Sonia Gedeón
Columnista / 8 de agosto de 2020

Dolor de patria

Escribo estas líneas con profundo dolor de patria, por mi patria chica, el Líbano, tierra de mis ancestros, y por mi patria grande Colombia donde nací y donde pertenezco. Me duele ver sumida a Beirut una vez más en la destrucción producto de una explosión absurda para retroceder en el tiempo a la desolación y al caos que otrora causaran las guerras civiles de la mitad del siglo pasado, y a Colombia amordazada por la detención injusta de Álvaro Uribe Vélez, el líder que nos devolvió la esperanza y nos sacó de la entonces pandemia del narcoterrorismo que nos mantenía presos en las ciudades.

Fue su campaña Vive Colombia viaja por ella, la que permitió florecer la industria turística nacional y nos brindó la confianza necesaria para tomarnos las carreteras del país y viajar sin miedo a explorar los sitios hasta entonces vedados por la inseguridad y el temor al secuestro.

Las caravanas abrieron poco a poco las fronteras al interior del país, y como muchos otros colombianos tuve la fortuna de ir al sur tan lejos como Popayán para vivir los ritos de la Semana Mayor con todo el rigor de la pompa religiosa en sus procesiones nocturnas y los conciertos diurnos de música sacra en hermosos templos como el de San Agustín, en cuyo altar reposa la custodia conocida como el Águila Bicéfala, una pieza única en oro de 22 kilates, recubierta en esmeraldas, perlas y amatistas con un metro de altura y 8 kilos.

 Más allá de lo que implica cada viaje por nuestra extensa geografía, para llegar tan adentro como Caño Cristales en el Meta y sumergirse en sus aguas en un juego de colores que podemos denominar puro realismo mágico, y en el que solo contemplarlo paga la larga y tortuosa caminata de acceso, a este encuentro con la biósfera con tintes de expedición botánica, o el placer infinito que produce el panorama indescriptible y sobrecogedor de las playas vírgenes del Cabo de la Vela desde una ranchería en una noche de luna llena, son motivos suficientes para expresar mi perenne gratitud por el hombre que no ha dejado de trabajar un día por la seguridad y convivencia en nuestro país.

Uribe liberó las carreteras para todos, especialmente para los más humildes a quienes les evitó las “pescas milagrosas” diarias. No había tendero ni pequeño campesino que no estuviera expuesto al secuestro y la extorsión de la guerrilla. Los campesinos pudieron sacar sus cosechas a las vías principales y los paraderos por toda la geografía nacional cobraron vida, para que los viajeros volviéramos a degustar morcillas subiendo a Rionegro, las empanadas con huevo en Lomita Arena, las rosquitas monterianas y los infaltables pandeyucas del Carajillo camino a Villa de Leyva. También protegió la navegabilidad de los ríos, igualmente importante para la gente del común afincada en sus riberas.

Y mientras los costeños con autos también mirábamos al interior y nos atrevíamos a ir en familia montaña arriba a explorar el eje cafetero y sus parques temáticos como Panaca y el Parque de El Café, en una auténtica interacción con la naturaleza que recrea la vida del campo y nos enseña que sin campo no hay ciudad, en un país donde grandes extensiones de tierras han sido mal sembradas de coca por la narcoguerrilla, desplazando los cultivos tradicionales; europeos y cachacos desde Cartagena navegaban río arriba hasta la ciudad blanca de Mompox, la tierra de Dios, donde se acuesta uno y amanecen dos.

Gracias a la política de la seguridad democrática del presidente Uribe volvieron a Cartagena los cruceros, se reactivó el turismo internacional con aquella celebre frase “el riesgo es que te quieras quedar” y se expandió la industria hotelera con la exención de impuestos a 30 años y con ello llegaron las cadenas internacionales como InterContinental, Marriott, Holiday Inn, Radisson, Hampton, Melia, Conrand y Hyatt, entre otras.

Hoy, la pandemia del Covid-19 tiene al turismo sumido en un profundo letargo que nos asfixia y pone en riesgo muchas de las inversiones y puestos de trabajo, más no por ello podemos ser indiferentes a cómo puede éste colombiano de bien, que gobernó el país con mano dura y corazón grande en dos oportunidades, ser un peligro para la sociedad, mientras los exguerrilleros, sin reconocer uno solo de sus crímenes de lesa humanidad se regodean de su libertad y su posición privilegiada sin mérito alguno como senadores de la República.

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