Lizzette Diaz
Columnista / 4 de noviembre de 2023

Un cambio en la profesión más antigua del mundo… y no es la que crees

Desde que tengo memoria he visto a mi mamá vender. No recuerdo nada de cuando trabajaba para un colegio de secundaria en El Banco, una pequeña población en el departamento del Magdalena en Colombia (famosa por el tema La Piragua, magistralmente interpretado por Carlos Vives, del que seguramente nunca habrás escuchado). Para entonces yo tendría unos cinco años, así que las imágenes son bastante difusas, pero lo que sí recuerdo con absoluta claridad es verla en acción vendiendo mercancía, del famoso pueblo mercante de Maicao y posteriormente de Panamá.

Luego las cosas no fueron bien, pero ella seguía vendiendo: comida, helados, plátanos, joyería, manualidades y finalmente ropa, que ella misma confeccionaba -aunque nunca aprendió a coser, así que tenía un grupo de operarias que lo hacían por ella-. Nunca tuve la oportunidad de detenerme a pensar si yo era buena en las ventas o no, pues para mí las ventas siempre fueron un tema de supervivencia “si no vendes, sencillamente no sobrevives” y lo aprendí a hacer desde muy chiquita. A los 12 años yo era la distribuidora principal de mi escuela de los adornos para el cabello que mi mamá hacía cada noche. Yo me encargaba de llevar el mostrario, recoger los pedidos, entregarlos y recoger el dinero, de esa manera mi mamá nos pagaba a mi hermana y a mi la colegiatura (era una escuela privada) y alcanzaba para comprar la comida todos los días, no lo veía como un trabajo y tampoco entendía en esos momentos lo importante que era para la economía familiar lo que yo hacía de manera natural todos los días. 

Aunque en el colegio estaban prohibida las ventas por parte de los estudiantes, el hijo de la dueña siempre me quiso mucho, así que yo tenía un permiso especial para hacerlo durante el recreo, siempre y cuando no bajara mis notas escolares. Al mirar atrás me doy cuenta de que mi vida siempre ha estado ligada al tema de vender y realmente es algo que disfruto mucho aunque por momentos también me llena de frustraciones, porque como todo, hay buenos y malos momentos, buenos y malos productos, buenos y malos servicios y yo los he tenido todos. ¿Te has sentido así?

Sin embargo, nunca había tenido la oportunidad de escuchar a Cris Urzua hablar sobre su filosofía de “no le vendas a la mente, véndele al corazón, desde el corazón”, un concepto no solo revelador para mí -quizás ya tú estés familiarizado con el asunto- pero para mí era la primera vez que lo veía y fue precisamente este fin de semana, durante un webinar que dictó y que me permitió ver con nuevos ojos el proceso que he venido sufriendo yo misma como vendedora, un rótulo que no nos gusta llevar, pero que se convierte en parte de nuestra vida, porque como él explica “#todosvenden: nos guste o no, estés de acuerdo o no, quieras o no, sepas o no”.

Esta, la profesión más antigua del mundo, ha pasado por diversas fases que nos han hecho “pelearnos” con las ventas, pero visto desde su óptica la verdad es que te das cuenta de que vender es un proceso fascinante cuando lo haces con la intención de servir. ¡Así es! Cuando finalmente logras entender la venta como un servicio, inmediatamente tu percepción cambia, dándole paso a una nueva filosofía que nos permite reconectarnos con esa intención de servicio.

“Tener algo bueno y no salir a vender porque ‘me da pena’, ‘no soy bueno’ o ‘nunca he sido así’, etc. es sumamente egoísta para ti, para los tuyos y para el mundo” explica de manera fenomenal. Luego de escucharlo me doy cuenta de que si creyéramos más en lo que hiciéramos y en cómo de manera intencional a través de lo que hacemos o de lo que ofrecemos, estamos ayudando a otra persona a resolver un problema, una duda, una necesidad, a calmar un dolor o encontrar una solución, entonces dejaríamos de pelear con nuestros negocios, con nuestros talentos y habilidades puestos al servicio de las demás personas. Todo lo que hemos creado, trabajado, desarrollado, inventado, etc., está allí con la intención de llegar a otras personas y eso solo es posible hacerlo a través de las ventas, y al entender este principio descubrimos la gran capacidad de servicio que podemos ofrecer a través de lo que hacemos, alineándonos a nuestro propósito e impactando la vida de la gente para acercarlas al “placer” de haber encontrado finalmente una solución que la aleja del dolor. Hoy finalmente me reconcilié con el noble título de vendedor y le doy gracias a mi mamá por haberme enseñado a servir a través de lo que hago. 

¿Te sigues sintiendo incómodo vendiendo? Solo piensa en momentos quién eres y lo que podrías lograr y te mereces, solamente con entender que lo que haces es un servicio que ayuda a otros cuando no pierdes de vista la intención y conectas desde la emoción.

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