Para la mayoría de las publicaciones de las revistas del corazón, si se hiciera una encuesta del personaje con mayor recordación, con una personalidad que le llegaba a todas las generaciones y estratos sociales, sin distinción, ganaría de lejos Diana Spencer, recordada como Lady Di. Comenzó como profesora en un kinder de barrio, con su pelo corto, sus cachetes rosados, sin maquillaje y sus faldas de flores ingenuamente transparentes, ante las primeras fotos de los paparazzis.
Desde el momento cuando su alteza real, el príncipe de Gales, Carlos de Inglaterra, primero en la lista para heredar la corona de su madre, la reina Isabel, comenzó a buscar una “niña bien”, con pedigrí intachable en su hoja de vida, apareció Diana Spencer, joven e inocente, quien llenaba todos los requisitos, siendo hija de un aristócrata, el Conde Spencer.
La historia está llena de mujeres que se han convertido en leyendas, y Diana, la princesa del pueblo, ha quedado plasmada en nuestra memoria. Hemos compartido sus triunfos y fracasos, cuando, el 29 de julio de 1981, entró a la Abadía de Westminster vestida por sus amigos, los diseñadores David y Elizabeth Emanuel, en un controversial traje de novia barroco que marcó la tendencia de la década y cuya trasmisión por televisión fue vista por más de 750 millones de personas en todo el mundo. De ahí en adelante la acompañamos también en los nacimientos de sus dos hijos, William y Harry. Sus crisis, acompañadas de bulimia y anorexia, e intentos de suicidio por su matrimonio fallido, ante la presencia constante del mundo y de la amante del príncipe, Camila Parker Bowles. Esta situación la llevó a una vida desenfrenada, en la que nunca dejó de buscar aceptación y cariño.
Al irse demasiado pronto, se convirtió en un ícono. Su trágico fallecimiento rompió los corazones de millones de personas en todo el planeta, aquella fatídica mañana del domingo 31 de agosto de 1997, huyendo de los fotógrafos al salir del Hotel Ritz de París, después de un romántico verano con su prometido, el multimillonario árabe Dodi Al Fayed. El exceso de velocidad del conductor, evitando las motos de los paparazzis, hizo que perdiera el control y causara el accidente mortal, en el túnel del Sena. Su leyenda sigue viva.
Diana fue un icono de moda, incontestable. Todo lo que veíamos en sus apariciones en las calles de Londres o en sus viajes oficiales, era reproducido por las marcas masivas y hacía que las mujeres que la imitaban se sintieran princesas de un cuento de hadas. Sus diseñadores favoritos se volvieron sus grandes amigos, como Versace, Lagerfeld y Mc Queen, lo mismo que cantantes como Elton John, quien cantó en la ceremonia de su funeral.
Nunca antes el Palacio de Buckingham había recibido tantos sentidos mensajes y tantos ramos de flores, despidiendo a su princesa, la princesa del pueblo. Hoy celebramos su legado recordándola con admiración y reconocimiento. Una princesa real que nunca vivió su cuento de hadas con final feliz.