Nuestra Gente / 6 de mayo de 2023

«Dios y la Virgen me sacaron de la cárcel convertido en un hombre nuevo»

Marcelo Santos Jiménez reza con devoción a la Virgen María en la iglesia Santa Bernardita, donde ejerce como catequista y servidor de jóvenes y ancianos.

Miguel Utria

A propósito del mes de mayo dedicado a la madre de Jesús, MiREDvista presenta el testimonio de Marcelo Santos Jiménez, un ex oficial de la Armada que ahora es servidor mariano en la Iglesia Católica.

“Una tarde mientras hacía una siesta en mi casa, desperté llorando, la almohada empapada y mi cara lavada en llanto. Era tan fuerte el llanto que mi mamá corrió a ver qué me pasaba. No podía pronunciar palabra. Finalmente le dije que una mujer gigante con un manto blanco y azul y rayos en las manos me había hablado”.

Quien así se expresa es Marcelo Santos Jiménez, un ex oficial de la Armada con una experiencia de vida fascinante que decidió compartir para los seguidores de MiRedVista.

Cuando su madre le preguntó cómo era la mujer que había visto en su sueño casi no la pudo describir. Cuando le dijo cómo era esa mujer, lo llevó a su cuarto y en un viejo escaparate le mostró una estampa de la virgen milagrosa que estaba pegada en la parte interior del tocador.

Interpretando alabanzas a Dios en la Iglesia.

“¡Casi me desmayo de la impresión! Antes no había visto esa estampa de la virgen y era tal cual como se me apareció en el sueño. Entonces recordé que ella, con voz dulce me dijo: estos rayos de luz son gracias de Dios para ti”.

Marcelo Andrés, tras pasar un tiempo tras los muros de una prisión, hoy es servidor de la Iglesia Católica, y dedicado a la devoción por la Virgen María. Gracias a eso conoció a quien hoy es su esposa, y es padre de una niña. En la cárcel aprendió a tocar guitarra y piano, y actualmente anima las misas de su parroquia de Santa Bernardita, así como ceremonias especiales como bodas, aniversarios, misas de acción de gracia, entre otras. Ahora tiene casa por cárcel, y el permiso para ir al templo donde se congrega.

Asegura que hablar de María es llorar, por todo lo que ella ha hecho y representa en su vida. “Es tomarla de su mano, es tener un encuentro y vivir con ella, dejarse mirar con su ternura, por su abrazo, su sencillez y su valentía”.

Nació en Barranquilla, en diciembre de 1985. Pero fue criado en la ciudad de Montería donde se levantó. Estudió y se graduó de un colegio militar de la capital cordobesa.

A los 18 años de edad viaja a la ciudad de Cartagena para hacer el servicio militar en la Escuela de Suboficiales que le permitieron enamorarse de la vida militar. En la Escuela Naval se hace oficial de la Armada Nacional.

SU VIDA MILITAR

Su paso por la vida militar no solo lo sedujo sino que lo cambió, porque en Montería, según recuerda vivió una juventud algo desordenada y alocada siendo aún un adolecente que no pasaba los 16 años.

Dice que la vida no ha sido fácil para él, que le ha tocado vivir muchas cosas que lo marcaron, pero al mismo tiempo lo formaron.

Mientras laboraba en la vida militar, en la Escuela Naval, pasó un acontecimiento que lo llevó a  la cárcel a pagar una condena, la cual aún hoy está cumpliendo, pero actualmente cobijado con detención domiciliaria, y está a dos años de terminar dicha condena. “Ese es un proceso bastante difícil y duro, que me ha tocado vivir desde el año 2008”.

Desde el año 2013, cuando le conceden la detención domiciliaria, le permiten desplazarse de su residencia al templo de Santa Bernardita, donde cumple una labor de tipo pastoral que ha afianzado su crecimiento espiritual, personal y familiar, en especial porque su testimonio de vida ha sido una especie de pilar para la formación de muchos jóvenes de la parroquia.

El permiso es de 4:30 de la tarde hasta las 8:00 de la noche cuando ya debe estar en su casa.

En la parroquia es uno de los servidores más admirados, respetados y queridos, no solo por el párroco sino por los jóvenes y la comunidad parroquial en general que lo saludan de abrazos cuando llega  o despide  ellos.

Con su esposa Dina, a quien conoció en el templo Santa Bernardita, donde él comenzó el proceso de veneración más profunda a la madre de Dios.

Haber estado en prisión representó un cambio traumático porque pertenecer a la Armada como oficial representa un estatus social elevado, en especial en la ciudad de Cartagena donde esa profesión y oficio son muy respetados; y llegar a estar en prisión era el otro extremo de lo vivido en la vida militar.

“Pertenecer a la  Armada te da la oportunidad de codearte con mucha gente y ambiente de la alta sociedad, eventos de alto reconocimiento, las reinas de belleza, y todo lo que eso representaba para el país. Pero, desafortunadamente, esa vida me envolvió tanto que no fui capaz de sobrellevarla, y como que se me subió a la cabeza y me enloquecí. Me dejé deslumbrar por ese mundo. Y cuando llego a la cárcel fue como si todo se derrumbara. Es como pasar de la luz a la oscuridad”.

MOMENTOS DIFÍCILES

Describe la prisión como un cementerio en el que quedaron sepultadas muchas cosas de su vida pasada. Pero además porque fue testigo de cómo muchos de sus compañeros eran literalmente personas muertas en vida. Unos porque no tenían esperanzas, otros porque se dejaron llevar por la pena y algunos, más tristemente, porque fueron olvidados o abandonados por sus seres queridos.

Pero más allá de las tristezas y todo lo oscuro que fue su estadía en la cárcel, en ese cementerio quedó enterrado un ser sin esperanzas, lleno de tristeza y amargado si se quiere. Y nació una persona que aún hoy está en formación y viviendo una vida de luz y felicidad.

En la prisión Marcelo no solo vivió los momentos más tristes y amargos de su existencia, sino el pasaje de renovación de su vida que le abriera el camino que hoy ha comenzado a recorrer.

La prisión queda en el departamento del Cauca, al sur del país, una tierra alejada de su gente, de su familia, de sus seres queridos. Ello hacía que no pudiera recibir visitas, ni noticias de quienes más quería.

Con llanto en los ojos recuerda ese momento en que sintió que Dios lo abrazó, le dijo que lo amaba y le hizo creer y prometer que estaría disponible para servirle en lo que él dispusiera, hasta el último día de su vida.

“En ese lugar donde viví los momentos más difíciles, donde me amenazaron de muerte, donde me codee y caminé hombro a hombro con personas que nunca me imaginé que conocería (Yo era un servidor público y conviví con narcos, paramilitares, guerrilleros y delincuentes comunes). En ese mismo lugar sucedió el pasaje que cambió la vida de muchacho loco a una persona madura y renovada”, cuenta Marcelo.

En la cárcel conoció a un joven que había sido seminarista y que se encargaba de catequizar y dirigir un grupo de oración católico para todos los internos. Ese muchacho le tomo confianza y le adoptó como su familia, y cuando lo  visitaban, también él, Marcelo, recibía esa visita, el cariño y la atención como si fueran los suyos.

En el día de su boda religiosa.

Agregó que la confianza que le había tomado el ex seminarista había llegado a tal punto que lo delegó para que lo reemplazara en las oraciones y la catequesis del patio al que pertenecían, cuando él no pudiera, ya que este había adquirido otros compromisos como parte de su proceso de rehabilitación. Marcelo no entendía cómo era posible eso si él, que no sabía orar, si no conocía las sagradas escrituras y mucho menos sabía cómo dirigir un grupo de oración, pudiera ser delegado para esa responsabilidad.

Pero aceptó el compromiso. Y una semana después de haber iniciado esta especie de reto, se presentó que se había quedado sin elementos de aseo personal, no conocía a nadie como para pedirle, y su familia estaba muy lejos. Además no tenía dinero.

“Esa mañana fue una mañana hermosa. La ciudad de Popayán, que es donde yo estaba, por su clima casi siempre está nublado, pero esa mañana estaba radiante. Yo terminé mi oración, miré alrededor, todos estaban haciendo lo suyo. Mire al cielo y dije: Dios si es cierto que tú existes, si es verdad que estás en mi vida, te voy a pedir algo: son las 9:00 de la mañana, antes de la 9:40 necesito tener lo que me hace falta. Como buen militar, le había dado una orden a Dios”.

Acto seguido su amigo ex seminarista, a quien llamó Juan Carlos, lo invitó al interior de su celda y le contó que dentro de poco ya cumpliría su condena, y que en ese entonces era el asistente de la persona encargada de administrar y distribuir los kits de aseo dentro del penal.

ENCUENTRO CON DIOS

“Desde que estaba en el patio, yo sentí como si el tiempo se hubiera detenido, aun así miraba la hora, eran las 9:30 y recordaba lo que le había pedido a Dios. Juan Carlos me dijo: ‘mira allí debajo de mi cama, ahí hay unas cajas con los kits de aseo personal, toma dos para ti’. Me levanté de donde estaba sentado y salí nuevamente al patio al mismo sitio donde le había ordenado a Dios que me cumpliera mi necesidad, miré la hora y aún faltaban como 10 minutos para el plazo que le di a Dios se cumpliera”.

 Dice que a partir de ese momento todo cambió en su vida, y fue cuando sintió ese abrazo y esas palabras que Dios le decía a su corazón. Entendió que Dios siempre estuvo ahí a pesar de su indiferencia, su rencor, odio y resentimiento.

Entonces empezó a llorar y le pidió perdón a Dios. Así pasaron varios minutos hasta que se le acercó un interno que dos días antes había comenzado a asistir a los grupos de oración, lo abrazó lo acompañó y le dio otra noticia, que sería un complemento a lo que justo comenzaba a pasar en su vida, en su nueva vida.

“El me dijo que era profesor de música. Y que Dios le estaba poniendo en su corazón que me enseñara a tocar música en la guitarra”. En este momento interrumpe su relato porque el llanto no le permitió seguir hablando.

Su profesor de música desde ese entonces le dijo que aprendiera a tocar para Dios, para alabarle a él, y desde entonces eso es lo que ha hecho. La primera canción que se aprendió la tocaba en las misas que celebraban en la prisión cada tres meses. El resto de domingos veían las misas por televisión.

 “Desde ese momento ha sido hermoso vivir. He aprendido a vivir valorando las pequeñas cosas que Dios nos da. A Dios tenemos que acudir diariamente. Después de eso entendí, y así les decía a mis compañeros que se sentían muertos en vida, que el único que puede resucitarlos y traerlos a una nueva vida es Dios. Solo tienen que abrirse y entregarle su corazón a él”.

DEVOTO DE LA VIRGEN

Orando en plena misa.

Para Marcelo y su familia las cosas ya no volvieron a ser iguales, y cada mes de mayo, cuando el mundo católico recuerda y venera con mayor devoción a la Virgen María, es para ellos muy especial. Ellos cada día hacen el rezo del Santo Rosario. “Cuando finalmente pude salir de ese cementerio comencé a valorar muchas cosas, en especial a mi familia y cada momento que me perdí de ellos”.

Cuando Marcelo culmina sus estudios en la Escuela Naval, es trasladado a Sucre, luego al Cauca donde se dio el suceso por el que los condenaron y le quitaron el grado de oficial, de Cauca viene a Barranquilla, donde sus padres se habían radicado nuevamente, y comienza a congregarse en el templo Santa Bernardita, mismo en el que fue bautizado en 1986.

En el templo comenzó ese proceso de veneración más profunda a la madre de Dios, ahí conoce a Dina Campo, la mujer que hoy día es su esposa, con quien se casó en el mismo templo y hoy tienen una pequeña de dos años de edad.

En la parroquia es catequista, animador de las eucaristías, y es servidor de los jóvenes, ancianos y enfermos que son atendidos por la esa célula de la Iglesia. Todo esto a través de un grupo que se llama ‘A Jesús por María’.

“Una vez, aquí en la parroquia, conocí a Mary, quiera fuera compañera del gran Joe Aroyo, y me dijo: ‘Mijo, cantas hermoso, permíteme darte un consejo que un día le di a Álvaro José Arroyo, pero nunca me escucho: Canta, pero que tu música sea para Dios’, y eso es lo que hago”.

Cuando estaba en la vida militar su madre lo encomendaba a  la virgen y le decía que no dejara de ir a la eucaristía y hacer el Santo Rosario. Pero a María y todo lo que le ha pasado sucedió justo dentro de la cárcel.

“Allá conocía a Dios, allá aprendí la música, allá conocí a dos ancianos, uno del Huila y otro del Valle del Cauca, que cada día a las 4:00 de la tarde me llamaban para rezar el Santo Rosario, me enseñaron a hacerlo, con letanías y todo. Como cristianos católicos no nos alcanzamos a imaginar, el poder y la fuerza que tiene la Santísima Virgen María cuando nos sentamos a conversar, de corazón a corazón, con ella. Su corazón traspasado por amor, lo dice todo. Y todo esto lo aprendí allá adentro, en la cárcel, desde el año 2008”.

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