Ana De la Hoz con uno de los 13 «hijos» que atiende en su casa, que convirtió hace casi 20 años en un hogar, en el que a los niños le brinda atención y amor.
A propósito del mes dedicado a las madres, MiREDvista conversó con Ana De la Hoz, una mujer que nació para el servicio hacia los más pequeños.
Llegar a la casa de Ana De la Hoz, en el sector de Cuchilla de Villate, Barranquilla, es encontrarse con un lugar en el que abundan las risas, los gritos, cantos, juguetes y todo lo que rodea el mundo indescriptible de la infancia.
La sala de su casa es literalmente un parque de juegos, con muchos colores, figuras, disfraces infantiles colgados en un estante, recipientes con lápices de colores, crayolas, cuadernos, papel y todo lo que puede servir para que los niños se diviertan aprendiendo y jugando.
Y es que Ana es madre comunitaria desde hace ya, casi 20 años, oficio que le ha permitido no solo revivir la alegría y satisfacción de ser madre, luego de que sus hijos de sangre se fueron de la casa a hacer sus propias vidas, sino la oportunidad de capacitarse y aprender a ser mejor ser humano, tal como ella misma lo afirma.
Comenzó en la actividad inspirada por su madre, Ruth Arroyo, quien fue educadora infantil durante más de 30 años. De hecho fue de las pioneras en tener un hogar comunitario en la ciudad de Barranquilla. Ella ya se encuentra retirada de la vida laboral.
«Ver a mi mamá atender a tantos niños me despertaron esas ganas de trabajar con ellos, de ser profesora infantil. Cuando llegaba del colegio me gustaba ayudarla a atender a los pequeños. Así comenzó mi experiencia en esta bella labor. Hoy, Dios y la vida me han dado esa oportunidad y no me cambio por nadie”, sostiene Ana, mientras duerme en sus brazos a uno de los niños que atiende en su casa.
Ana tuvo tres hijos, que ya son mayores de edad, están organizados y tiene tres nietos, uno de los cuales hace parte de su hogar comunitario. Es profesional en educación prescolar, tiene estudios en atención a la primera infancia y constantemente recibe capacitaciones en dicha materia.
“Mis hijos ya se fueron de la casa, pero ahora, como madre comunitaria, se me multiplicaron, y no tengo tres, sino 13 hijos, a todos los amo por igual, a pesar de que algunos son más cariñosos, hay unos que me dicen ‘ma’, y eso para mí es emocionante», sostiene Ana.
La labor de Ana, cómo madre comunitaria, inicia a las 5 de la mañana, hora en la que se levanta para organizar su casa y disponer todo para lo que será la atención a sus pequeños, cuyas edades oscilan entre los 16 meses y dos años.
«A una madre no le cuesta trabajo madrugar para atender a sus hijos y comenzar a trabajar desde temprano para atenderlos. Hoy con mis hijos comunitarios hago el mismo esfuerzo que hacía cuando me tocaba atender a mis hijos de sangre. Es igual por el amor que les tengo a unos y a otros».
Antes de que los niños lleguen ya Ana les ha preparado lo que los pequeños desayunarán y organizada la merienda de la mañana. A las 8:00 a.m. abre las puertas para recibir a sus “hijos” con abrazos y besos, en especial cuando llega alguno triste, llorando o sin ganas de quedarse.
“Yo los arrullo, les canto, les doy un premio para que se queden, y cuando ellos menos piensan ya están calmados y haciendo parte de las actividades del día”.
Cuando alguno de sus pequeños hijos no llega, manda a su casa a preguntar el motivo, si es por enfermedad o por algún otro motivo, y les hace el seguimiento a cada caso.
“Esto para mí es ser madre dos veces, esto más que un trabajo es un privilegio lleno de mucho amor, ternura y muchos sentimientos porque cada niño es un muy diferente y muy especial”, dice Ana mientras conduce la actividad de sus pequeños.
Atender a tantos niños y estar pendiente de la casa y la preparación de las meriendas y la comida no es fácil para una sola persona. Pero en el caso de Ana, una pariente suya, Yessenia, le colabora en los quehaceres para que ella pueda dedicarse cien por ciento a sus “bebés” como les dice por cariño.
Jugar, crear y explorar son la base de las actividades que desarrollan los niños cada día, y en ese mismo sentido se hacen evaluaciones y talleres orientados por Ana. Mientras los niños van llegando escuchan música infantil, cuentos o ven videos infantiles.
Luego comienza la actividad basadas en los tres verbos. A las 10 de la mañana después que los niños toman la merienda viene el momento de la recreación. Es entonces cuando el orden de la sala desaparece porque se llena el piso de juguetes, rompecabezas, cojines y demás elementos que ayudan a los niños en esta actividad. Al terminar ellos mismos los recogen y colocan en el sitio que les corresponde.
Después de la hora del almuerzo, cuando los niños se levantan de la mesa, la sala se convierte en una especie de dormitorio gigante, con muchas colchonetas, cojines y música ambiente. Todos se quitan el calzado y se van a descansar, en la tarde sigue otra jornada de aprendizaje hasta las 4 cuando Ana entrega sus bebés a las madres biológicas con las recomendaciones a que haya lugar.
El hogar comunitario de Ana corresponde a la primera infancia, es decir niños de cero a cinco años, edad en la que requieren de alimentación y tratamientos rigurosos por estar en la etapa de crecimiento y desarrollo, y ella está muy pendiente de esos detalles.
“Hay niños que siguen tratamientos o alimentación especial por su estado de nutrición, y uno debe estar pendiente de eso. Para mí eso no es problema porque ya tuve la experiencia cuando mis hijos se me enfermaban, y siempre estoy endiente de preguntarles a las mamá si el niño o la niña tomaron el medicamento o si están al tanto de que consuman su suplemento alimenticio, etc.”
Una de las mayores satisfacciones de Ana como madre comunitaria, es ver que muchos de quienes pasaron por su hogar, ya son adultos organizados, algunos estudiantes universitarios, otros casados y con hijos, y que aun la recuerdan y cuando la encuentran en la calle la saludan con el mismo cariño de siempre.
Dice sentirse orgullosa de que uno de sus ‘bebés’, está encaminado a ser futbolista profesional y que la escuela del Barcelona Fútbol Club lo ha pedido para enfilarlo en su proceso.
“Hay algo que para mí es muy especial, y que dos de los niños que tengo ahora son hijos de muchachos que pasaron por este hogar, yo les pregunto por qué mandaron a sus hijos conmigo y me dicen que porque ellos fueron felices aquí y confían en el cuidado que yo les dé a sus niños”, termina la frase casi ahogada y los ojos brillantes casi a punto de llorar.
Para Ana lo más doloroso de esta labor es cuando le toca entregar a los niños al cumplir la edad límite. Sobre todo porque es a los niños a quienes más les pesa el desprendimiento.
“Muy doloroso porque uno crea un lazo de afectividad que es inquebrantable, duele mucho porque a uno le corresponde presentarlos a lo que será su nuevo centro de educación y adaptarse es muy difícil para ellos. Si es a mí y me duele mucho, imagínate lo que eso es para ellos”.
La jornada de Ana termina a las 10 de la noche cuando ya ha organizado todo lo del día siguiente y las evaluaciones que ella debe cumplir con la fundación que opera su hogar, Fundesavi (Fundación, Desarrollo y Vida).
Según la norma colombiana que rige a las madres comunitarias, esta figura se describe como agentes educativos comunitarios responsables del cuidado de los niños de primera infancia del programa de Hogares Comunitarios de Bienestar.
Tienen derecho a todas las prestaciones de la seguridad social en calidad contributiva. Las entidades administradoras de Hogares Comunitarios de Bienestar como empleadoras tendrán a su cargo el pago de las prestaciones sociales y de ley derivadas del contrato de trabajo.
Una madre comunitaria o padre comunitario, que también los hay, debe tener escolaridad mínima, secundaria completa o Normalista. Tener entre 20 y 45 años de edad al momento de su ingreso. Ser apto para el desarrollo de la labor, lo cual debe ser certificado por un médico. Ser reconocido en su comunidad por su solidaridad, convivencia y valores cívicos.