Empresariales / 20 de enero de 2024

Elkin Martínez, el artesano que hizo del tejido la luz de sus ojos

Miredvista.co

El barranquillero habla de cómo ha logrado sobreponerse a los estragos del glaucoma, la enfermedad por la que perdió un ojo a los 18 años y la visión del otro a los 32. Hoy no solo teje, sino que decora los bolsos y carteras que elabora en crochet y trapillo.

Elkin Martínez en plena producción de una mochila en crochet.

Cadeneta a cadeneta, punto a punto, nudo a nudo, Elkin Martínez Romero ha ido superando los momentos duros que ha tenido que vivir desde los 18 años, cuando empezó a sentir los estragos del glaucoma en su visión.

Sobreponiéndose a esa enfermedad que lo llevó a quedar totalmente ciego a los 32 años, este barranquillero encontró en el tejido su mayor aliciente y el eje de un emprendimiento en el que es el artista detrás de las más hermosas mochilas y carteras tejidas y bordada en perlas, cristales, lentejuelas, entre otras, siguiendo las tendencias de la moda.

De esta manera este hombre de 48 años logró darle la vuelta a la adversidad y hacerle el quite a esa mala pasada que le había hecho una enfermedad que se produce cuando el nervio óptico se daña por un aumento en la presión ocular, contando con el amoroso apoyo de su mamá, Denia Romero, que le ayuda a buscar modelos de bolsos y se los explica para que él pueda plasmarlos en el tejido, y de su hija, Sabina Martínez, de 13 años, quien produce el contenido de sus redes sociales.

A Elkin la vida le cambió a los 18 años, cuando ya había terminado el bachillerato y un fuerte dolor en uno de sus ojos hizo que viajara a Bogotá para que lo examinaran en la reconocida clínica Barraquer. Tras una serie de exámenes, los médicos determinaron que por la gravedad del daño ocasionado por una enfermedad llamada glaucoma era necesario hacerle una cirugía para extraerle el ojo mediante una técnica llamada evisceración (vaciado del globo).

No fue fácil para él en un comienzo, pero logró sobrellevar aquella pérdida, primero con una prótesis y después con un parche. Decidió estudiar ensamble y reparación de computadores, y posteriormente una oportunidad laboral lo llevó de vuelta a Bogotá. Estando allá, de nuevo el fantasma del glaucoma se hizo presente en su vida. En 2007, la altura de la ciudad y la baja oxigenación descontrolaron su presión ocular y se desprendió su retina, por lo cual tuvieron que hacerle varias cirugías.

“La visión empezó a bajar hasta desaparecer, y por ello me tocó aprender a hacer todo de nuevo, a caminar, comer, relacionarme, y además a usar bastón”, cuenta, en su casa del barrio Las Delicias. Volvió a adaptarse a la nueva realidad, pero entonces tenía que buscar cómo ser productivo. En pandemia hizo masajes corporales relajantes, pues había aprendido esa técnica, pero la luz volvió a su vida cuando conoció los secretos del tejido.

“Una amiga guajira me enseñó a tejer, a identificar un punto de otro, primero con una cuerda grande, sin aguja. Yo repasaba mentalmente lo que ella me enseñaba porque después lo hacíamos con cuerdas delgadas, hasta llegar a la lana y la aguja. Así aprendí a tejer en crochet”, recuerda él.

Apunta que lo bonito del tejido es que cada vez le permite “hacer uno mejor”. Lo clave, apunta Elkin, es la descripción que las clientas le hacen de lo que quieren que él les teja, y en eso es clave su mamá. El interpreta esa descripción, y le complacen los elogios que suele escuchar, “pero es frustrante no poder ver lo que hago”, confiesa este artesano al que le gustan el cine, la literatura y el ajedrez.

Elkin cuenta que en crochet es capaz de hacer mucho más que bolsos y mochilas. “Hago tops, faldas, shorts, forros de computadores, en fin; también trabajo el trapillo, que es más fácil por ser grueso”. Su madre y su hija le organizan la pedrería para el bordado por colores, y además él se las ingenió para conocer su cinta métrica centímetro a centímetro, haciéndole marcas en cada rayita.

Hoy Elkin teje a diario, trabaja en este momento por la creación de su marca y quiere que cada producto que hace sea toda una experiencia. Está feliz por el nivel de autosuficiencia que logró en diciembre pasado, cuando trabajó muchísimo. “Por primera vez tuve una Navidad en la que pude atender todos los gastos de mi hija, no tuve que recurrir a la ayuda de nadie, eso es una satisfacción enorme”, expresa finalmente.

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