Patricia Escobar
Columnista / 13 de agosto de 2022

Un impuesto por la salud

El famoso impuesto a las bebidas azucaradas y los alimentos ultraprocesados ha generado una polémica que se centra más en el bolsillo y la mentira que en la imperiosa necesidad de que los seres humanos comencemos a alimentarnos mejor, y nada mejor que alimentarnos con los productos que nos da la tierrita. Para mí, este es un impuesto por la salud más que por el bolsillo del Gobierno.

Es cierto que el famoso “sancocho de tienda” ha sido “solución” para calmar el hambre de muchísimos colombianos de escasos recursos económicos. Pero también es cierto que los grandes problemas de salud que estamos sufriendo tienen que ver, en gran medida, con la “mala” forma como nos hemos acostumbrado a comer.

Si el debate se enfoca en lo real, que podría ser en este caso, la necesidad que tiene el país de recaudar dinero para su sostenimiento y programas, hasta podría aceptarse que el gravamen pensado para las bebidas azucaradas es realmente una carga tributaria, y como tal, lastima el bolsillo y genera malestar. Sin embargo, es una carga para quienes las producen, que no son gente del pueblo, y no para quienes los consumen, porque estas personas son libres de comer en forma sana.

Centrar el debate en que los más pobres serán los más afectados, me parece bastante ciego. Primero porque yo veo que el consumo de bebidas y alimentos de este tipo no tiene estrato, y segundo porque al hacerlo pensamos más en quienes los fabrican que pertenecen a grandes y prósperas industrias, que en la mayoría de la población.

Está científicamente demostrado que el exceso de azúcar es dañino para la salud. Una dieta sana siempre está basada en alimentos bajos en azúcar, sal, colorantes, grasas. Estos “ingredientes” o componentes están presentes por sí solos en alimentos “naturales”. Las frutas, por ejemplo, tienen la azúcar necesaria para el organismo. Y no necesitamos más. Pero nos acostumbraron a consumirla sin ningún control, olvidándonos que ella es altamente adictiva.

Según la Organización Mundial de la Salud, la cantidad de azúcar que deberíamos consumir en un día no debería exceder al 5% de las calorías diarias, aunque algunos expertos dicen que se acepta hasta el 11%. En Colombia hay quienes consumen hasta el 90% de azúcar por día. Algo que debería aterrarnos.

Lo peor es que está demostrado que entre la población joven son las bebidas azucaradas las que más influyen en ese altísimo consumo.

Obesidad, diabetes, hipertensión son provocadas o empeoradas por el consumo de azúcar. Estudios científicos demuestran que consumir dos refrescos a la semana son suficientes para aumentar el riesgo de diabetes. El azúcar añadido también provoca hipertensión. Y como si esto fuera poco también existen estudios que demuestran que el exceso de este componente afecta el cerebro y puede producir demencia y Alzheimer.

Con este panorama que no abordan quienes “defienden” el derecho a la alimentación de las personas de menos recursos, muchos de los cuales van a criticar todo lo que venga de este gobierno porque solo se fijan en su postura política, lo que toca ahora es educar a la población y dejar de creer en señalamientos falsos.

Es mucho más económico y sano consumir frutas de cosecha. Es mucho más económico y sano consumir verduras, vegetales y alimentos que produce la tierrita. La plata de esos consumos va para nuestros campesinos o pequeños comerciantes, y la salud para los consumidores mejorará ostensiblemente.

El famoso impuesto a las bebidas azucaradas afectará más el bolsillo de quienes las producen que de quienes las consumen, los que tienen la oportunidad de cambiar sus hábitos alimenticios. Pero requerimos de una campaña educativa que nos enseñe a comer bien, sin pasar hambre, sin gastar en exceso, sin sacrificarnos.

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