Se trata de Dervis Camacaro, venezolano vendedor de tinto y fritos, y el sucreño Jair Machado, empleado de una firma de servicios y suministros. «La ciudad nos recibió y nos apoyó», dicen.
De su casa en el barrio La Central de Soledad sale todos los días en una bicicleta de motor a las 4 de la mañana rumbo a una cafetería en la Calle Murillo con carrera 43 a comprar los siete termos de café, dos de aromática y dos de leche que vende a comienzo de la mañana en el norte de Barranquilla.
Minutos más tarde baja a la calle 38 carrera 41 a surtirse de deditos, papa rellena, arepas y empanadas que ofrece a una clientela fija que lo espera a diario en varios puntos fijos de la carrera 43 hasta el barrio Miramar en donde termina su labor.
Se llama Dervis Camacaro Hernández, oriundo de Acarigua, Estado Portuguesa, en los Llanos venezolanos, que llegó a Barranquilla en junio de 2019 cuando se agravó la crisis de su país.
“Los últimos años estuve vinculado transporte público, llegué a conducir buses de 18 metros de largo, tengo toda la experiencia”, dice, mientras atiende a uno de sus clientes en la calle 92 con carrera 42G.
En su tierra natal, ‘El chamo’, como lo llaman clientes fijos como vigilantes, peluqueras, aseadores, albañiles, taxistas y trabajadores de farmacias, entre otros, manejaba buses articulados de la empresa de transporte masivo TransAnzoátegui.
Dervis cuenta que desde este sector de la ciudad baja todos los días a las 11 a.m. a recargar los termos hasta la calle 74, luego sube otra vez por la carrera 43 hasta Miramar en donde termina de pedalear en su bicicleta hasta las 4 p.m. cuando regresa a casa a prepararse para el día siguiente.
“Allí hago la chicha y los jugos que preparo con mi esposa que es peluquera”, narra Dervis, casado con Fanny Morales, nacida en el Estado Anzoátegui, también en el vecino país, con quien tiene tres hijos: Andrea (13 años), Kevin (11) y Thana (4).
Cuenta que por su condición de migrante ha tenido varios tropiezos, no muy graves, con quienes lo ofenden por su procedencia. “Creen que todos venimos a robar. Y yo les digo hay personas malas como todo, pero son más las personas que aquí me han ayudado porque Barranquilla me abrió las puertas. Que viva el Junior”, dice sonriente.
Dervis cuenta que su rutina de trabajo no le permite disfrutar de muchos descansos porque llega agotado a su casa. Por eso mañana domingo, Día del Padre, se quedará junto a su esposa y sus hijos escuchando música, viendo una película y preparando un arroz con pollo. El plan familiar perfecto.
Jair Enrique Machado Cuello, 32 años, decidió venirse en pleno verano desde su natal Majagual, Sucre, para encontrar un trabajo en Barranquilla que le representara estabilidad para él y su esposa Ana María Julio.
Eso fue en enero del 2019 porque explica que los tres primeros meses de cada año son muy malos para sembrar debido a la escasez de agua.
Allí quedaron su papá, José Machado Chávez y su mamá Teonila Cuello, dedicados al campo en la vereda Polonuevo, zona rural de Majagual.
El primer trabajo en Barranquilla fue con una empresa que presta los servicios de mantenimiento de pisos. Allí conoció a una persona que lo recomendó para el Grupo Maestra y desde entonces tiene un empleo estable.
A la mejoría de la situación económica, el 22 de mayo del 2020, en plena pandemia, recibieron otra gran noticia: el nacimiento de Antonella, la primogénita de esta pareja de sucreños que viven en el barrio Nuevo Horizonte del municipio de Soledad.
“Estamos muy contentos en Barranquilla, acá nos han recibido bien, la gente es amable y tengo empleo, pero no olvido mi tierra”, confiesa.
Por eso sueña regresar de vacaciones a Majagual en diciembre porque después de tres años de ausencia quiere volver a abrazar a su papá, a comer mote de queso y bocachico frito.
Jair dice que de su papá aprendió todo lo que es, por eso este domingo al primero que llamará para felicitarlo será a su progenitor.
“Y soy lo que soy por él, me enseñó a trabajar la tierra, a hacer las cosas bien y a huir de las malas. Somos nueve hermanos que gracias a Dios siguieron su ejemplo”.
Jair recuerda su niñez y su adolescencia sembrando maíz, yuca y arroz en la tierra de su papá, cosecha que siempre venden en la zona urbana de Majagual.
Confiesa que quiere seguir el ejemplo de su papá para replicar este modelo en su hija Antonella. “Uno cría a los hijos con lo que ellos ven”.