Wilson García
Columnista / 6 de marzo de 2021

Los amigos son la familia que uno elige

Todos hemos tenido la opción en la vida de elegir a nuestros amigos: dicen que los amigos son la familia que uno elige. El primer día de escuela del primero elemental, lo recuerdo bien, no fue temeroso ni traumático, para mí fue emocionante y divertido. Yo no era de espíritu muy sociable pero sí me gustó saludar y siempre he tenido la curiosidad de saber de los otros; hubo en mi una especie de intuición que me llevó como un imán hacia las personas que desde mi interior elegí para hablarles. Fue así como en medio del jolgorio de primíparos escolares y virando mi cabeza de izquierda a derecha en medio de tanta pluralidad de infantes, noté la presencia de un niño con cabello color castaño tendiendo a rubio, muy antioqueño él, (como diría mi tía, ja ja ja) con movimientos calmos y pausados que se destacaba por su modo culto para actuar, en él se veía la paciencia del mar.

No sé claramente qué me hizo llegar a él a saludarlo, lo bueno de esa edad es que somos curiosos y tímidos y tanto el niño que saluda como el saludado quieren saber el uno del otro, comparar, preguntarse cosas, lo que hacen, lo que tienen puesto, lo que les gusta, proponerse juegos. Es la única etapa de la vida donde conocer a otro es conocerse a sí mismo. Fue así como conocí a Juan Carlos Estrada, amigo de infancia y adolescencia que estuvo 11 años a mi lado como compañero de vida estudiantil, familiar y social.

Estar con él era la continuidad de la vida en familia, en él encontré una protección y un apoyo, fue mi vida reflejo. Gran parte de lo aprendido lo aprendimos juntos, aprendimos de lo racional, de lo formal, de lo social, de lo científico, de lo natural, de lo artístico. A los 8 años de edad Juan Carlos hacía su Primera Comunión, su familia con un círculo y vida social muy amplia, celebraba el acto con una gran fiesta, en gran salón y con un protocolo de alto status. Fui afortunado al estudiar en escuela y colegio compuesto por estudiantes de múltiples clases sociales, así aprendí sobre la pluralidad cultural.

Durante más de un mes mi emoción por asistir a la fiesta de Primera Comunión de Juan Carlos fastidió a todos en mi casa, porque yo nunca me sentí bien en las iglesias, pero me atraía los actos rituales y sus ceremonias… la semana santa, la natividad, los matrimonios, esos actos tienen algo de sentido para la convivencia armoniosa. Mi escuela hacía parte de un país mayoritariamente católico, apostólico y romano, por lo tanto la educación espiritual que me dieron se basó en el catolicismo cristiano. Esa fue la opción que por linaje y tradición tuve en medio de esta sociedad, así que por un tiempo, y más por curiosidad que por fe propia, probé ser monaguillo del cura del colegio, aun recuerdo los extraños momentos de esa experiencia, fui al catecismo para tratar de hacer primera comunión, pero rápidamente deserté, nunca la hice y como buen disidente, fiel a mi mismo, por alguna razón muy personal me alejé respetuosamente de todo lo religioso muy tempranamente. Nunca entendí eso de que el cielo es para el que cree en este Dios y el infierno para los demás, pensaba en los hinduistas, musulmanes, budistas, nativos de otras culturas y no comprendía tanta exclusión dentro de ese paraíso. Creo en la fe que hay en uno mismo y en la del otro. Siento la fuerza de un Dios, pero siempre he dicho que no creo en la administración de la fe. Nada me animó a hacer parte de la vida católica, a pesar del sentido de fe tan vívido mi familia.

Pero a pesar de mi Acatolicismo, la fiesta de Juan carlos era el centro de atención por esos días y mientras más se acercaba la fecha más inquieto estaba sobre cómo debía comportarme, cómo debía vestir, qué gente iba a conocer, quién de mi familia me iba a acompañar, qué regalo debía llevar, qué recuerdos me iban a dar. Mi madre no estuvo muy cerca de estas inquietudes, mi abuelo sí, él me sugería qué hacer, me contaba que podía pasar en esa fiesta y cómo debía comportarme. El día previo a la fiesta amanecí extraño, mi rostro en la mañana se había transformado, una voráz e inesperada papera impidió que por motivo alguno yo pudiera asistir, no valió el alboroto y la expectativa que alimenté por más treinta días, no había razón de ser para entender por qué pasó esto. Lloré a solas… me callé… me sentí con dolor al tragar… me aislé… imaginé la fiesta para minimizar el dolor de paperas… subió la fiebre… el sudor y los mareos… la fiesta sin mi me estaba enfermando más. Nadie llamó a Juan Carlos, mi familia no avisó de mi ausencia por enfermedad. Para mis compañeros de escuela no ir a la fiesta fue un desaire, para Juan Carlos fue una extrañeza, una intriga, él necesitaba saber que pasó, por qué no llegué, yo estaba seguro de que él no podía entender mi ausencia sin una razón de ser comprensible.

Estábamos muy conectados el uno con el otro, es esa conexión existente en lenguaje, energía y empatía que nadie, absolutamente nadie, va a entender como es que se da ese vínculo entre dos personas. Eso fue lo que lo llevó a buscarme. Llamó y mi abuelo respondió, le explicó y colgó, yo pasé el día en silencio adormitando en una de las 14 habitaciones que tenía la casa de mi familia. Las paperas conllevan aislamiento forzado, no ver a nadie. Por la cuarentena falté dos semanas al colegio, pero al tercer día de aislamiento apareció él en casa. Su madre lo llevó, le insistió tanto que ella no tuvo más remedio que acompañarlo a llevarme la torta, los recuerdos, las fotos y contarme los detalles de su Primera Comunión.

Juan Carlos llevó la fiesta a mi cuarentena y no le importó mi enfermedad. Me acompañó un día entero en casa y me hizo vivir su fiesta… eso es amistad. A partir de ese momento vivimos mejor el cine, el escultismo, la música, las manifestaciones, la vida política, la responsabilidad académica y laboral, las bibliotecas, los bailes, los barrios, los hermanos, los clanes, las sectas, las vacaciones, viajar, actuar, los deportes, el mundo más allá de la ciudad, el sentimiento del amor y la relación con las mujeres. Cada una de esas cosas aprendidas fueron vividas al lado de una inolvidable amistad. Crecimos y la universidad nos separó, el es médico y yo el del teatro, pero siempre que nos reunimos nos sentimos con la misma energía de los compañeros de clase y de vida que hemos sido. Nos recordamos como amigos, pero sobre todo nos sentimos felices por haber hecho de los amigos que fuimos la familia elegida para la vida.

PD: El estado sigue sin honrar memoria por el dolor y la muerte en la que tan fácilmente caemos en los territorios colombianos. Publicitar estadísticas económicas como logros de gestión no salva vidas. Nos falta protección.@eldelteatro

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