Juan Alejandro Tapia
Columnista / 29 de junio de 2024

Pelea de ‘influencers’

Leo que un tipo que se hace llamar Westcol, con millones de seguidores en las redes sociales, ha sido acusado de infidelidad por su novia, tan famosa como él, a la que sí le he seguido la pista: Aida Victoria Merlano, hija de su madre. No me he querido enterar, pero me he enterado de que la escena de celos fue ventilada en vivo, durante una de las transmisiones que han convertido en celebridad a este aficionado a los videojuegos cuyo nombre es Luis Villa y que no pasa de 25 años, y de que ella estaba convaleciente porque uno de sus implantes mamarios explotó hace unos días cuando tenían sexo.

Algo debe estar haciendo bien esta gente para que tantos, entre los que me incluyo pues he terminado por conocer con pelos y señales el problema que atraviesa la pareja, prestemos atención a un libreto de telenovela que vaya uno a saber si es real. Cualquier crítica a un ‘influencer’, y si es despiadada mejor, sirve para lo contrario: aumentar su notoriedad y hacer que ingrese más dinero a su caja registradora.

Así que no voy a cometer la ligereza inútil de condenar a un joven nacido en los barrios marginales de Medellín que, gracias a su habilidad para crear contenido en línea, lleva ahora una vida ostentosa de carros de lujo, mansiones, viajes con séquito de amigos y presentaciones en vivo que llenan estadios. Eso sí, en marzo de este año la Corte Constitucional le ordenó referirse a los daños que la discriminación ocasiona a la población LGTBI ante las quejas por sus mensajes homofóbicos.

«Si le gusta tanto que le den por el culo, le hago otros 17 huecos para que le den por ahí. Uy, papi, lo fulmino a balazos, güevón, que no venga por aquí a joderme la vida”, dijo Westcol en una de sus transmisiones, de 2022, cuando le preguntaron qué haría si un hijo suyo lleva a casa una pareja del mismo sexo. ¿Y si es trans?, quiso saber su interlocutor: «Si es trans, obviamente mi reacción va ser apoyarlo… apoyarlo contra una pared, meterle un palo por el culo pa’ que vea que eso no es bueno”, respondió el ‘streamer’.

Tampoco midió sus palabras al conocerse que Aida Victoria prefirió seguir por su lado, y reaccionó con un mensaje que a otro tipo de celebridad le costaría la carrera por violencia de género: «Yo tengo que conseguirme una novia que trabaje en un call center o una cosa así, que trabaje de call center en Claro, o una novia que trabaje en Homecenter, o que trabaje en el Éxito de cajera, que la puedo humillar y la puedo tratar mal y nunca me va a dejar porque yo le voy a mantener a la mamá. Entonces, si la dejo, la mamá queda pobre”.

Insisto, algo debe estar haciendo bien el tal Westcol para que su vida de nuevo rico mantenga cautiva a su audiencia y trascienda a titulares de prensa. Eso que hace bien Luis Villa, pero muy muy bien, es que no hace bien nada. No es gracioso, no canta, no baila, no actúa, no llega al extremo de ponerse senos para ganar seguidores -como su colega Yeferson Cosio- y no se vende como modelo a imitar. Lo suyo es verse como un paisita de las comunas que de la noche a la mañana recibe $400 millones mensuales -ganancias reconocidas humildemente- por ser como es. «Si yo fuera Maradona, viviría como él», canta Manu Chao.

Cuánta gente cree tener el talento de Westcol para no hacer nada bien y resulta que no es así, que sí tiene talento para algo: cocinar, jugar fútbol, motilar, vender electrodomésticos, tocar un instrumento musical, sacar cuentas, pero apuesta por comprar una silla gamer, ponerse unos audífonos gigantes y conectarse a hablar sandeces para ver si la fama y el dinero llaman rápidamente a su puerta. Es el secreto de este y tantos ‘influenciadores’: reducir las distancias entre el ciudadano común y el éxito veloz, pero acrecentar el deseo de imitar a quienes lo consiguen.

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