Wilson García
Columnista / 30 de enero de 2021

De amor o de dolor

Uno de los comportamientos desconcertantes dentro de la sociedad colombiana, es cuando de aplicar el derecho universal del cuidado de la infancia se trata. Nunca entendí eso de que solo se nos tenga en cuenta a partir de los 18 años para hacer parte de la vida integral de una cultura. La adolescencia es un estado de preguntas existenciales constantes que deben tener espacios de expresión y escucha.

La experiencia propia me lleva a deducir que esa exclusión ha sido un prototipo errado para formar sociedad, porque el desarrollo de la personalidad de cada uno se va consolidando en la medida que socialice y comparta. Se trata de ponerle atención plena a la infancia y la juventud tanto en su educación emocional como en la racional, de manera que rompamos ese paradigma social de no contar con las capacidades del ser, tanto cuando está en su crecimiento, como cuando está en su madurez a partir de los 50 años. Sociedades sabias y armoniosas integran a todos sus individuos en todas sus etapas y necesidades.

Hoy comparto una narración de auto ficción, con el propósito de despertar sensibles reflexiones y sobre todo acciones que corrijan esa indiferencia normalizada en la que está inmersa “c”olombia con tanto daño que causa el abuso o maltrato físico y psicológico de nuestros pequeños. (Yuliana de 7 años violada y asesinada en Bogotá. El payaso Cienpesitos de 14 años asesinado en Córdoba, Niña Emberá de 11 años violada en Risaralda, María Ángel Molina de 4 años asesinada en Caldas, por nombrar algunos de los cientos maltratos de los últimos años.)

Esta narración en prosa poética de frases fungibles y digeribles, de narrativa furtiva para alimentar un duelo y superar pesadillas sin dialéctica, es basada en un hecho que aun no logro esclarecer si fue de amor o de dolor para la edad en la que la viví.

“En medio del silencio rural, pasadas las 2 de la mañana, me despertó sentir ese líquido húmedo, viscoso, acuoso y pegajoso que iba cubriendo las yemas de mis delgados dedos, mientras la muñeca de mi mano estaba circundada por otra mano gruesa carnosa caliente que guiaba la mia hacía una zona corporal ajena, como moviendo un mástil con su vela y verga aferrada a un bote. No era mi piel la que yo palpaba con mis dedos untados de esa viscosidad, era otra carne la que mi mano estaba obligada a palpar, esa mano conductora fue bajando la mía a un surco desconocido, tupido de pelos gruesos, que mas tarde supe que se llamaban vellos púbicos cuando el fiscal leyó ante el juez la minuta de acusación describiendo en detalle: “hubo abuso carnal en un acto premeditado por un mayor de edad que aprovechó su condición de superioridad en un momento de fragilidad sobre la de un menor que por naturaleza busca modelos afectivos en sus adultos cercanos.”

Yo me sentía cómodo y alegre cuando estaba sentado sobre las piernas de él con mi espalda relajada sobre su pecho, sus brazos rodeaban mi cuerpo y él permitiéndome reposar en su regazo me ofrecía protección, calor familiar. Mora, era su apellido, él era de consistencia grande, yo pesaba 30 kilos con una delgada textura que daba cuenta de mis 10 años. A esa edad un mar de experiencias me había pasado por delante, por ejemplo, a los 5 años me sorprendió una erección mientras compartía el baño con mi prima de 4 años, a ella la aterrorizó. A los 6 años jugando con mis dos amiguitos vecinos, un inocente juego infantil de lucha libre terminó en un desafío de erotismo grupal mostrándonos los genitales para vestir y desvestir al muñequito, manera pueril de nombrar nuestros penes. A los 7 años decidí ignorar a mi padre, por encerrarme a medianoche en un cementerio antiguo y abandonado de un pueblo viejo, por llevarme a un estadio a ver un partido de futbol sin preguntarme si me gustaba ir, por olvidarme en un cine, por descubrir que era alcohólico. Desde ese momento fui yo quien no conté con los adultos y replantee valores… decidí no contar con todo aquello que no me hiciera sentir bien.

Cuando encontré a Mora, el jefe del grupo scout en el que entré de pequeño, me abrazó y sonrió, escuché su risa y su voz y deposité en él mi confianza, reemplazando la figura del padre olvidado, quise contar con él como el maestro, como el amigo, como el guía, pero cuando en medio de una oscuridad profunda la mano de Mora anilló mi delgada muñeca para bajarla a palpar su zona púbica, untando mis dedos de su lubricación sediciosa y cuando mi tacto se topó con su virilidad gruesa y carnosa, se instaló en mi un estado confuso de sensaciones reales e irreales, se deformó el espacio y se confundió el tiempo, apareció un enredo entre afecto, empatía y apatía, una conmoción interior estremecedora que me doblegaba e inhabilitaba. No reaccioné de manera inmediata, esperé para entender, para ver, y hasta para sentir. Mi sentir era en ese momento una confusión total y esa confusión estalló y me sorprendió por segunda vez en medio de un cuarto oscuro de fotografía, sin opción a una luz.

De nuevo la oscuridad, solo formas, líquidos químicos, y la piel que emitía olores. Aparecieron los olores corporales emanados al ritmo del agite, los sonidos guturales al ritmo de la ansiedad y del deseo de él, los jadeos, los alientos nubosos, y los gritos contenidos, ¡que confusión de emociones! miedo, impotencia, muchas sensaciones contrariadas, mi débil cuerpo no tenía las fuerzas para liberarse de ese grillete humano que me encerraba, apretaba, aprisionaba sobre los movimientos que restregaba contra mi. La situación fue pasando de la calidez al calor, al ardor, al sudor, al olor y al dolor. Me llegó el dolor, reaccioné, grité sin llorar, pero el grito fracasó, se tropezó con un tapón empuñado que selló mis labios. El grito se ahogó en mi garganta y se devolvió, recorriendo el esófago, el estómago, los intestinos, y el recto; el grito llegó al recto y desgarró, fisuró y rompió una cavidad que no sabía que estaba allí para ser rota. Cae de nuevo sobre mi un alud de confusiones, alteraciones, y como torbellinos me envuelven sentimientos que pasan desde la ira hasta la compasión, desde la ternura hasta la pasión y desde el amor hasta la indiferencia.

Todo esto que sentía no lo supe expresar cuando me sentaron al lado del juez, porque a esa edad y en medio de mi desconcierto una cosa es lo que se siente, otra cosa es lo que se piensa y otra lo que se expresa. Yo no lo logré expresar, no lo logré decir, enmudecí, luego señalé y acusé. El juez me veía con compasión, el fiscal como un trofeo, el defensor como un experimento, la audiencia como un ejemplo social, mi familia nunca se enteró, y Mora, ya no me vería nunca más, porque al igual que a mi padre, lo borré de mi sentir, de mi pensar, hasta hoy que lo tuve que revivir para poder escribir.”

PD: A 11 meses de pandemia el Gobierno de turno emitió decreto de luto y condolencia por la muerte del Ministro de Defensa, pero no por todas las muertes causadas durante el 2020-2021, es cuestión de humanidad. @eldelteatro

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