Carlos Polo
Columnista / 26 de abril de 2025

‘This is the end’: Cuando Val Kilmer se convirtió en Morrison o el arte de morir dos veces

This is the end, beautiful friend / this is the end, my only friend / the end…
Este es el fin, mi hermosa amiga / este es el fin, mi único amigo / el fin…

Un improbable Jimbo resucitado camina lento, sigiloso: como un jaguar, como un lagarto, como un monarca alucinado. El escenario se vuelve trémulo. Sin duda es Jim, es el Rey Lagarto. Ahí está, acariciando el micrófono como si fuese un pájaro asustado, abarcándolo entero y rotundo con sus dos manos. Sus ojos están cerrados. Es Jimbo escapado del desierto eterno…

Of our elaborate plans, the end / of everything that stands, the end…
De nuestros elaborados planes, el fin / de todo lo que permanece, el fin…

Es, sin duda, Morrison con su voz profunda que lo abarca todo. Es Jim, aunque ya no esté entre nosotros desde aquella primavera de 1971, cuando el cielo de París enmudeció de tristeza. No, qué va. No es Jimbo, no es el poeta de las autopistas solitarias, no es el mensajero del peyote. No. Es Val Kilmer interpretando el papel de su vida. Es Kilmer llevando el método Stanislavski al extremo. Es el Batman eterno metido en la piel de James Douglas Morrison, miembro exclusivo del Club de los 27.

This is the end, my only friend, the end…
Es el final, mi único amigo, el final…

En 1991, dos décadas después de la muerte del que fuera considerado uno de los indiscutibles dioses del rock, Oliver Stone trae de vuelta al Rey Lagarto. Que digo, no fue Stone: fue la monumental actuación de Kilmer, su compromiso físico y mental, el tono de su voz, que logró un parecido impensable con la de Morrison. Tanto, que varios de los temas que suenan en la película fueron grabados por él, hasta Ray Manzarek, tecladista original de The Doors, dudó si era Kilmer o una grabación de Jim.

Oliver Stone solo puso la cámara. La transformación fue obra de Kilmer: 20 kilos perdidos, 50 canciones memorizadas, un año vistiendo sólo cuero y jeans rotos incluso para ir al supermercado. Cuando el rodaje empezó, ya no había actor: sólo quedaba Morrison, con su cadera serpentina y su voz de bourbon quemado, porque Val Kilmer logró atrapar, de un golpe, la melancólica voz que representó a toda una generación y encarnar, literalmente, a una incomprendida estrella de rock que se autodestruyó sin piedad.

This is the end, my only friend, the end…

El pasado 1 de abril falleció Val Kilmer, y para muchos también representó una segunda muerte de Morrison, sobre todo para los fanáticos de The Doors y el rock and roll. En mi caso, al enterarme de la muerte del actor californiano, vinieron a mi cabeza flashbacks: fragmentos veloces de la película. No recordé al Iceman de Top Gun, el popular filme estelarizado por Cruise y Kilmer. Tampoco me llevó a Heat o The Saint… En mi cabeza se repetían los momentos en que Kilmer nos metió en la piel del Rey Lagarto, en una interpretación tan verosímil como brillante.

No safety or surprise, the end…
Sin seguridad ni sorpresas, el fin…

De alguna extraña manera, mientras más leía sobre la muerte del actor, sobre su extendido padecimiento, la canción que nos ha acompañado a lo largo del texto se repetía como una especie de melopea infinita. Y pensé que quizás, por qué no, el mismo Kilmer tal vez la tarareó al intuir el impostergable fin que le llegó así: sin seguridad ni sorpresas, solo el fin. Su lucha había terminado. Kilmer dejó de cantar: el cáncer de garganta que le apagó la voz al fin ganó la partida, manifestándose en una neumonía mortal.

Night divides the day / Tried to run, tried to hide / Break on through to the other side…
La noche divide el día / traté de correr, traté de esconderme / ábrete camino hacia el otro lado…

Y no lo sé con certeza: si la noche dividió el día, si trató de correr, si trató de esconderse, si se abrió camino hacia el otro lado, si avanzó hacia el otro lado…

Lo cierto es que Kilmer pasó horas perfeccionando los modos, los gestos, se movía como él, investigaba y aplicaba su mismo tono de voz para hablar y cantar. Su inmersión en el personaje fue total, pese a las incorrecciones históricas por las que la crítica ha señalado el filme, y algunos señalamientos sobre la trama y el arco dramático del personaje, la excepcional actuación de Kilmer logró obnubilar cualquier reparo.

El parecido físico es tan impresionante que ha dado lugar a confusiones, sobre todo entre las nuevas generaciones. Muchos no distinguen entre fotografías o videos extraídos del filme y los del Morrison original, hasta el punto de que algunos fanáticos se han tatuado la imagen de Kilmer como Jimbo, convencidos de que se trata del mismo Morrison.

Sin duda, habrá quien lo recuerde más como Iceman o quien crea que Kilmer fue el mejor Batman —ese muchacho multimillonario cegado por la sed de venganza, con acceso a armas y equipamiento militar—. Pero yo me quedo con el Jinete de la tormenta.

Riders on the storm / Into this house we’re born / Into this world we’re thrown / Like a dog without a bone, an actor out on loan…

A los 65 años, a Kilmer le robaron el mes de abril entero. La enfermedad que le arrebató la posibilidad de seguir regalándonos actuaciones memorables determinó que había llegado el fin. Sí, this is the end, my friend. Ábrete camino hacia el otro lado, avanza hacia el otro lado… Y cuéntanos: ¿cómo está el Rey Lagarto? ¿Cómo les ha ido con su juego de espejos?

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