En las últimas semanas la noticia de la subasta de la casa Christie´s de una de las 500 obras pictóricas del exprimer ministro inglés Winston Churchill, que este pintó para su amigo, el presidente estadounidense Franklin D. Roosevelt, hoy propiedad de Angelina Jolie, ha vuelto a poner a Marrakech en el radar de los amantes del arte, la cultura y los viajes.
La pintura que triangula a la actriz Angelina Jolie con dos hombres de estado que planearon en la Segunda Guerra Mundial la derrota de la Alemania nazi tras la Conferencia de Casablanca en 1943, me regresa en el tiempo a mi estancia en La Mamounia, hotel que Churchill solía frecuentar en los meses del invierno europeo. Fue allí donde pintó el cuadro que retrata la torre de la mezquita de la Kutubiya, en subasta, este primero de marzo con un precio de partida entre 2,1 y 3,4 millones de dólares.
Marrakech, fundada en 1070 por los Almorávides, monjes guerreros del Sahara, es una de esas ciudades que atrapa a primera vista. Tapizada de una naturaleza lujuriosa sembrada de palmas de dátiles, naranjos y olivos, contrasta con su topografía desértica y celosamente guardada por un cordón de murallas en tonos ocres que queda grabado en la retina para siempre.
Allí, con los montes nevados del Atlas como telón de fondo, y desde el balcón de la suite que lleva su nombre -y que tuve el privilegio de conocer por puro azar del destino, al encontrar a un colombiano como director de Alimentos y Bedidas del hotel-, Churchill pintó la única obra que se le conoce durante la segunda Guerra Mundial, un óleo sobre lienzo de 45,7 x 61 cm.
El cuadro en subasta recoge la esencia de Marrakech, de sus muros ocres rojizos, de la forma como la luz juega con el paisaje y el verde de sus palmeras, destellos de luz y sombras donde las montañas se bañan de púrpura en la profundidad de un cielo azul, en un clásico atardecer sahariano, mientras en la suite de Churchill en La Mamounia habita el espíritu del estadista.
La suite está en el tercer piso de este magnifíco hotel, que abrió sus puertas por primera vez en 1922. Está enclavado en un oasis de siete héctareas en los jardines del palacio del sultán Sidi Muhammand, que datan del siglo XVIII.
Tras cruzar el umbral de la suite, todo está dispuesto en un orden prístino. El mobiliario es una mezcla de piezas delicadamente talladas por artesanos marroquíes con sillas de tartán cuyo tapizado combina con el rojo carmesí de pesadas cortinas propias de los ambientes palaciegos que juegan con hermosas piezas decorativas en cerámica, mármol y bronce, como las tallas ecuestres que adornan la biblioteca. En el pasillo de acceso a las dos habitaciones, muy bien dispuestas encontramos una réplica de su estatua en la Plaza del Parlamento en Londres y un retrato fumando puro y leyendo prensa, mientras en la alcoba principal sobre la cama escrito en árabe su nombre.
A Churchill, alias el ‘Bulldog’, le encantaba el aire seco de Marrakech y pasaba horas en la privacidad del balcón de su suite pintando y fumando puros, en una afición por la pintura que inició tardíamente a sus 40 años como un pasatiempo relajante y terapéutico, que lo alejaba a ratos de la miserias de la política. En vida nunca vendió ninguna de sus obras, siempre las regalaba a amigos, personalidades y políticos.
Fue un hijo de Roosevelt quien tras su muerte vendió en 1945 el cuadro recibido en obsequio por su padre, y este a su vez fue adquirido en un anticuario de New Orleans en el 2011 por Brad Pitt, para su esposa Angelina. Para la pareja que inició su romance cuando el actor rodaba Babel, de Alejandro González Iñárruti, en discretos nidos de amor en Marrakech, lejos del esplendor y del lujo de La Mamounia, la obra tenía un especial valor sentimental que se rompió tras el divorcio.
Para los entendidos, parece ser la obra más importante de Churchill, y tiene un nuevo ingrediente comercial, y es el protagonismo que ha ganado Churchill tras la exitosa serie de Netflix, The Crown. La segunda obra en importancia del ‘Bulldog’, titulada Atardecer sobre el Atlas,pintada desde el mismo balcón en La Mamounia, fue vendida en el 2011 por $300.000 euros.
Mientras se decide en subasta quién se queda con esta pieza de arte, en mi agenda quedó una cita pendiente en la primavera pasada de un nuevo viaje a este país del sol poniente, absolutamente fascinante, que les invito a conocer no a través de Rabat, su capital política, ni Casablanca, sede social del Rey Mohamed VI y segundo puerto marítimo, industrial y comercial después del Cairo, en el norte de África. Las ciudades realmente valiosas por su acerbo cultural son Marrakech, la ciudad que inspira y convida en sus mil y un secretos, y Fez, la más antigua de sus ciudades que conserva gran parte de su patrimonio cultural e histórico, y es una verdadera joya.