Juan Alejandro Tapia
Columnista / 8 de julio de 2023

Los besamanos 

La escena ocupa un lugar de honor en la historia del cine y simboliza como ninguna el respeto reverencial por el líder en algunos círculos de poder, del Vaticano a la mafia. Michael Corleone, entronizado tras la matanza de sus enemigos durante el bautizo de su ahijado, recibe en su mano derecha el beso de reconocimiento a su asunción como nuevo «Don» por parte de sus lugartenientes, mientras su esposa Kay observa desde fuera antes de que el jefe de seguridad de su marido, Al Neri, cierre la puerta del despacho en su cara. La acción de inclinarse ante un superior para hacer una ofrenda con los labios muestra un grado de sumisión igual al de un perro con su amo, y medio siglo después el retrato de Coppola en el epílogo de su obra maestra, El Padrino, estrenada en 1972, puede verse a diario en la política colombiana y las redes sociales. 

Hace apenas unos días, el exalcalde de Soledad y aspirante a repetir cargo en las elecciones regionales de octubre, Joao Herrera, en el acto de oficialización de su candidatura, tomó la mano de su jefe político, Fuad Char Abdala, y sin asomo de vergüenza intentó besarla frente a decenas de militantes de Cambio Radical luego de recibir el aval de ese movimiento. El video, que en minutos hizo estallar las redes, deja ver el brazo extendido de «don Fuad», quien, entre sorprendido y asqueado, alcanza a quitarlo antes de que la boca de Herrera entre en contacto con su piel, en un tributo exagerado por el indulto que le otorgó el cacique electoral del Atlántico luego de que se atreviera a desafiarlo durante su alcaldía. 

Los besamanos como el candidato Herrera son una especie endémica de la política, sobre todo en Colombia, donde el caudillismo y el cacicazgo incentivan la adulación y el oportunismo. Los hay de varias clases: adoradores furibundos, interesados en ascender o sacar partido, hipócritas que anhelan convertirse en el objeto de veneración y extorsionistas de cuello blanco. Basta abrir las redes sociales para detectarlos: no dejan pasar oportunidad de elogiar a su jefe o mecenas y lo hacen en forma desmedida, con expresiones y adjetivos que rayan en la idolatría, unas veces espontánea, otras subsidiada. Aunque la política es el escenario natural de estos personajes, y Barranquilla es una ciudad hecha a su medida, han elevado altares para empresarios, industriales, dirigentes gremiales y hasta megacontratistas cuestionados.

La comitiva del aplauso incondicional cuenta en sus filas con periodistas, influenciadores, artistas, funcionarios y aspirantes a ocupar cualquier cargo oficial que requiera padrino. Si un empresario trina que su fortuna se ha multiplicado en el último año, saltan a replicarlo como noticia de interés nacional, en una competencia de agilidad dactilar por ser el primero y el de mayor entusiasmo. Lo mismo con la inauguración de una obra, la promulgación de un decreto o una declaración cotidiana, para los besamanos no existen las responsabilidades inherentes al cumplimiento de un trabajo, la grandilocuencia es su aporte a la causa, su servicio prestado. 

Hay que reconocerles, eso sí, su intuición: huelen el peligro como las ratas y saltan del barco antes del naufragio. Borran trinos, eliminan fotografías y desaparecen el rastro de sus likes. Ya encontrarán otro líder supremo o un nuevo patrocinador, total, nunca falta alguien dispuesto a dejarse sobar la chaqueta, a que lo cepillen o le chupen las medias. Sucedió con Aida Merlano, Emilio Tapia, los primos Nule y un largo etcétera, está pasando con Benedetti, Nicolás Petro y, en el ámbito nacional, con Óscar Iván Zuluaga. Nadie los conoce ya. Como dentro de unos años nadie aceptará haber besado la mano del político, el empresario, el dirigente o el funcionario caído en desgracia.

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