La exprincesa japonesa Mako, con su esposo Kei Komuo, durante la boda celebrada esta semana en medio de absoluta discreción. (Agencia AP – www.elpais.com)
Esta es la historia de una princesa que renunció a todo por el amor de un plebeyo. No es la historia de un cuento de hadas, ni de una cinta romántica, ni mucho menos de un culebrón mexicano de esos hicieron suspirar a muchas generaciones.
No, es una historia de la vida real, en la que el novelón empieza apenas a escribirse. La princesa japonesa Mako, sobrina del emperador Naruhito, se acaba de casar con su amor de la universidad, Kei Komuro, un abogado de una firma estadounidense que acaba de volver a su país, luciendo cola de caballo y una pinta bastante occidental que algunos han cuestionado.
Ambos tienen 30 años y se conocieron siendo compañeros de clase en la Universidad Internacional Cristiana de Tokio. En septiembre de 2017 anunciaron que pretendían casarse al año siguiente, lo que sin embargo no pudo hacerse por problemas financieros en la familia del novio, que levantaron toda suerte de dudas y suspicacias en la prensa no solo de Japón, sino europea.
Fue tal la presión mediática que él decidió irse a Estados Unidos a estudiar derecho – lo que fue interpretado como un intento de escapar de la prensa–, mientras ella seguía estudiando y además recibía asistencia sicológica, al tiempo que su suegra –que era la emproblemada– solventaba una situación con un préstamo que no había pagado.
Pero finalmente, “los papeles del matrimonio fueron cumplimentados y aceptados”, dijo un vocero de la casa imperial a japonés a medios internacionales.
Esta semana, la princesa Mako dejó de lado su título nobiliario para cambiar de estado civil. Se casó en una discreta ceremonia, sin la pompa debida. Al casarse con Kei Komuro, la exprincesa perdió su condición real y adoptó el apellido de su esposo, la primera vez que ha tenido apellido. La mayoría de las mujeres japonesas deben abandonar sus apellidos al casarse debido a una ley que requiere que los matrimonios utilicen sólo uno.
La televisión mostró a la princesa cuando salía de la residencial imperial de Akasaka, llevando un ramo de flores rosas pálidas en las manos, y despidiéndose con una reverencia de sus padres y con un abrazo de su hermana.
Pero antes la pareja había aceptado responder las preguntas de los medios sobre su relación, en una declaración retransmitida en directo por televisión. “Kei es un ser insustituible”, dijo ella. “Amo a Mako”, declaró a su vez su esposo, quien agregó que “de ahora en adelante quiero estar al lado del amor de mi vida”.
En la familia imperial nipona, las mujeres no pueden acceder al Trono del Crisantemo y pierden su título cuando se casan con un plebeyo.
Pero por primera vez en la historia de Japón después de la guerra, una princesa se casa sin el ritual tradicional. Además, Mako renunció a una importante suma – un regalo de 153 millones de yenes, equivalentes a 1,35 millones de dólares– ofrecida habitualmente a las mujeres de la familia imperial en ocasión de su boda. Decidió abstenerse, dijo, por las críticas a su boda con un hombre al que algunos consideraban inadecuado para ella.
Se especula que la pareja planea trasladarse a Estados Unidos, lo que provocó comparaciones contra otra pareja real también bajo fuerte presión mediática: el príncipe Enrique de Inglaterra y su esposa Meghan Markle.
No está claro si la ya exprincesa Mako trabajará allí, aunque virtudes no le faltan. Estudió Arte y Patrimonio Cultural en la Universidad Internacional Cristiana de Tokio, donde conoció a Komuro, y pasó un año en Edimburgo. También tiene una maestría en Estudios Museísticos de la Universidad de Leicester (Reino Unido).
El trono japonés solo puede ser heredado por hombres de la familia. Los hijos de mujeres que se han casado con plebeyos quedan excluidos de la línea de sucesión. Hay quienes piden derogar y modernizar estar normas, pero no es una tarea fácil. De momento, la novela de Mako y Kei apenas empieza a escribirse.