Juan Alejandro Tapia
Columnista / 17 de diciembre de 2022

Sin la sombra de Maradona, Messi enseña los dientes

El rey ha muerto, larga vida al rey.

Imaginemos por un momento la escena y la secuencia de hechos que derivaría: la selección de Argentina, favorita a ganar el Mundial de Qatar, pierde en su debut 2-1 con la débil y desconocida Arabia Saudita en una presentación que trae de vuelta los fantasmas y frustraciones de los años recientes. Arriba, en el palco más exclusivo del estadio Lusail, donde dentro de un mes se jugará la final, la figura inconfundible de Diego Armando Maradona en una poltrona de arabescos dorados hace recordar a un rey en su trono. No lleva turbante, pero los hombres más poderosos del país organizador lo respetan e idolatran como a su emir. Por ser quien es, y sin importar las leyes que estipulan castigos físicos y hasta pena de muerte, le permiten encender un habano y beber licor. Todas las cámaras le apuntan mientras lo hace. Es Maradona. Es el centro de la atención. 

Más de la mitad de los ochenta mil aficionados que acaban de ver perder a Messi y sus muchachos ha llegado de Buenos Aires, Mendoza, Córdoba, Santa Fe, Rosario, y ninguno puede creer el pinchazo de la ‘Scaloneta’ a solo noventa minutos de prender motores. Entonces sucede el milagro: un haz de luz cae pleno sobre el hombre regordete y cojo que, con la ayuda de dos amigotes que ha traído con gastos pagos en el avión privado del jeque Tamim bin Hamad Al Thani, se levanta para recibir el aplauso de sus súbditos. En el estadio son solo cincuenta mil, pero si se cuentan los que siguen la escena desde su reino, Argentina, pegados al televisor o la internet, superan los 45 millones. «Oeee, oeoeoeee, Diegooo, Diegooo», cantan, lloran, rememoran sus gestas, lamentan que ya no tenga 26, como en el Mundial de México contra los ingleses, o quizá 35, como el ídolo de barro que les ha vuelto a fallar. Ese, el que no parece argentino. Si tan solo tuviera un poco de la personalidad de Diego, del Diego, el Diegote…

Las comparaciones son odiosas, dicen, pero más lo son cuando el oponente es un relámpago en la noche de la memoria, un video de Youtube contado por un relator uruguayo con sangre de poeta (arranca por la derecha el genio del fútbol mundial… Maradona, en la jugada de todos los tiempos… Barrilete cósmico… ¿de qué planeta viniste?) Durante los cuatro días previos al definitivo encuentro con México, la prensa arreciará sus críticas con el foco puesto en el villano favorito, ese, el que no se queja, no la manda a chupar, solo baja la cabeza y algunas veces vomita. 

Entre tanto, en Katara Towers, el hotel rascacielos con forma de herradura, la fiesta no parará. Desde el emir, que ha dado orden de hacerse la vista gorda y no molestar al más pintoresco de sus invitados, hasta jefes de Estado y dignatarios de la FIFA, de Infantino para abajo, harán turno en la fila para recibir el abrazo de Maradona y tomarse la foto de rigor. A nadie le quedará duda de que el rey de ese país lejano no está en la concentración del equipo nacional, masticando la derrota ante los árabes, sino en la suite presidencial, brindando y esnifando. 

Dos reyes no pueden coexistir en el mismo tiempo y territorio, de ahí lo llamativo que resulta la explosión del nuevo Messi en el Mundial de Qatar, el primero tras la muerte de Maradona en 2020. ¿Hacía falta que los aficionados y la prensa no tuvieran el recuerdo en carne y hueso del ‘Pelusa’ del 86 pavonéandose sin límites por los estadios y palacios de Doha para que la ‘Pulga’ no terminara eclipsado por la omnipresencia de su antecesor? 

«Qué mirás, bobo, andá p’allá», la frase que le ha dado la vuelta al mundo, ha sorprendido más que los goles y las gambetas del rosarino en el Mundial, a los que ha acostumbrado a los amantes del fútbol durante casi dos décadas. El ‘Messi más maradoniano’ titulan los medios al verlo no solo tomar las riendas en la cancha, como en la semifinal del martes contra Croacia, sino frente a las cámaras. Es como si la muerte de Maradona hubiese liberado un rasgo de su personalidad hasta ahora desconocido o le hubiese dado el espacio que necesitaba. Porque a Messi lo opacaba la sombra del Diego campeón del mundo, sí, el que corría en puntas de pie como bailarina de ballet, pero también la presencia física del enano barrigón que no paraba de hablar. Maradona es el argentino que somos, aseguran en su país, Lionel es el argentino que queremos ser. 

La gran diferencia entre ambos no estaba en las piernas, sino en el poder de persuación de los gestos y la lengua. El pibe de Fiorito jugó al más alto nivel algo menos de una década, del 79 al 89 con un paréntesis accidentado en Barcelona, pero lo supo vender para la eternidad con la habilidad de la palabra. «Mi primer sueño es jugar en el Mundial”, ¿lo recuerdan? Y qué tal esta: «A mí me pegaron una patada en el culo y me mandaron a la cima del mundo». O esta: «¿Sabés qué jugador hubiera sido yo si no hubiese consumido cocaína?». Y ni hablar de: «Yo me equivoqué y pagué, pero la pelota no se mancha”. Messi le ha regalado al mundo quince años como el número uno y hasta ahora había guardado silencio. No es de extrañar entonces que su primera frase para la posteridad aparezca justo cuando ya no retumba en sus oídos, dentro y fuera del césped, el eco del rey muerto. No es de extrañar, repito, aunque quizá un poco tarde.

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