Juan Alejandro Tapia
Columnista / 7 de junio de 2025

Darwin y el WhatsApp

La teoría de la evolución de Darwin aplica y explica la manera en que nos hemos adaptado a comunicarnos por WhatsApp o cualquier plataforma de mensajería. Nunca, a lo largo de la historia de la humanidad, la palabra escrita tuvo tanta fuerza como ahora, justo cuando muy pocos son capaces de abrir un libro o dedicarle más de quince minutos a leer un periódico para enterarse de cómo va el mundo más allá de su parcela. Atravesamos una época de cambio en la que no todos cuentan con las habilidades interpretativas para descifrar las emociones que expulsan los símbolos del teclado; de ahí el choque generacional surgido del desplazamiento de la oralidad al segundo plano de la interacción social.

Los nativos digitales están cerca de suprimir el habla como principal herramienta de comunicación. Su grado de percepción es tan elevado que la mayoría no requiere el uso de palabras para comprender el estado de ánimo de los de su rango de edad. Demorar en responder un mensaje o hacerlo más rápido de lo previsto, dejar al otro en azul o en gris, con un chulo o con dos; silencios prolongados, párrafos extensos o un simple OK son suficientes para formarse una idea de las emociones ajenas o, incluso, un perfil detallado de su personalidad.

La comunicación por WhatsApp y sistemas parecidos ha terminado por reemplazar, en el análisis de los más avezados, los gestos, entonaciones y pausas indispensables para el viejo modelo de relación hablada. La capacidad de entender el significado no verbal de un texto con solo verlo es un subproducto del salto de las relaciones interpersonales físicas a las de pantalla.

Esta mutación implica, también, conocer el peso específico de cada emoji, su función bajo diferentes situaciones, y lograr, con una carita amarilla, el mismo efecto de una mueca de tristeza o alegría, de un bostezo por la ausencia de comida, de una lágrima inoportuna en la mejilla, de la frente arrugada por la falta de una explicación o de la mano apretada en señal de ira. El nivel de percepción aumenta de manera acelerada en niños y adolescentes, y va a paso lento en mayores de cuarenta, pero Darwin no miente: la selección natural no es una decisión individual y consciente, sino un llamado de la biología.

Tal diferencia evolutiva es una de las razones para el choque cultural de la comunicación intergeneracional de hoy. Los cultores del viejo modelo esperan encontrar el calor de la palabra hablada en las yemas de sus dedos y exceden su transmisión de ideas. No entienden que el mundo de hielo de la mensajería es un lenguaje nuevo, no una plataforma para utilizar el anterior.

El camino de retorno no está a la vista y, de haberlo, ameritará el mismo proceso de adaptación. En unas décadas, cuando los que no nacimos con el celular en la mano estemos bajo tierra, nadie cometerá la osadía de atreverse a intentar un contacto oral sin haberlo programado con días de anticipación, y el objetivo no será comunicativo sino de otra índole. Familiares y amigos cercanos optarán entre sí por el teclado ante las dificultades para expresarse «a la antigua». El lenguaje hablado, quizá la mayor característica diferenciadora del ser humano en el reino animal, tiene sus días contados.

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