sí los colombianos, los del común, los que necesitan o quieren volver, estamos preparados para hacerlo.
Tenemos que ser conscientes de que de la noche a la mañana las cosas no van a ser iguales. Tendremos que acostumbrarnos, por ejemplo, a llevar el famoso tapabocas bien puesto siempre que estemos fuera de casa. Yo imagino que cuando “inventaron” los incómodos zapatos, o el brasier, los primeros en popularizarlos se tuvieron que acomodar a esos elementos. Y hoy siguen ahí, aunque a algunos nos fastidien y poco tengan que ver con un problema de salud. Todo indica que el uso del tapabocas es de lo más efectivo que existe para no contagiarse. Entonces él se convertirá en una pieza más de nuestro vestuario.
Adicionalmente habrá que mantener normas de higiene como el lavado constante de manos y la desinfección de las áreas donde nos movemos, y el distanciamiento físico. Tendremos que evitar las aglomeraciones, pero no por ley, sino por decisión personal. Si un sitio está muy congestionado, nada ni nadie puede obligarnos a ingresar a él.
La mayoría de lo que hay que hacer para mantener esa anhelada libertad corre por cuenta de cada uno de nosotros. El autocuidado es una obligación personal que debe convertirse en una norma de vida.
Ahora bien, el gobierno y las autoridades de salud deben asumir responsabilidades estrictas de acuerdo a la evolución del virus que está ahí, que muta, que evoluciona. Una de ellas, creo yo, sería imponer medidas estrictas en aeropuertos y terminales terrestres: todo el que llegue a Barranquilla, por ejemplo, debe mostrar el certificado de vacunación. La otra medida es incentivar, agilizar, facilitar la vacunación masiva de toda la población. Parece también, hasta ahora, que la vacuna es una buena opción para no contagiarse. Si nos blindamos individual y colectivamente podemos poco a poco volver con seguridad a una normalidad que nos alivie el bolsillo y la cabeza. No será fácil. Hay muchas deudas por pagar, hay muchas cosas por arreglar, hay que recobrar confianza. Pero con optimismo y responsabilidad lo podremos lograr