Al conjugar estas simples palabras, “la mesita del comedor”, no hay nada en términos semióticos que indique una señal de alerta, no hay nada que en nuestro idioma y tal como hemos entendido y decodificado cada uno de los signos lingüísticos, no hay una sola posibilidad de que detrás de este inocente orden de sílabas, se esconda, se sugiera, se invite, per se, a una experiencia relacionada con el miedo, el terror, la angustia, o la incomodidad…
Creo no equivocarme al señalar la película como una experiencia inquietante, me explico, y esto es literal: la peli podría generarte emociones muy orgánicas, como dolor de cabeza, revoltura estomacal, incomodidad y agitación en el pecho, digo si hay una capacidad empática latente en el posible espectador.
Quizás el primer acierto de esta película es que se presenta en sus inicios como una inocentada basada en el eterno cliché de los problemas de convivencia matrimonial, es aquí en donde le dan un patadón al perro, -digo, de manera figurativa, recordando el adagio popular, pegarle al perro, para no ofender sensibilidades- para luego, unos cuantos minutos adelante, soltarte a la cara un baldado de mierda, dejándote prendido de los cabellos, como a la mayoría de desprevenidos espectadores que ya se han tragado entero el anzuelo.
Envidia… Sí, y de la buena, para con este guionista sagaz que demuestra un gran conocimiento de la técnica, con un brillante manejo de la tensión, con la que logra estallarte por completo la testa, aunado a unos recursos que parecieran sencillos. Diálogos muy bien logrados que propulsan el desarrollo de una poderosa y bien trabajada trama.
Quizás la mayor virtud de esta película cargada de un delirante humor macabro, que por momentos logra despertar sentimientos de culpa tras cada ilógica y orgánica carcajada, es precisamente lo que podría parecer una especie de falta de pretensiones, me explico…
La peli no deslumbra por una exuberante fotografía, no, compararla con la impecable producción de “Nosferatu” de Robert Eggers, cuyo manejo del sonido, del arte y atmósferas generales, relacionadas con la periodicidad, son de una precisión y de una belleza indiscutible, sería una estupidez. No obstante, “La mesita del comedor”, me atrevería a asegurar que asume unos riesgos y tiene unos indiscutibles aciertos que envidiaría cualquier atildada y supercostosa producción.
El filme tampoco le apuesta a un desaforado terror corporal, tal y como es sobreexplotado el recurso en las escenas más dantescas y excesivamente sangrientas, que por poco se terminan tirando un muy interesante guion y una brillante premisa en “La sustancia” de Coralie Fargeat. No me refiero aquí a su acertado enfoque de género, ni a sus grandes logros en planimetría, y búsquedas narrativas.
Para ser más exactos, “La mesita del comedor” nos puede dejar de lección que muchas veces menos, es más.
Inicia con una escena común y corriente en donde se desarrolla un divertido diálogo entre una pareja que apenas y se están estrenando como padres. Mujer y hombre adultos entrados ya en la tercera edad, enfrascados en una discusión cotidiana.
Es una escena muy simple, en la que el espectador asiste al desacuerdo de una pareja en un almacén, azuzados por un vendedor embaucador y parlanchín, -¿y qué vendedor no lo es de alguna manera?-
El disparador del conflicto no es más que el interés del padre de familia por la compra de una mesita de comedor… Una mesita por demás mañé, de muy mal gusto, que el hombre se empeña en comprar mientras la mujer se opone con todas las fuerzas de su batería argumentativa.
Tras ese desencuentro de opiniones, que pareciera inofensivo, se esconde una premisa brutal que desencadenará una serie de situaciones que en muchos momentos se le antojarán al espectador como traídas de los cabellos. “La mesita de comedor” es una película incómoda, que serpentea sigilosa entre la comedia macabra, el terror psicológico, y un intenso suspense, que por momentos se torna difícil de sobrellevar.
Esta extraña, casi que inclasificable cinta a algunos los hará reír, a otros quizás llorar; lo cierto es que puede resultar tan dura que recomendarla no sería el primero ni el más natural de los impulsos.
Sostenida exclusivamente por un guion inteligente y muy bien desarrollado, por un manejo de la tensión inmejorable, unos diálogos memorables, unas situaciones extremas que tanto te tensionan como te asquean o te producen carcajadas, y unos personajes que te llevan al borde de la exasperación, “La mesita del comedor” te puede parecer una película cutre o el mayor de los descubrimientos.
Sin apelar a un gore desmesurado, sin payasos sanguinarios, ni mutilaciones, “Terrifier III”, tampoco apela a los consabidos asesinatos sin sentido de los típicos slasher convertidos en la actualidad en los epítomes del cliché, lo cierto es que, sin mucho aspaviento, esta película modesta, sencilla, de escaso presupuesto, me ha dejado un mundo de reflexiones.
Pensé haber presenciado lo mejor del cine de terror en nuestro idioma al abordar propuestas como las del argentino Demián Rugna, “Cuando acecha la maldad”, o “Aterrados”, ambas se constituyen sin duda en un avance notable y significativo en el género.
Lo cierto es que esta película dirigida por el español Caye Casas y coescrita con Cristina Borobia, se encuentra en el mismo podio de aventuras que exploran otro lado de la oscuridad como: “Hereditary” de Ari Aster, o la taiwanesa “Incantation» (El maleficio) dirigida por Kevin Ko; o la más reciente “Longlegs”, de Oz Perkins, poderosas apuestas que hacen pensar en que aún hay esperanza y una infinidad de posibilidades por explorar.
Cuidado, que no te engañe el título anodino, que no te engañen sus primeros 5 minutos, que no te engañe una simple e insignificante Mesita de comedor, porque te puedes estar perdiendo de algo horrible, de algo profundamente oscuro y morbosamente divertido, parafraseando a Stephen King, quizás te puedas estar perdiendo del sueño más oscuro y macabro de los hermanos Coen…