Patricia Escobar
Columnista / 17 de abril de 2021

Impotencia para escribir

No creí que llegara un momento donde me bloqueara de tal manera que no pudiera escribir. Esta semana la impotencia ha podido más que mi supuesta “independencia afectiva” frente a los hechos que rodean al periodista.

Desde que comenzó este virus a cambiar nuestras vidas he podido escribir estas columnas con alguna tranquilidad. Obviamente he tocado el tema, y obviamente me he sentido imponente, furiosa, dolida por todo lo que ha pasado. Más de una vez he escuchado que deje de ver, leer y escuchar temas relacionados con el Covid y no he hecho caso porque como periodista siento la necesidad de estar informada.

Cuando todo comenzó yo, como la mayoría de las personas en el mundo, creí primero que esto pasaría pronto, y después pensé que no me tocaría o llegaría a seres cercanos. Me equivoqué en ambas situaciones.

A medida que pasan los días y las horas he entendido que esto es algo indescifrable, que ni los científicos con más experiencia y títulos han podido entenderlo, que no hay pronósticos que valgan, que cualquier medida parece poco, que afecta no solo el cuerpo, sino también el alma, las relaciones personales, la economía, todo lo que rodea al ser humano y a la misma naturaleza que habitamos.

Y he entendido también que “el cerco” se va cerrando hasta llegar a tocar a seres muy queridos.

Los primeros afectados fueron mis colegas o compañeros de la producción de eventos y el sector artístico y de entretención. Ellos fueron los primeros afectados. Tuvieron que cerrar primero que todos en el mundo y serán los últimos en retornar. Algunos están como el acordeón, abren y cierran por las circunstancias afectándolos a ellos y a sus empleados.

Algunos han podido migrar a otros escenarios, pero el artista es artista y poco sabe de otra manera de subsistir que no sea su arte. Y el productor de eventos y el empresario del área tampoco es que estuvieran preparados para hacer algo diferente.

Sin embargo, el dolor de su mala situación no fue tan grande como el que comencé a sentir cuando empezaron a afectarse en su salud y fueron perdiendo la lucha. En ese momento comenzó la lucha entre salud vs economía.

Hace una semana, ese dolor se ha vuelto paralizante en mi vida cuando el Covid se ensañó contra el gremio periodístico en el que me he desenvuelto durante más de 47 años. La visita del virus a colegas, conocidos o amigos de toda la vida y sus familias me ha dolido terriblemente. He sentido como propias sus angustias por conseguir una cama, una ambulancia, una bala de oxígeno para ellos o sus familias. Me ha dolido que, en la mayoría de los casos, se afectan ellos y todo el núcleo familiar. He sentido rabia e impotencia ante, para mí, su temprana partida.

Todo esto ha hecho que escribir esta columna haya sido traumático. No me salían las palabras, no sabía coordinar las ideas. Pero en honor a ellos y confiando en que se van a poner mejor o van a superar con fortaleza las pérdidas de sus familiares, he intentado cumplir con mi compromiso semanal.

Por todos mis colegas, conocidos y amigos elevo una oración. A todos los que seguimos invictos, la súplica porque sigamos cuidándonos y aprovechemos nuestros espacios para enviar mensajes positivos, de cuidado, de amor, de esperanza. Mensajes que nos repitan cómo cuidarnos, que no señalen, ni juzguen porque nadie sabe lo que pasa en el interior de cada persona.

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