Nuestra Gente / 9 de octubre de 2021

Hermana Rosa, la africana que baila cumbia, sabe qué es un “chicharrón” y ya pide sopa en el almuerzo

Alix López

Rosa Arouna, líder de gestión social del Secretariado de Pastoral Social, lleva 21 años trabajando con comunidades pobres de Barranquilla. Dice que la gente del Atlántico es generosa y hospitalaria.

La hermana Rosa Arouna junto a sus compatriotas religiosas Francine, Elisa y Pierrette, de la Oblatas Catequistas Siervas de los Pobres, y el laico misionero Rodolfo Casseres.

Caminar por las calles del barrio Las Américas, en el suroccidente de Barranquilla, donde vive hace 21 años, le recuerdan mucho a Cotonou (África), la ciudad en la que nació hace 68 años la hermana Rosa Arouna, líder de gestión social del Secretariado de Pastoral Social en nuestra ciudad.

La misión como religiosa de la comunidad Oblatas Catequistas Siervas de los Pobres comenzó el 28 de julio del 2000, el día que aterrizó en la capital del Atlántico junto a otras tres religiosas: Pierrete Fadegnon, Elise Gnimassoun y Francine Adeloui.

La visita a las familias vulnerables es una de las misiones permanentes.

Desde entonces trabajan hombro a hombro con la Arquidiócesis y las diferentes parroquias en los diferentes barrios no solo a nivel espiritual con población vulnerable, sino organizando campañas sociales con apoyo de la feligresía y asociaciones como Amigos de Santa Teresita del Niño Jesús y Laicos Misioneros Pequeños Siervos de los Pobres.

Por eso una tarde podemos verlas entregando alimentos a los habitantes de la calle del Centro, otros en la feria de ropa y variedades para familias vulnerables o llevando kits de aseo personal a población interna de las diferentes cárceles.

La gente nos nos mira solamente como hermanas africanas, somos madres de miles de familias, de hijos espirituales, de seminaristas. Esos son signos de confianza y agradecimiento a Dios. En Colombia, encarnamos la presencia de toda la iglesia africana”, dice orgullosa.

Hermana Rosa Arouna, la africana que en el 2022 cumplirá 50 años de vida religiosa, 21 de ellos en Barranquilla.

En entrevista para MIREDVISTA, Rosa María Arouna contó que desde los 12 años cuando estudiaba en el internado de Benín (país de habla francesa situado al oeste de África) empezó a apoyar la misión que las religiosas de su pueblo cumplían todos los jueves con población pobre. La ayuda que le brindaba a enfermos y a niños la convencieron de que su vocación era trabajar por los más necesitados.

Y pese a que sus padres, Jean Arouna (jefe de mantenimiento de trenes en Cotonou, la ciudad más grande de su país) y Suzanne Bada (comerciante) se opusieron al principio porque consideraban que su hija era muy joven, a los 15 años ingresó al convento y a cuatro años más tarde hizo sus primeros votos.

Luego se fue a estudiar a la República de Togo e Italia y de allí comenzó a trabajar en la Casa de los Leprosos en Benín y a la Casa Arzobispal como encargada del área administrativa. Años después la nombraron directora de Pastoral Social en Benín, cargo que ocupó durante 16 años, de donde fue trasladada a Italia y de allí a Colombia.

Las religiosas de la comunidad Oblatas Catequistas Siervas de los Pobres bailan cumbia con alumnos del colegio de Calamar y el hogar infantil de Barranquilla.

Cuando se refiere a la misión católica en Colombia, enseguida expresa su gratitud con la comunidad liderada por los diferentes arzobispos, sacerdotes, seminaristas y fieles con los que ha trabajado a lo largo de 21 años.

«Estamos metidas en sectores vulnerables acompañando a niños, jóvenes tercera edad y en general a las familias, apoyando a monseñor Pablo Salas (Arzobispo de Barranquilla) de mirar hacia los más pobres. Y hemos sentido esa apertura y esa acogida», dice la religiosa que menciona con enorme cariño y admiración al obispo emérito de Barranquilla, monseñor Víctor Tamayo.

La hermana Rosa, como la conoce la comunidad, afirma que lo que más destaca de los barranquilleros es su generosidad, que quedó demostrada una vez más en esta dura pandemia de covid-19.

«A mi me llamaban, y me siguen llamando cualquier día y me decían: hermana, usted no me conoce, pero a dónde le puedo llevar un mercado para las hermanas africanas. O si no, bonos para comprar alimentos, kits de aseo para los internos, comida para migrantes. Aquí tienen un corazón enorme», resalta.

La hermana Rosa en la entrega de comida a habitantes de la calle de Barranquilla.

Confiesa que el clima, la comida, la música y la gente le recuerdan mucho a su país, y de inmediato, recuerda sus primeros días en Barranquilla.

«Al principio me costaba mucho entender y hablar el español. Es que aquí hablan muy rápido, pero sigo aprendiendo cada día, sobre todo de los niños», asegura.

También cuenta entre risas que confunde muchos términos como «banca» y banco» y que se ha metido tan de lleno en la jerga popular barranquillera que ya sabe que «chicharrón» no solo es una parte de la carne del cerdo sino que acá significa tener un problema.

«Pido que sigamos viviendo en sencillez, humildad compartiendo en medio de la fe, a seguir luchando por la paz en nuestros corazones y alejar la violencia».

Rosa Arouna
Líder de Gestión Social del Secretariado de Pastoral Social en Barranquilla

Su experiencia en comunidad

La hermana Rosa explica además que no ha logrado el acento del barranquillero por la característica multicultural de la ciudad. Entonces añade que las hermanas de su comunidad asentadas en el municipio de Calamar (Bolívar), hablan de otra manera. «Pero yo sigo aprendiendo todos los días», repite.

Cuando le preguntamos por la comida, no deja de sonreír. «Ahí sí no he tenido muchos problemas porque comemos lo mismo que en Benín: arroz y carne, pero me costó lo de la sopa caliente a la hora de almuerzo. No entendía muy bien, ya me he acostumbrado tanto que ahora soy yo la que la pido. En Benín la tomamos algunas noches, no tan caliente como acá», cuenta.

Las religiosas africanas durante un Carnaval de Barranquilla. Todas lucieron sus polleras.

Pero no solo es la temperatura de Barranquilla la que le recuerda a su tierra. También los ritmos bailables autóctonos que intercambian por ejemplo con los 120 niños que atienden en el hogar infantil del barrio Los Olivos II etapa o con las comunidades de feligreses.

«El goumbe de mi país se parece a la cumbia, y el acha, a la champeta. Soy bailadora de nacimiento. Puedo decir que cada vez que suena el tambor me muevo», asegura.

La religiosa africana cuenta que cada dos o tres años, dependiendo de las circunstancias, les permiten visitar a sus familias y a su comunidad católica, pero destaca que la tecnología ha acortado las distancias.

«A través del WhatsApp hablo con mis hermanos casi que a diario», añade.

Encuentro de religiosas africanas. Una parte permanece en misión en el municipio de Calamar y otra en Barranquilla.

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