A propósito de homenajes, homenajeados, vinculantes, vinculados, incluidos, excluidos y de exclusividades excluyentes… la ciudad de Barranquilla, con sus concebidos enamoramientos y exaltaciones medulares, está en deuda con una de sus heroínas literarias. Digo esto, como capítulo aparte de los reiterativos y merecidísimos homenajes que nacen de los discursos oficialistas y sus agendas… No faltaba más.
Y entendiendo que los olvidos y homenajes, como todo en este país, dependen mucho del abolengo, el privilegio de clase y el capital social, pues no se me hace para nada raro que, en este caso, el olvido y la condena al ostracismo sean precisamente para una autora que nunca fue reina de nuestras carnestolendas, tampoco perteneció a esa gente “divinamente bien”, ni estuvo casada con algún patriarca poderoso.
Fanny Buitrago nace en 1945, en medio de un hostigante verano implacable, en este puerto convenientemente desmemoriado. Sus “dupys” personales la acompañaron por el tránsito incógnito de la ‘nada’ hasta la orilla de su natal Barranquilla, vinculándola automáticamente con el agua, su elemento tutelar.
Para Fanny, nacer en el Caribe colombiano le forjaría de antemano los obsesivos tópicos que se pueden saborear en su obra: el océano, el color, la luz, la bahía derrochadora de sonoridad, el carnaval, el festejo y el salitre. La niña se encontró desde muy temprana edad, con los libros, y gracias a su abuelo, Tomás González, y a su padre, Luis Buitrago, cultivó el amor por las historias y la palabra en general.
En Cali entró con pie derecho en el universo sonoro del son montuno, la música jíbara, que llegó tomada de la mano del ambiente ye-ye y go-go, la nueva ola que traía la tromba juvenil del rock and roll. Ya los aires cubanos y puertorriqueños pasados por el filtro del Bronx se les conocía como el fenómeno de la Salsa, y los jóvenes de esa generación fueron totalmente permeados por esta onda musical.
Feminismo, psicodelia, preocupación por los derechos civiles, humanos y raciales, rebeldía, psicotrópicos, la actividad bohemia apareció de repente, como de la “nada”. Fanny Buitrago, una chica repleta de preguntas, y con una formación intelectual sólida, entra a la formación titular del movimiento nadaísta, caracterizado por sus posturas anticlericales, sus escándalos y su desparpajo.
El nadaísmo se convierte en una especie de puñetazo en la cara a una sociedad pacata y teocrática, urgida de una sacudida vital. Los jóvenes rebeldes se convierten en poco tiempo en uno de los movimientos radicalmente contraculturales que veía nacer nuestra América del Sur, aún provincial.
Entre fiestas, conciertos, el rechazo, la aceptación de algunos pocos, la marginalidad, se forjó una revolución de la que la autora formó parte y arte. Gonzalo Arango, su líder, con sus aciertos y sus desaciertos, fue elevado a la categoría de profeta y guía, al frente de unos niños rabiosos dispuestos a todo con tal de no dejar títere con cabeza en la búsqueda de nuevos caminos y formas de expresión más vitales, más viscerales.
Se vinieron con fuerza las publicaciones: “Nadaísmo 70”, “De la nada al Nadaísmo”, donde la joven Fanny publica sus textos y colaboraciones; sin embargo, su espíritu independiente le reclama a gritos y decide buscar su propio camino.
Atrás quedaron el sabor existencialista sartreano y el aullido beatnik. Había llegado la hora de seguir a sus espíritus tutelares y continuar. Pronto ve la luz “El hostigante verano de los dioses”, novela considerada precoz, de un alcance y madurez excesiva, ya que Buitrago contaba en ese entonces con escasos dieciocho años.
El recibimiento de la crítica no pudo ser mejor, convirtiendo a la joven rebelde en una de las mayores promesas literarias del país.
Después publicó “Cola de zorro”, que fue finalista entre el exigente rasero del concurso auspiciado por Seix Barral. Sus personajes femeninos son nada convencionales y sus sátiras van directas a una sociedad que deshumaniza y aliena. Los textos están salpicados de revueltas sociales, sindicalismo, alusiones a posturas ideológicas, violencia social e individuos enfrentados a regímenes totalitarios que desprecian las convenciones morales.
Es por de más extraño, que, con ese universo, Fanny Buitrago no sea, precisamente hoy por hoy, una heroína feminista digna de todos los homenajes. Todo aquel que revise con lupa su vida y su obra encontrará que ha hecho más que mérito para que hoy se le vea como el gran referente que ya es.
En su obra hay mucha experimentación, convirtiendo sus textos en un desafío a la visión patriarcal, convencional y eurocentrista que dictamina los parámetros estéticos. Su juego rompe con la estructura y el molde, corta y pega, forjando una interesante propuesta de corte intertextual. Utiliza herramientas narrativas alternas como diarios, epístolas, noticias fragmentadas o el chisme de barriada. Retrata realidades, por momentos sórdidas, con énfasis en lo cotidiano.
En una seguidilla de aciertos, gana el Premio Nacional de Teatro con la obra “El hombre de paja”. Sucede lo mismo con “La garza sucia”, un ballet basado en uno de sus relatos, con el cual obtiene el Premio Temporada de Verano en Buenos Aires.
Se establece durante una larga temporada en el archipiélago de San Andrés y Providencia, donde su esencia caribeña y el sabor del océano traen, con el vaivén de las olas, obras importantes que son un retrato de las islas y su sonoridad, de sus leyendas, mitos y tradiciones.
Historias con identidad oceánica, con olor a marisco, sexo, sumergiéndose en lo provincial, en lo autóctono, rozando los límites del humor, los dilemas amorosos, una vez más las diferencias en las clases sociales, la jerga nativa, el desparpajo caribeño y su singular oralidad, lo típico de la gastronomía y la alegría de los dichos populares.
Las novelas “Los Pañamanes”, y “Bahía Sonora” son relatos que se adentran entre lo real y lo mágico, recreando un universo que no se le puede atribuir en exclusiva a nuestro Nobel de literatura Gabriel García Márquez, ya que este se encuentra en el mismísimo código genético de nuestro pueblo caribeño y su exótico imaginario.
Fanny Buitrago se ha convertido, con el transcurrir de los años, en una de las voces más prolijas de nuestra literatura: cuentista, novelista, dramaturga y ensayista. Con un gran número de títulos en su haber literario, novelas como “Señora de la miel” y “Bello animal” no han pasado inadvertidas por la crítica. Los libros de relatos “Las distancias doradas”, “La otra gente”, “Líbranos de todo mal”, “Los fusilados de ayer”, “Camino de los búhos” y “Los encantamientos” la han convertido en una de las plumas más relevantes que vio nacer nuestra región Caribe.
Muchos de sus textos se encuentran traducidos a diferentes idiomas, como el inglés, francés, alemán, griego, holandés, italiano y árabe. Rebelde, feminista, tal como lo indican sus acciones, sus posturas, su obra y su misma vida. Fanny hoy por hoy, hablando de exultaciones y homenajes, podría ser considerada como la más ilustre de nuestras autoras “olvidadas”.