Patricia Escobar
Columnista / 30 de enero de 2021

El otro lado de la moneda

¿Qué nos cuesta entender a los demás? ¿por qué somos tan rapiditos y ligeros al juzgar o emitir una opinión o sentencia?, ¿qué nos cuesta ver más de una cara de las cosas cuando desde hace tiempos sabemos que no todo es blanco o negro, bueno o malo?

Estas preguntas me rondan en la casa con mucha fuerza en estos días, en dónde el tiempo debería permitirnos ver con más tranquilidad y objetividad las cosas, en donde las circunstancia deberían habernos permitido ser más benévolos, en donde con tantas oportunidades de análisis nos permiten ser más sabios.

Dos temas centran mi atención: el de las vacunas y el del Carnaval. Dos temas radicalmente opuestos en su esencia, pero que a la larga tienen en la vida un hecho que los une, aunque parezca una locura decirlo. Y los temas que son los más predominantes en las conversaciones cotidianas por estos días son tratados con tanta ligereza, con tan poco análisis, con tanta crítica negativa que es inevitable, por lo menos para mí, que yo me cuestione a cerca de lo que hemos aprendido en el último año.

Me voy a referir hoy al tema del Carnaval, porque es más cercano a mi sentir, porque, lo vivo con más intensidad, porque lo conozco con más detalle.

No entiendo por qué hay dizque conocedores de nuestra cultura que saltan como fieras a criticar el hecho de que la mayoría de los atlanticenses sientan que la fecha no puede dejarse pasar por alto. Esos críticos olvidan que la cultura es una expresión auténtica de un pueblo que no se puede castrar ni reglamentar. Esos críticos olvidan que, en nuestro país, no se les puede regalar plata porque sí a los actores del Carnaval, y que dejar que ellos hagan proyectos y los presentes, adaptados a las nuevas formas de transmitirlo, recibiendo por ello una plática es de alguna manera apoyarlos en su subsistencia económica y mental. Si hay otra forma de apoyarlos legalmente, ¿por qué en vez de criticar lo que se está haciendo no la comparten en público?

Por otro lado, se olvidan los críticos que con la famosa virtualidad nuestras expresiones y manifestaciones culturales están y van a llegar a rincones nunca antes imaginados. Un tailandés, un ruso, un coreano, un finlandés, está a solo un click de conocer nuestra riqueza cultural, artística, folclórica, creativa. Y si hacemos bien las cosas, podemos motivarlo para que tenga a Barranquilla en su radar y se interese por venir a la ciudad y su Carnaval en una próxima oportunidad. Ningún escenario físico donde se desarrolla un evento de Carnaval tiene tanta capacidad para albergar espectadores como la web. Y entonces el apoyo oficial al Carnaval virtual es importante y necesario.

Ahora bien, cuando se hace un resumen de los eventos vividos, cuando se muestran miradas distintas de nuestra cultura, cuando hay presentaciones artísticas que pueden apreciarse sin alcohol ni tumultos, no se está olvidando a los muertos, no se está olvidando la tragedia, no se está ofendiendo a nadie. Con todo respeto, y sin olvidar lo que estamos viviendo por culpa de la pandemia, todos los años sufrimos la muerte de personas cercanas o no, todos los años en algún rincón del mundo hay una tragedia dolorosa, todos los años hay un motivo para llenarnos de nostalgia y echarnos a morir. En Colombia hay cada día una cantidad de muertes injustas, en Colombia hay una desigualdad suprema, en Colombia hay dolor en muchas esquinas, pero no por eso, tenemos que echarnos a morir. Hay que luchar por la vida y, aunque parezca increíble, la Cultura como una expresión auténtica del pueblo es una forma de decir que la vida prevalece sobre la muerte.

Yo propongo que le dediquemos un tiempo a examinar la amplia programación carnavalera virtual y que compartamos sus enlaces entre nuestros conocidos para que el mundo entero sepa que existe una ciudad llamada Barranquilla, un departamento llamado Atlántico, donde se honra la vida, y se respeta la tradición; donde hay una gran diversidad cultural, y donde la creatividad hace parte del ADN de sus moradores.

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