Diez participantes siguen en competencia en este reality que los tiene conviviendo juntos hace más de 100 días.
Aunque su formato no es original, su impacto es innegable. La Casa de los Famosos Colombia ha alcanzado un punto en el que no se necesita verla para saber lo que está ocurriendo.
Cada noche, mientras se transmite por el Canal RCN, las redes sociales hierven con opiniones, memes, peleas virtuales y análisis sobre cada uno de sus participantes. Es tendencia diaria, conversación obligada en cualquier reunión informal.
El reality, basado en el legendario Big Brother nacido en los Países Bajos en 1999, llegó a Colombia el año pasado con una fórmula que mezcla convivencia, aislamiento y exposición continua.
Su ingrediente diferencial: sustituir ciudadanos comunes por figuras del espectáculo, influencers y celebridades de nicho. Sin embargo, esta versión tropicalizada del formato plantea interrogantes sobre qué significa hoy ser famoso y cómo se mide ese reconocimiento.
UN ELENCO CON FAMA ALGORÍTMICA
La mayoría de los participantes de esta segunda temporada no son grandes nombres de la farándula nacional. Son figuras que han emergido en el universo digital: Yina Calderón, La Jesuu, La Liendra, Melissa Gate o Emiro Navarro no necesitan del prime time para tener audiencias.
Sus seguidores no consumen televisión tradicional; viven en plataformas como Instagram, TikTok o YouTube. Se trata de vidas algorítmicas, un concepto que describe cómo los algoritmos digitales personalizan la experiencia de cada usuario, moldeando lo que ven, lo que compran y a quién consideran “famoso”.
Esta personalización radical de los consumos culturales ha generado una fractura entre la audiencia televisiva clásica y la audiencia digital. Cuando estos personajes son llevados de la pantalla vertical del celular a la pantalla horizontal del televisor.
Por otro lado, se encuentran los actores de la talla del Fernando Solorzano, Norma Nivia, Camilo Trujillo, Juan Fernando Salas, Mauricio Figueroa y Leidy Tabares.
¿ESTAMOS CONSUMIDOS EN EL JUEGO?
La frase se ha convertido en un mantra irónico en redes sociales. Usuarios de X (antes Twitter), Instagram y TikTok la repiten mientras siguen cada movimiento de los habitantes de la casa.
Hay quienes juran no ver el programa, pero opinan sobre los conflictos, votan por sus favoritos y siguen cuentas dedicadas al análisis del show. El reality ha creado un ecosistema mediático paralelo que lo convierte en un fenómeno sociocultural.
El caso de Altafulla, cantante barranquillero y uno de los más comentados esta temporada, es revelador. Su participación atrajo a un público nuevo, uno que jamás se había interesado por este tipo de programas.
El poder de convocatoria local y el orgullo regional jugaron a favor de RCN. Fue una jugada maestra: sumar un rostro con arraigo cultural que rompió con la burbuja de los influencers digitales para conectar con otra Colombia.
Pero ese juego también tiene consecuencias. Afuera de la casa, las familias de los participantes viven la otra cara de la fama: críticas, insultos y hasta agresiones.
La madre de Emiro Navarro ha denunciado ataques por redes sociales. Ser parte del programa es, en efecto, entrar a un campo de exposición sin filtros, donde el linchamiento simbólico y el amor virtual se reparten en partes iguales.
EL NEGOCIO DETRÁS DEL ESCÁNDALO
Aunque los números del rating convencional no sean los más altos, La casa de los famosos es rentable. Los participantes fortalecen su marca personal con cada conflicto, cada llanto, cada confesión.
Entre más arriesgan, más crecen en redes. La monetización no está en el televisor, sino en las plataformas digitales. Historias patrocinadas, lanzamientos musicales, venta de productos, campañas con marcas.
Y para el canal, el negocio también se expande más allá de la pantalla. Esta temporada ya no se transmite por Vix, como la anterior, sino por una aplicación propia de RCN que permite el acceso a transmisiones 24/7.
Ahí hay un mercado silencioso y potente que no se refleja en los datos tradicionales. Es una audiencia de nicho, conectada, digital, joven, que está dispuesta a pagar por ver lo que ocurre en tiempo real.
UN FORMATO EN TRANSFORMACIÓN
Desde que nació en 1999, el reality de cámaras dentro de una casa parecía ofrecer una ventana inédita a la vulnerabilidad humana. Hoy, esa ventana ha sido superada por la exposición permanente que cada persona tiene desde su teléfono móvil.
Las redes sociales han naturalizado el escándalo, la desnudez, el llanto, la ira y la catarsis como parte del consumo diario.
En ese sentido, La casa de los famosos ya no revela lo que ocultamos, sino que reproduce lo que ya mostramos. Ha perdido su capacidad de asombro, pero ha ganado en viralidad. El lenguaje ya no es el del realismo televisivo, sino el de las narrativas digitales: conflictos rápidos, frases virales, edición agresiva, lenguaje emocional y dramatización constante.
¿Y AHORA QUÉ?
El futuro del formato es incierto, pero su impacto actual es rotundo. Se ha convertido en un espejo roto de las dinámicas sociales contemporáneas: fama efímera, exposición sin límites, linchamientos virtuales, discursos polarizados, monetización de la vida íntima y una sociedad que, sin importar la crítica, no puede dejar de mirar.
La casa de los famosos no solo es un programa de televisión. Es una experiencia colectiva, una red de intereses económicos, una narrativa posmoderna y un campo de batalla emocional. Colombia está “consumida en el juego” y, por ahora, no quiere salir de él.