La escritoria chilena Isabel Allende es de esa personas que aunque uno no haya cruzado palabra jamás, siente que la conoce tanto como a la mejor de las amigas, porque las mujeres de su obra salen de su vida real. Son guerreras, confidentes, feministas, heroínas, valientes, resilientes, sobrevivientes y apasionadas. No claudican jamás.
Desde 1982, cuando leí su primer libro, La Casa de los espíritus, escrito mientras se encontraba exiliada en Venezuela, quedé matriculada para siempre con su obra. Sus libros son una forma de exorcizar sus obsesiones, sus miedos, los amores perdidos, la tierra, la familia, todo lo que la perturba, y lo hace de una manera magistral, a veces como novela histórica, como Largo pétalo de mar, otras veces como libro de cocina, como Afrodita, o su más reciente obra que presentó este jueves en el Hay Festival, Mujeres del alma mía, su libro más autobiográfico.
En este reflexiona sobre cómo empezó su feminismo, la relación con su madre, su oficio, su vida como mujer latina en Chile y Venezuela donde es más importante la belleza que el intelecto, y luego en California donde vive sus años dorados, llevan al lector a entender su activismo y su pensar.
Isabel se describe a sí misma como una activista feminista trabajando por la igualdad de género desde muy joven, con solo cinco años. Su activismo lo describe como una carrera de postas, en la que hay que ir pasando la antorcha, andando en la misma dirección, incluyendo a jóvenes de ambos sexos, a los hombres, a los hijos, todos tienen cabida, todos son bienvenidos.
La relación sin tapujos con su abuela y su madre ayudaron a forjar su cáracter, a ser un espirítu libre, a desarrollar su creatividad, en el entendido de que Isabel vive en inglés y escribe en español, y nunca tomó talleres, ni cursos de redacción, ni clases de literatura. Su capacidad creativa está en la historia misma de sus personajes, de los hechos históricos que han marcado su vida y de su disciplina para sentarse a escribir un nuevo libro cada 8 de enero, para lo cual una semana antes empieza a recitar en voz alta poesía en español.
La distancia en momentos en que las comunicaciones telefónicas no eran tan asequibles entre países, hizo que mantuviera por décadas una correspondencia sin censura con su madre. Son más de 24.000 cartas que ella conserva inéditas, con la firme convicción de que no serán publicadas jamás. Sin embargo, gracias a ese intercambio, Isabel obtuvo las herramientas para su independencia económica, intelectual y emocional, para no vivir sometida a la voluntad de los hombres.
La literatura cambia, se va modificando con el tiempo, los temas se repiten y hay otra forma de contar la violencia, la muerte, el amor, la justicia. Por eso dice que cuando se escribe no se puede esperar solo la fama, que le publiquen, ni dinero, si no amas el oficio. Esto es como entrenar para ser deportista. Lo que importa al final es que juegues bien. A nadie le importa el tiempo que inviertes, los borradores que botas a la basura, ni las veces que salen y entran los personajes.
Desde lo profundo del alma, leer un libro será siempre una comunión íntima entre el lector y el autor, que podemos sentir ausente, o muy presente dependiendo del grado de interés que despierte en nosotros su obra y su vida. Esto me sucede con Isabel Allende, con quien he aprendido a entender a América desde la Patagonia hasta California.