Carlos Polo
Columnista / 11 de junio de 2022

Entre campañas y barras bravas

Si se tratara simplemente de alentar con cánticos a todo pulmón, con  arengas; de ondear con orgullo los trapos y los colores que representan al equipo del alma, -que cada cual tiene derecho a prodigar, no faltaba más-, si solo se tratara del retumbe de los redoblantes, del golpe del bombo como el rítmico corazón de una tribuna, del júbilo colectivo, de la celebración, de una alegría participativa y democrática, de las bengalas tiñendo de colores el techo del cielo, pero no, lastimosamente, una barra brava y radicalizada, bien podría empañar una competencia con actos non sanctos, tal como ha ocurrido en innumerables ocasiones. Una barra brava y radicalizada suele defender a grito herido los colores que ha escogido representar con fiereza, con el verbo, con el alma, con el ímpetu, con el aliento, hasta con el cuerpo si es posible.

El caldeado ambiente en este último trecho de la contienda política en Colombia hace pensar que, es tan profunda la división en nuestra sociedad, que más que la escogencia del nuevo presidente de la república, se estuviera asistiendo a la final de un clásico entre rivales eternos a los que los dividen montañas de prejuicios y predisposiciones inalterables. Este comportamiento de barristas radicales y furibundos ha traspasado las fronteras de la comunicación digital, irrumpiendo de manera  concreta en la vida cotidiana.

Las discusiones subidas de tono e impulsadas por las pasiones y emociones han terminado aterrizando en el espacio público, y están en cada esquina, en los semáforos, en la tiendas, en el taxi o la buseta, en las cenas y encuentros familiares, en las tenidas con amigos, en el saludo del vecino, “¿y por quién es que va a votar usted?” Como el nombre no concuerde con el candidato de sus afectos, se viene automáticamente una andanada de prejuicios personales, que fácilmente puede culminar con una excomulgación, una acusación penal sin prueba, una tenida a puño limpio o una ofrecida de plomo venteado.

El filósofo Byung-Chul Han afirma que estamos inmersos en una sociedad de la transparencia, una  que tiende a la uniformidad, con marcados rasgos totalitarios, donde cada  uno resulta víctima y actor a la vez, “entregándose de manera voluntaria a la mirada digital, desnudándose y exponiéndose”.         

La política en la era digital se ha convertido en materia inflamable, porque ha ayudado a propagar mucho más rápido las xenofobias, los regionalismos, los prejuicios de clase, de raza, religión e ideas, convirtiendo al elector común, en un furibundo barrista radical. Las redes hoy son un hervidero de violencia verbal, de descalificaciones, de señalamientos, de abucheos y vítores dependiendo el sesgo y la tribuna.

De acuerdo con Han, la violencia ha cambiado de piel, se ha transformado, pasó de visible a invisible, mutó de frontal a viral, en muchos casos pasó de real a virtual, mutó de física en psíquica, retirándose “a espacios subcomunicativos y neuronales, de manera que puede dar la impresión de que ha desaparecido. Pero la violencia se mantiene constante y se ha trasladado al interior”.   

Las feroces discusiones virtuales entre los ‘furibarristas políticos’ que han inundado las redes, los grupos de chats, los  grupos de difusión culturales y periodísticos y los grupos de amigos y familiares, suelen iniciar con un simple meme, e ir in crescendo entre acusaciones de parte y parte que generalmente detonan el agravio personal, desde el: “Vago, guerrillero, drogadicto, ‘castrochavista’ que todo lo quiere gratis”, hasta el: “Paraco, narco, opresor, testaferro, enemigo del pueblo”.  

Esta violencia verbal en apariencia invisible, ha venido afectando amistades que datan de años, separando a padres e hijos, a hermanos y hermanas, a tíos y sobrinos, en una interminable cadena de cercanías y afectos malogrados, que han terminado en enormes diferencias, en donde antes existía cariño o por lo bajo un mínimo de respeto.

Cuando esta violencia traspasa los límites de lo digital y lo viral, encontrando un sujeto concreto, un intercomunicador directo, generalmente ocasiona una reacción, que degenera en calumnia o injuria, dejando como saldo heridas difíciles de sanar.  ‘Los trapos que salen al sol’ en medio de estas acaloradas discusiones, que deberían centrarse en los planes de gobierno, en los hechos, en los argumentos, no hacen más que levantar  más muros. Cuando el argumento deja de ser el centro del debate, cuando flaquea, desaparece, o es inexisten, al ‘furibarrista político’, no le queda de otra que echar mano del mezquino y rastrero ataque personal.

Cuando se antepone la emoción y la pasión por encima de cualquier argumento, importa poco o nada la evidencia, porque no existe ninguna cantidad de evidencia que haga cambiar de ‘colores o camiseta’ a un fanático, porque para el ‘furibarrista político’, la autocrítica no existe, y su fe en sus convicciones y en su parecer, es ciega, aprueba de todo, porque el barra brava radical es pasión en estado puro, en estado primigenio, para él no hay una sola  posibilidad fuera de su credo, porque para el ‘furibarrista’ promedio, las medias tintas son apenas un chiste. Una barra brava alienta, putea a diestra y siniestra, apoya, agita sus trapos y banderas, grita con fervor su arenga, así la banda juegue bien o juegue mal, así haga trampa, así sea terriblemente mala, así no sirva…   

 Y así es que estamos por estos aciagos días en mi Colombia tierra querida llena de fe y alegría, en esta especie de versión posmoderna y sofisticada, de neo ‘chulavitas’ y ‘cachiporros’,  que se muestran los dientes como canes enfurecidos defendiendo sus colores, su verdad, su postura, su versión maniquea y limitada de los buenos y los malos.

Byung-Chul Han es de los que piensa que la hipercomunicación se ha convertido en un elemento destructor del silencio, el mismo que requerimos para poder pensar, para reflexionar, para poder ser nosotros mismos. “Hoy ya no hay lengua. Hay estupefacción y desconcierto. Hay ruido y el ruido de la comunicación por una parte, y por la otra, al cabo del hilo, sordera o mudez”.

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