La dramática historia de Drayke Hardman, el niño de 12 años que se quitó la vida en Utah, Estados Unidos, tras ser objeto de bullying o acoso escolar por parte de un compañero durante un año obliga a que este flagelo sea tema permanente de conversación y análisis a nivel familiar, educativo, mediático y gubernamental, especialmente en este momento en el que las clases vuelven a ser presenciales.
Los padres del niño, Andy y Samie Hardman narraron desconsolados que días antes de la muerte de su hijo habían puesto en conocimiento de la escuela del chico el problema, pues a principio de semana él había regresado a casa con un ojo morado,y le confesó a su hermana que la lesión se produjo durante un altercado físico con un compañero.
El pasado 9 de febrero Drayke tenía práctica de baloncesto por la noche pero no acudió, luego de eso intento suicidarse. Sus hermanas lo encontraron en estado crítico, por lo que fue trasladado al hospital, no obstante, no resistió y murió la mañana siguiente.
Los padres del menor difundieron esta semana un doloroso mensaje para generar conciencia en torno al drama que hoy viven miles de niños y adolescentes en el mundo. “Este es el resultado de la intimidación, mi chico buenmozo estaba peleando una batalla en la que ni siquiera yo podía salvarlo. Es real, es silencioso y no hay absolutamente nada que puedas hacer como padre para quitar este profundo dolor. No hay señales, solo palabras hirientes de otros que finalmente robaron NUESTRO Drayke de este lugar cruel”, afirmó Samie Hardman, la mamá.
UN PROBLEMA DE SALUD MENTAL
Los casos de acoso escolar o bullying en el mundo han aumentado de forma insólita con relación a las últimas mediciones disponibles (1990), según lo revela el Primer Estudio Mundial desarrollado entre enero de 2020 y diciembre de 2021 por la ONG Internacional Bullying Sin Fronteras, en colaboración con la OCDE (Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos) para América, Europa, África, Oceanía y Asia.
Según la Unesco, el aumento en el uso de los dispositivos digitales provocado por la pandemia ha hecho que mientras en 2020 se redujeran las situaciones de acoso presencial, aumentaran las de ciberacoso.
La psicóloga Olga Lucía Hoyos, docente del departamento de Psicología de Uninorte, doctora en Psicología y magíster en Proyectos de Desarrollo Social, dice que en Colombia llevamos más de 20 años hablando del tema y que, no obstante, aún nos cuesta entender y aceptar su importancia.
“Lo primero que diré es que el acoso escolar o bullying es un problema de salud mental. Cada año se pierden muchas vidas, no sólo en el ámbito internacional, sino también en Colombia debido al bullying, el cual ha sido definido de distintas formas, pero en concreto se refiere a un tipo de relación perversa (no es sana, no es normal) en la que uno o varios sujetos agreden a otro con intención de hacerle daño, de manera reiterada en el tiempo, creando una situación de desbalance de poder. La agresión sostenida y la dificultad de la víctima para defenderse crean una situación de indefensión y miedo al posible encuentro con los agresores. No es broma ni un juego de niños”, explica.
La experta asegura que desafortunadamente no es fácil identificar los casos de acoso. La literatura nos muestra –explica–que el solo hecho de ser profesores o profesionales de la psicología no nos habilita para ser expertos en este tipo de situaciones y es lo que conlleva a que en muchas ocasiones se dejen de identificar casos de bullying.
SEÑALES PARA ESTAR ATENTOS
Al hablar de las señales que podrían hacerles sospechar, a padres y educadores, de un posible caso de bullying, la psicóloga Olga Hoyos recomienda prestar atención a la atmósfera moral del curso. “Qué tanta tolerancia a la violencia hay entre los niños, pues ese podría ser un primer indicador de la posibilidad de que se presenten casos de bullying”.
Dice que hay que tener presente que cualquiera puede estar involucrado en estas situaciones. Si se trata de una posible víctima, se debe estar atento a que aparezcan comportamientos que buscan evitar ir a la escuela, con excusas como “tengo dolor de cabeza, tengo dolor de estómago, me siento mal”.
También recomienda observar si el niño quiere llegar de último para no compartir con los compañeros e ir directamente al salón de clase y que a la salida del colegio tal vez reclame a sus acudientes de llegar más temprano por él.
En cuanto a cambios físicos, aconseja a los adultos estar atentos a los golpes, daños en la ropa, la pérdida de materiales del colegio o daño a las pertenencias; y a nivel psicológico, a los cambios de comportamientos, si deja de hacer cosas que le gustaban, si no quiere encontrarse con amigas y amigos. “Su estado de ánimo cambia. Suele estar más triste, evasivo o irritable”, dice la profesional.
EL AGRESOR TAMBIÉN NECESITA AYUDA
Ahora, ¿cómo pueden los padres o cuidadores que su niño es un acosador en la escuela? “Si se trata de un agresor o agresora, lo primero que debemos hacer es darnos el permiso de escuchar lo que profesores u otros padres tengan que decirnos. Sólo así podremos ayudar a nuestro hijo, porque el agresor también necesita ayuda. No minimizar la situación (no es juego, no es broma, no son cosas de chicos)”.
La profesional agrega que no hay un perfil definido para el agresor, pero dice que con frecuencia este se muestra “poco empático” ante el dolor de los demás. “No asume responsabilidad por sus actos y trata de culpar a los demás de ellos. En general, le cuesta decir algo bueno sobre los demás y muestra tolerancia a la violencia”, señala.
Al bordar esta situación, lo primero –dice la doctora Hoyos–, es sensibilizarse con el problema. “Tenemos que creer que es serio y afecta el desarrollo del niño o niña. No se trata de un recetario porque cada colegio debe analizar su situación como comunidad educativa e identificar fortalezas y debilidades para poder concebir un plan de trabajo o de intervención”.
El trabajo es con el grupo de escolares, asegura. Recomienda trabajar la atmósfera escolar, el respeto a la diferencia, el reconocimiento, la expresión y los gestión de emociones. “Hay que trabajar sobre las creencias irracionales (es una broma, el ser sapo, entre otras), fortalecer la empatía afectiva, no sólo la cognitiva. Hay que hacer prevención”, puntualiza.
Aconseja a los rectores entender la importancia de la salud mental y contar con el equipo de profesionales adecuado y suficiente para abordar estos temas. “Se debe dar tiempo al abordaje de la salud mental como se le da a distintas áreas del conocimiento. No puede ser de «raticos». El colegio debe ser un apoyo en la educación emocional y salud mental”.
Y por último dice que como en la familia se modela la manera en la que nos relacionamos, es necesario cuidar el lenguaje de crítica permanente al otro. “Seamos sensibles y compasivos con los otros. Los niños son diferentes, pero debemos normalizar la diferencia. Solo así la aceptaremos y dejaremos de hacer juicios sobre los otros. La familia modela y nuestros hijos aprenden de nosotros. Revisemos también nuestras creencias irracionales y prejuicios”, puntualiza. (Con información de José Luis Rodríguez, del Grupo de Prensa de Uninorte)